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Christo: el artista que quiso envolver la Puerta de Alcalá

La historia de este creador tan singular acabó ayer. Falleció por causas naturales a los 84 en su casa de Nueva York, donde tantos años vivió. Empaquetó puentes, parques, ríos y edificios oficiales. Como si fueran un regalo
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Dejó una serie de proyectos por el camino, no tantos como podemos llegar a pensar, pero alguno digamos a que se atragantó. No a él, sino a las autoridades con las que tuvo que batallar y que finalmente optaron por dejar en la cuneta sus fábulas envueltas en tela. ¿Quién era este hombre, tan enloquecido, pensarán muchos, como para envolver en un maxi regalo un puente o plantar una mastaba en pleno desierto? Nadie sino un charlatán, pensarán algunos. Preguntamos por los pilares básicos que sostienen la obra de este creador, que no era un pintor al uso, ni un escultor, ni un performer.
Para el crítico y profesor Pedro Alberto Cruz Sánchez «tres son los conceptos clave que otorgan a la obra de Christo su inconfundible seña de identidad: apropiación, ocultación y gran escala. El primero de ellos –apropiación–se le reveló como integrante del colectivo del “Nuevo Realismo”, fundado por Pierre Restany en 1960. Los artistas de este grupo trabajaban con objetos de la realidad de consumo, de los que se apropiaban para incorporar a sus obras. En su evolución, no se conformó con apoderarse de cualquier objeto; su objetivo fueron los grandes y más característicos monumentos de cada lugar. Esto nos lleva al segundo de los conceptos: ocultación. Intervenía en estos grandes símbolos públicos mediante su cobertura. Su muerte ha dejado, por ejemplo, sin realizar dos proyectos para España: la ocultación de la Puerta de Alcalá, en Madrid, y el monumento a Colón en Barcelona. Christo eligió siempre obras que, por su carácter emblemático, se habían convertido en demasiado familiares y, a causa de ello, habían dejado de ser percibidos por los ciudadanos. Sus envoltorios tienen, en consecuencia, un turbador propósito: ocultar lo invisible para visibilizarlo».
Para Cruz Sánchez «cada vez que tapa un monumento, el espectador vuelve a tomar conciencia de lo que hay dentro. Todas estas actuaciones públicas se distinguen por su gran escala. Él nunca ha querido introducir el arte en el paisaje. Antes bien, su anhelo ha sido el de hacer del arte el paisaje mismo. Su persecución denodada de la gran escala le llevó a plantear uno de sus más singulares e inconclusos trabajos: la mastaba de barriles de petróleo –más de 400.000– que se erige en el desierto de Abu Dabi, y que tiene el honor de ser la escultura más grande de la historia», explica.
Cierto es que en España estuvo a punto de echar el toldo a dos grandes obras, de cubrir con tela la emblemática Puerta de Alcalá, en Madrid, y la no menos icónica escultura de Cristóbal Colón en Barcelona. Fueron bastantes las conversaciones para poder llevar el proyecto a efecto. Quizá en aquellos años, a principios de los 80, no se supo entender la fina ironía de este artista, que decidió, entonces, marcharse con las telas a otra parte, asido del brazo de su mujer. Hasta el Colegio de Arquitectos tomó cartas, pero no hubo manera. Y eso que la llegada de Christo a Madrid, que suena a bíblico, cuando menos, se hizo por mor de una galería tan legendaria como recordada, la de la ilustre Juana Mordó, dispuesta a exponer todo el «Making of» de las obras del artista, en forma de dibujos, bocetos y fotografías.
Lo de Barcelona estuvo a punto de ser. El artista estuvo diez años de conversaciones y cuando Pasqual Maragall dijo que adelante el artista estaba anegado de trabajo y con mucha oferta para envolver tela mediante. Había sido demasiado tiempo mareando la perdiz y se decantaba por París. Echarle unos metros al Pont Neuf. Lo dijo por telegrama a mediados de los 80, que la furia por poner una pica en España era cosa del pasado.
