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Joaquín Marco, el profesor machadiano

ALBERT RAMISLa Razón
La Razón

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Apenas alcanzo a redactar estas palabras con las que se pretende evocar al profesor, editor, poeta, gestor cultural, crítico literario, colaborador de opinión en este diario y entrañable persona que fue Joaquín Marco Revilla (Barcelona, 1935). En la hora de su muerte, el recuerdo me lleva a las aulas de la Universidad de Barcelona, en los pasados años setenta, donde quien esto escribe recibía, fascinado y perplejo, las lecciones de un docente al día de las últimas innovaciones filológicas que incentivaba, con el tono de una entusiasta modernidad, el puro amor a la Literatura. A sus amplios conocimientos teóricos, su amenidad expositiva y claridad de ideas, unía y aportaba el trato personal y directo con numerosísimos escritores: desde Umbral a Neruda, pasando por Cortázar, García Márquez o Alberti, entre tantos otros. Tan cercano a los alumnos como a los jóvenes profesores que iniciábamos nuestra andadura profesional, su generoso apoyo, en mi caso y en el de tantos colegas, resultaría fundamental en nuestra labor educativa e investigadora. Perteneciente a la generación de los niños de la guerra civil y de la dura postguerra, esas difíciles condiciones sociales no le impedirían desarrollar, desde muy joven, tempranas inquietudes intelectuales. Ya estudiante universitario, sería decisiva la huella de imperecederos maestros que recordaría siempre; Martín de Riquer y José Manuel Blecua Teijeiro sobre todo. No tardaría en adquirir una clara conciencia -y militancia- antifranquista, que le llevaría a la cárcel de Carabanchel. La docencia académica, tan fundamental en su quehacer diario, sería tan sólo una de sus múltiples dedicaciones profesionales. Recordando tan sólo algunas, lo encontramos durante varios años como director general de la editorial Salvat; contribuía desde aquí a la modernización de la edición española, con iniciativas tan innovadoras como la popular “Biblioteca RTVE”, libros de bolsillo a un reducido precio y periódica aparición con los que, a través de una cuidada selección de títulos clásicos, se pretendía una masiva difusión cultural. El impacto sociológico de este realizado proyecto sería enorme.
Durante las décadas de los años sesenta y setenta ejercería la crítica literaria en la emblemática revista “Destino”. En esos extensos artículos ofrecía una panorámica de la última literatura nacional y extranjera y, leyéndolos hoy, han ganado en la perspicacia de las opiniones vertidas, ponderada caracterización estética y ameno estilo expositivo. Infatigable conocedor de todo tipo de novedades editoriales, su gusto crítico se regiría por la implacable identificación de la máxima calidad literaria, y la decidida intención de guiar sencillamente, sin eruditas retóricas, al lector interesado. Esta labor crítica continuará en muy diversos medios y publicaciones y, como colaborador de opinión, lo encontramos en este diario desde el primer momento de su fundación, aportando sus penetrantes juicios y valoraciones sobre nuestra acuciante realidad, justificando con esta escritura esa motivación personal que manifestaba en uno de sus poemas, “Por qué escribo”, “para reconocerme mañana en este tiempo tan falto de razón.”. Acaso en el futuro necesitemos más que nunca sus equilibrados criterios. En ellos huía de la agresiva opinión, pero sin renunciar a la contundencia de sus convicciones.
Sus áreas de interés investigador demostraban una intensa dedicación a las letras modernas y contemporáneas: desde el siglo ilustrado, referente de la estética racionalista y el arte neoclásico, a la literatura del XIX en su vertiente popular y romanceril, pasando por la poesía del XX y la generación del 27 muy particularmente o el estudio de destacados escritores hispanoamericanos, donde se reveló como un auténtico precursor en la atención al conocido “boom”. Pero es como poeta, miembro del grupo de los años 50 (aunque no era partidario de rígidas catalogaciones), donde encontramos una sensibilidad marcada por la conciencia social, la lírica de la existencia y el elogio de la cotidianidad; además de una particular sabiduría vital, como lo demuestran estos versos de su poemario Variaciones sobre un mismo paisaje (2012): “La vida no deja de ser una circunstancia / intrascendente, un azar, el juego, / un viento sonoro que nos lleva.” Acostumbraba a mostrar su encendida admiración por Antonio Machado, quizá frente a un distante y envarado Juan Ramón Jiménez; acaso sea esta la oportunidad para recordarlo, también machadianamente, como un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Imposible olvidar su entusiasmo vital, amable bonhomía, contagioso optimismo e impecable honradez moral. En la puerta del que fue su despacho en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona, de donde se jubiló hace quince años, aún figura el rótulo con su nombre, como muestra de una mantenida admiración a lo largo del tiempo. El implacable paso de este no podrá hacer olvidar la irrepetible figura de Joaquín Marco. Descanse en paz el entrañable profesor y amigo.

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