El enigma de las multitudes inteligentes
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En ocasiones, los estereotipos hacen justicia. Juan Genovés ha fallecido y todas las crónicas lo reconocen como el «pintor de las multitudes» y el autor de la icónica obra «El abrazo» (1976). Quienes así resumen su extensa y determinante trayectoria no faltan a la verdad; tampoco empobrecen la realidad de un universo visual que destiló toda su grandeza en ambas imágenes: la de la multitud y la del abrazo. En lo que sí se quedan algo cortas las hagiografías tipo es en calificar a Genovés como un hito de la Transición.
Porque fue mucho más: entre el amplio y denso panorama de la figuración crítica española de los 60 y 70, probablemente su pintura haya sido la que mejor ha canalizado la energía y el lenguaje del pueblo. Sin populismos ni concesiones, pero con una capacidad –que no la tuvieron ni Canogar, ni Arroyo ni Equipo Crónica– para urdir artefactos visuales que resultaban intrigantes para los iniciados y completamente transparentes y apasionantes para el público menos avezado. Ese es el gran logro de Genovés: su realismo social lo fue tanto por los asuntos reflejados como por su potencia de irradiación entre el imaginario popular.
Juan Genovés pintó cientos de multitudes: desde las primeras en las que predominaba el gris hasta las últimas en las que el color encendía a cada diminuto individuo. Nunca se repitió. Y así sucedió porque todas vivían interconectadas, retroalimentándose, canalizando un relato que el artista siempre dejó intencionadamente abierto. Una multitud puede ser una fuerza de liberación o un ejército alienado. ¿Revolución o fascismo? Desde luego, en el caso del pintor valenciano, las aglomeraciones de personas parecen visualizar un momento de liberación, de ruptura. Unas veces parecen haber sido captadas en un momento de dispersión; otras en un movimiento de convergencia en o alrededor de un punto concreto; también, incluso, las hay que muestran a los cuerpos en relajada transición entre dos realidades desconocidas.
Cierta incertidumbre
Genovés nunca quiso dar una solución al enigma de sus multitudes. Cerrar una hubiera supuesto cerrarla todas, acabar con su «margen de expectativa» –que, en realidad, es su verdadero valor de transformación–. Una sociedad está muerta cuando se encuentra por entero definida. Y las multitudes de Genovés nos ofrecen siempre la cantidad necesaria de incertidumbre para convertir a cada individuo en un vehículo de cambio. Da lo mismo el significado exacto de cada muchedumbre, el lugar específico del que vengan o al que vayan, la naturaleza de su movimiento.
Las multitudes de Genovés intrigan porque son capaces de que sucedan cosas. En ellas, el individuo no es absorbido por el fanatismo de la masa, sino que se desenvuelve como un agente libre y consciente, como una todopoderosa mota de energía y de ética en el espacio. Con Juan Genovés se va uno de los mayores descodificadores de la España de los últimos sesenta años. Él, mejor que nadie, supo advertir que, detrás de una multitud inteligente, siempre hay una miríada de individuos semejantes desde la distancia, aunque sobrecogedoramente irreductibles desde la cercanía. Genovés se ha ido, pero sus multitudes siguen moviéndose e intrigando.