Empaquetar «Der Spiegel»
Otras ciudades de Europa le recibían mientras con los brazos abiertos y se dejó querer por Berlín o por la citada París. Sus empaquetados de los comienzos de los 60 (como aquel ejemplar de «Der Spiegel) dejaron paso a envolturas con metros y metros de tela, generalmente fluida, capaz solo de ocultar, pero sugiriendo lo que se ocultaba debajo. Sus obras, además, son temporales y relativamente fugaces. Poseen esa belleza de lo transitorio. No se pueden llevar a un galería ni tampoco exponerse entre las paredes de un museo. Nacen y se mantienen en un lugar. Gestadas, la mayoría de las veces, con más de veinte años hasta que pueden materializarse por fin, cuando el dinero (que ponía la pareja de su bolsillo) hace que sea posible.
La mastaba más grande del mundo, que sería en carne de titular la escultura más inmensa del orbe, se ha quedado a medio camino, con ganas de plantarse en Abu Dabi, pero sin que pueda ser posible finalmente. Ahí se quedarán los barriles de petróleo, una torre de más de 150 metros de altura. Una inmensa mole que ya no podrá ser, lo mismo que otro proyecto que preparaba: el embalaje del Arco del Triunfo de París, que prometía ser uno de los eventos más espectaculares de la vuelta de septiembre, había sido pospuesto un año debido a la incertidumbre relacionada con el coronavirus a septiembre de 2021. Ya no será. O esa muestra de grandes dimensiones, por el número de obras, que el centro Georges Pompidou le dedicaba al poco de declararse la pandemia y que tenía que cerrar las puertas rápidamente. Quizá un presagio de lo que estaba a punto de suceder.
Entelar el Gran Cañón
A Madrid recaló en 2006. Fue la primera gran exposición que le dedicaba un centro. En la Fundación Canal. Sus obras en papel, antes de que pudieran materializarse en algo más serio y con más cuerpo, se alternaban en paredes y vitrinas. «El empaquetado no ha sido una obsesión permanente del matrimonio Christo, que desde mediados de los 90 cambió los ‘‘empaquetados’’ por los ‘‘entelados’’ de paisajes, como las islas de cayo Vizcaíno, la gigantesca cortina tendida en el cañón del Colorado o la valla continua instalada en un valle del condado de Sonora», explicaba Josy Kraft, experto en su obra y responsable de sus exposiciones.
El tacto y los tejidos, añadía: «La verdadera obsesión es el tejido antes que los empaquetados, muchos de los cuales fueron concebidos en los setenta aunque no se pudieran elaborar hasta los ochenta o noventa». Lo decía Kraft: la pareja, pues él no era nadie sin su cincuenta por ciento, a la mujer de la que se enamoró en París, cuando marchó a la Ciudad de Sena a ganarse la vida como dibujante y le encargaron un retrato precisamente de la madre de quien sería su compañera siempre, Jeanne-Claude Denat. Él se enamoró de ella, que ya estaba comprometida y se casó, pero regresó al lado del artista en plena luna de miel. Estaba ya embarazada.
Lo suyo ha sido un binomio de lo más fructífero, una conjunción que se truncó cuando ella falleció en 2009. Una relación de colaboración artística como lo fuera en su día, salvando las distancias, la de Marina Abramovic y el recientemente fallecido Ulay, que no acabaron precisamente bien, aunque ella ha llorado su pérdida. Christo había nacido en Grabovo, una localidad de Bulgaria. Sus primeros años son duros y se ve obligado a huir de su país en busca de aires libres. Su destino es Francia, concretamente París, donde conoce a la mujer de la que no se separará nunca.
Los regalos más grandes del mundo
Con lo que cuesta envolver un simple libro para que quede medianamente decente, como para ponerse a cubrir algo más elaborado como una pelota. No digamos ya una costa entera. Pues eso fue lo que se le ocurrió al matrimonio que formaban Christo y Jeanne-Claude allá por finales de los 60. Dos kilómetros y medio de Little Bay (Australia) se vieron tapados con una inmensa lona que necesitó el trabajo de más de 100 operarios. Acababan de crear su sello. Una firma que se dejaría ver por todo el planeta: del Pont Neuf parisino al Reichstag alemán, pasando por las Mastabas de Londres y Abu Dabi y por los muelles flotantes del lago italiano de Iseo en 2016.

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