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El día que Camarón se vengó de Manolo Caracol

Una biografía del cantaor escrita e ilustrada por Sete González trata de eliminar los falsos mitos, como su muerte por droga (“fue el tabaco lo que le mató”) y revela escenas inéditas como su duelo con su ídolo, el maestro que le menospreció

Ilustración de Sete González, del libro "Camarón. La leyenda del genio"
Ilustración de Sete González, del libro "Camarón. La leyenda del genio"Sete González

Era apenas un niño cuando ya cantaba por las callejuelas. Como no acertó a ser torero, José Monge, apodado Camarón, se ganaba unos durillos para comprarse chucherías. “No era un muerto de hambre, ¿eh? Que eso se ha dicho algunas veces y no es cierto. Perdió a su padre pronto, pero no le faltaba de comer. Otra cosa es que tampoco tenía para caprichos y que es cierto que dejaba en casa algo de lo que se sacaba cantando para ayudar. Pero no era pobre”, precisa Sete González (Madrid, 1977), admirador e investigador en la vida del artista que ha publicado una hermosa biografía ilustrada, “Camarón. La leyenda del genio” (Lungwerg). Sin embargo, al final consigue un trabajo en la Venta de Vargas, convertido por él en templo, pero entonces un lugar más de tantos en el sur donde había menú y espectáculo. A la Venta de Vargas alguna vez habían ido Picasso y Estrellita Castro, y una noche se alojó Manolo Caracol, ídolo del flaco cantaor residente. Alguien de la Venta preguntó al maestro qué le parecían las maneras del de San Fernando. Aunque hay varias versiones de la respuesta, nos quedaremos con la que más pudo doler a Camarón, pues dijera lo que dijera, le dolió mucho: “Es un gitanillo muy rubio para cantar”, pudo haber dicho. El joven Camarón nunca olvidó el desdén de su ídolo, aunque, como cuenta González en esta biografía, tuvo ocasión de redimirse.

Fue seis años después, en 1969, cuando Camarón era todavía joven y no había olvidado la afrenta. Regresó a la Isla después de una larga temporada en los tablaos de Madrid, donde se ganaba la vida. Pasó por la Venta de Vargas para contarle sus aventuras a sus viejos amigos Rancapino y Lolo Picardo cuando se enteró de habría un Festival Flamenco con Caracol como gran atracción. El maestro incluso trató de que cantase, pero Camarón se negó. Ya de madrugada, cuando el trabajo dio lugar a la fiesta, Caracol se arrancaba entre copa y copa y apareció el joven aspirante. Se batieron en un duelo de cantes gigantes, pero Camarón estaba de dulce. Pidió al guitarrista subir la cejilla y llevó los agudos hasta donde ninguna garganta salvo la suya podía llegar. No hacía falta jurado para certificar su victoria. Se levantó y apoyó la mano en el hombro de Caracol, que aceptó la derrota y le entregó la llave del cante, le nombró sucesor sin usar palabras. “Esa historia no se sabe mucho pero a mí me la contó de primera mano Joselito Picardo, copropietario de la Venta de Vargas, que estaba allí esa noche. Su hijo Lolo era amigo de Camarón de pequeñito. Y me lo contó de primera mano donde sucedió”, relata Sete González.

Una ilustración de "Camarón. La leyenda de un genio", de Sete González
Una ilustración de "Camarón. La leyenda de un genio", de Sete GonzálezSete González

Los magnetofones

La biografía que acaba de aparecer, no por ser ilustrada y de textos sintéticos está falta de contenido. Cuenta escenas interesantes, poco difundidas. “Algunas me las ha reventado Netflix, pero las tenía yo antes”, dice González sobre la película “Camarón. De la isla al mito”, estrenada el año pasado. “Por ejemplo, se sabía poco del tema de los billares de Callao adonde iban Camarón, Manuel Molina y José Mercé de muy joven... Y paraban allí antes de ir a trabajar a los tablaos a finales de los 70, lo cual es una anécdota pero quiere decir que había una amistad”, dice el biógrafo. José Monge, que era poco dado a amistades por su carácter introvertido, sí que tuvo conexión con Enrique Morente, el otro genio. “Se veían en Caripén. Tenían una amistad que la gente desconoce, siendo los dos más importantes de la historia del flamenco junto con Paco de Lucía, y eso que eran opuestos: Camarón, gitano pasional e intuitivo; y Morente, bohemio estudioso. Los dos eran revolucionarios y esa amistad ahí quedó y se conocía poco”.

