“Noli me tangere”: prohibido tocar
La temática de estos cuadros, literalmente, «no me toques», cobra especial significación en estos tiempos de encierro y ausencia de contacto y hoy, Domingo de Resurrección, cuando María Magdalena encontró a Cristo. Casi todos los grandes maestros lo han pintado
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Al lado del sepulcro abierto María Magdalena se encuentra con el «Raboni», el Maestro; sin embargo, no le reconoce. San Juan describe con fidelidad el momento en los Evangelios. Ella está sentada en el suelo. Un hombre se le aparece en un paisaje lleno de árboles que sugiere un huerto. Se le representa con una azada o con una pala en la mano y tras unas palabras ésta le reconoce y trata de aproximarse a Él para tocarle. Es en ese momento cuando pronuncia el «noli me tangere», «no me toques porque todavía no he subido al Padre» es lo que literalmente le dice. Y ella reconoce en ese hombre que había confundido con un hortelano al Señor. La frase ha dado lugar a lo largo de la historia del arte a multitud de representaciones que congelan este momento, una iconografía particular con coordenadas prácticamente idénticas.
¿Se puede considerar un género dentro de la pintura? Para Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del Museo del Prado «en realidad, el número de “géneros” independientes en la pintura de la época era muy corto. Prácticamente se reducía, por este orden de importancia, a la llamada “pintura de historia”, el retrato, la naturaleza muerta y el paisaje. El tema del “Noli me tangere” se encuadraba dentro de la pintura de historia, que incluía las narraciones de carácter religioso, mitológico o las historias antiguas y nacionales», explica.
Cruce de miradas
Y es dentro de la pintura de historia donde este tema concreto «alcanzó un fuerte desarrollo, pues tras su narración aparentemente sencilla, daba la posibilidad a los pintores de adentrarse en campos muy importantes de la expresión artística: especialmente la representación de las emociones y la descripción de un paisaje natural. Es un tema en el que confluyen el encuentro, la sorpresa, la imposibilidad de tocar, el diálogo a través de las miradas, y la naturaleza. El pintor tenía que resolver de una manera verosímil y emotiva el delicadísimo diálogo gestual entre Cristo recién resucitado y la Magdalena, para lo cual tenía que demostrar un dominio pleno de la descripción anatómica y del conocimiento de los registros expresivos, que eran dos de lugares a través de los cuales un pintor demostraba que era un “artista”, es decir un creador capaz de organizar una narración y transmitir emociones. Con mucha frecuencia además, los pintores representaron a Cristo con el torso desnudo, lo que les permitía abordar la que se consideraba una de las “formar artísticas” por excelencia».
A lo largo de la historia del arte son muchos los ejemplos con que nos topamos que ha abordado el «Noli me tangere» con una composición de la escena que se ha repetido casi de manera milimétrica: dos personajes, un exterior, la figura de Cristo cubierta con un manto o mostrando el torso, la Magdalena que trata de tocarle con su mano y que es apartada. Lo que varía es la disposición de los dos protagonistas, pues unas veces ella está a la derecha y en otras obras ocupado el lado izquierdo.
Giotto, a principios del siglo XIV, refleja el momento con una delicadeza exquisita, casi de manera esquemática, con abundantes reflejos dorados, una mujer arrodillada a la que se ve de perfil y, curiosamente, varios personajes más a la izquierda de la escena. Forma parte de los imponentes frescos que ornan la capilla de los Scrovegni, en Padua y a que también se conoce como «Resurrección», de ahí las figuras de los apóstoles que duermen mientras Cristo ya ha abandonad el sepulcro.
Una línea similar es la seguida por Fra Angelico, en un fresco fechado en 1442 y en el que solo dos personajes ocupan el lienzo, estáticos y sin apenas movimiento dentro de un huerto con árboles. Portús explica la importancia que tuvo este tema, «que, entre otras cosas, aborda una cuestión tan de actualidad como la imposibilidad de contacto físico, de “tocar”, no solo fue un instrumento importante que propició un avance en la descripción de la expresión corporal y las emociones; también permitió a los pintores ir adentrándose en la representación del paisaje. En ocasiones era un simple huerto (pues Cristo tomaba la forma de jardinero), pero con mucha frecuencia se trataba de un paisaje mucho más amplio».
Evolucionó tanto el fondo que se «independizó» y así pasó de mero comparsa o acompañante a lograr su independencia: «De hecho, fue a través de temas como el “Noli me tangere” como el paisaje empezó a tener una importancia creciente en la historia de la pintura occidental, hasta que con el paso del tiempo llegó a convertirse en género independiente, sin necesidad de ninguna “historia” que justificara su representación».
Una diagonal perfecta
Una representación que tiene una seña o «marca»: la concepción en diagonal de la escena (que en el caso de la obra de Correggio se ve claramente y que divide en dos el cuadro desde el brazo izquierdo de Cristo al brazo derecho de ella): «Tiene que ver directamente con la fórmula narrativa que alcanzó un mayor éxito: María Magdalena acaba de descubrir que el supuesto jardinero es en realidad Cristo resucitado, y se postra ante él, que permanece de pie. Eso, unido a que en numerosos versiones ella extiende su brazo hacia Él para tratar de tocarlo, y que Cristo extiende a su vez el suyo hacia la frente de Magdalena, crea un potente vínculo diagonal. Otro factor muy importante en la creación de ese vínculo tiene un carácter menos físico y explícito, pero resulta igualmente efectivo: se trata de las miradas con las que se comunican ambos, que es fundamental en la construcción emocional de la escena», apunta el conservador del Museo del Prado.
El nombre de Correggio está labrado en una de las entradas de la pinacoteca nacional. Como el de muchos de los grandes nombres de la pintura, de la historia del arte. Para Portús, admirador de su obra, su «Noli me tangere» (1525), un óleo sobre tabla pasada a lienzo, que se expone en la sala 056B del Prado es una de las representaciones más importantes que sobre el tema se han pintado: «El paisaje no es solo uno de los más bellos que se pintaron en Europa en las décadas primeras del siglo XVI, sino que con su juego de verdes densos, profundos y variados crea una atmósfera al mismo tiempo íntima y solemne, perfecta para encuadrar el delicadísimo diálogo gestual entre Cristo y la Magdalena. Todos los movimientos corporales de ambos están magistralmente acompasados: la ligera curvatura del cuerpo de Cristo hacia su derecha se corresponde con la inclinación de Magdalena hacia la izquierda, con lo que se crea una estructura cerrada dentro de la cual se sitúa el foco afectivo de la composición: el que se crea a través del cruce de miradas y el gesto que hace Cristo con su brazo derecho».
El cuerpo de Cristo es otra de las claves de las representaciones. En ocasiones aparece cubierto, mientras otros pintores lo cubren parcialmente, como es el caso de Correggio, quien, además, ofrece una maestra descripción anatómica, según el experto: «El pintor era uno de los grandes especialistas en la representación del desnudo, y utiliza esas capacidades en la descripción del tronco de Cristo, cuya suavidad demuestra que ya ha resucitado y se ha liberado de las heridas de la crucifixión, y constituye, con su claridad, uno de los principales focos expresivos de la escena».
Una escena en la que destaca, como apunta Portús el color, técnica que dominba el italiano con verdadera maestría y en la que «la combinación de los tonos tostados del vestido y el cabello de Magdalena, con el azul intenso del manto de Cristo, el marfil de su cuerpo y la variedad de verdes del paisaje crean una trama cromática que contribuye de manera decisiva a la transmisión de esa magistral sensación de unidad (compositiva, cromática y emocional) que convierten a esta pintura en una de las obras maestras del arte de su tiempo».