Los documentales sí que le destriparon una afición bastante desconocida del cantaor: “Era un loco de los aparatos de música, de los magnetofones y los sintetizadores. Le encantaba montarlos y desmontarlos y buscarles posibilidades, con las cintas al revés y eso... Todo esto casi nadie lo sabía y lo hemos sacado a la luz”, explica. Esa perspectiva le concedería al cantaor más parte del mérito sobre el sonido de “La leyenda del tiempo” del que a veces se le concede, por repartirse entre Ricardo Pachón y los músicos que participaron en el trabajo. “En ese disco, ninguno, ni Raimundo, ni Kiko, ni Tomate... nadie realmente sabía qué iba a pasar. Todos estaban alucinando. No entendían ni esas letras de Lorca, ni esos intrumentos... Camarón tenía la batuta aunque estaba bien asesorado, porque él no era solo un cantaor, era un músico y tenía un oído privilegiado”. Así lo cuenta el autor.

Antes de aquel trabajo histórico, el de San Fernando había hecho 10 discos con Paco de Lucía y con su padre y sentía la necesidad de romper. “Tenía esa gran curiosidad por la música, los sitares, los bajos eléctricos, los aparatos tecnológicos... Era un visionario. Le gustaba mezclar la niña de los peines con Pink Floyd y decía que el resultado era increíble. Aunque es verdad que después, cuando le cayó la que le cayó, a su productor se lo comentó: ''Ricardito, el próximo disco, de guitarrita y cante...'' Porque estaba abrumado de las crítica, pero tenía que hacerlo”, explica González.

El veneno fue el tabaco y la ansiedad

Sete González también trata de eliminar los falsos mitos, las visiones desenfocadas que se han contado de Camarón, según él. El primero de ellos es el de muerto de hambre. “No lo era, como mucha gente ha llegado a señalar. Perdió a su padre de niño y se pasaba el día en la calle, pero no cantaba para vivir, sino porque le apetecía y se ganaba unos duros para comprarse sus chucherías. Y dejaba algún dinerillo a casa”. El segundo malentendido está claro: “El de que a Camarón lo mató la droga. La gente habla desde el prejuicio. Me duele, porque, a Camarón, en esa época del desconocimiento de los 80 y de la Movida, él fue una persona más. Todos mojaron en la salsa, pero él era Camarón. Yo en el libro lo digo claro. Hay una ilustración del tabaco que dudé si meterla pero quería dejar claro que a Camarón lo mataron los tres paquetes o cuatro de Winston que se fumaba al día. Es fácil tacharle de dogadicto. Y es cierto que quería experimentar y todos por entonces estaban en lo mismo. Como Antonio Vega, Como Antonio Flores. Pero él lo dejó”.

Fue el cáncer lo que se lo llevó por delante. Sete González apunta a una cuestión de personalidad. “Era una persona extremadamente ansiosa, fumaba mucho. Y además se tragaba el humo y no lo soltaba. Fue a una terapia a hacerse una desintoxicación en general. Y Marcelo Camus (el psiquiatra que le trató) se encontró un hombre que estaba dominado por la nicotina”. El biógrafo apunta a la responsabilidad de ser un dios gitano. “Tenía una responsabilidad muy grande. Las gitanas llevaban a sus hijos a los conciertos con la esperanza de que José les tocase la cabeza. Era un líder de un pueblo, pero también era un hombre humilde y todo eso de ser un dios, el mejor y tal... era mucho para él. Y luego, como algunos genios, tenía ese mundo interior, esa personalidad solitaria. Él era muy solitario. Pocos le conocieron”.

En la Movida

Camarón cantaba a principios de los 80 en Madrid, en plena eclosión de la vida nocturna. “Él conoció la Movida, claro que sí. En esa época, los flamencos, los andaluces se buscaron la vida en los tablaos y fue una época de descubrimiento. Por Torres Bermejas, donde trabajaba, pasaba la flor y nata de la época. Desde Dalí a Lola Flores, ¿pero quién era consciente de la Movida y mucho menos de esa etiqueta? De eso no, pero el espíritu de la época, después de las fatigas que se habían pasado, era efervescente. Y él estaba en el meollo, claro que lo vivió. Era uno más, y se buscaba la vida en los tablaos”, apunta el biógrafo.
Una ilustración de "Camarón. La leyenda del genio", de Sete González
Una ilustración de "Camarón. La leyenda del genio", de Sete GonzálezSete González