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Olivia de Havilland y Joan Fontaine: jamás unas hermanas se odiaron tanto

Nunca ocultaron su nefasta relación y la prensa rosa de Hollywood lo disfrutó. Olivia incluso celebró el funeral de su madre sin que Joan estuviera al tanto

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Se ha muerto Olivia de Havilland y se ha llevado a la tumba el secreto mejor guardado del mundo: la rivalidad con su hermana Joan Fontaine. Los fueron desde niñas, cuando vivían con sus padres en Tokio, Japón. Siguieron rivalizando en Estados Unidos y dejaron de hablarse prácticamente, a excepción de una entrega del Oscar en la que, según la serie «Feud» (2017), basada en la mala relación mítica entre Joan Crawford y Bette Davis, Olivia, interpretada por Catherine Zeta-Jones, insulta a su hermana Joan llamándola «bitch».
Al ver la serie, De Havilland interpuso una demanda, que falló en su contra. Aseguraba que ella nunca habría calificado así a su hermana, pues iba en contra de sus «buenos modales, clase y amabilidad». Ambas se vieron en algunas ocasiones y hay una foto de 1942 en la que se las ve posando juntas, sonrientes y con las manos entrelazadas. Pero debió ser de cara al público. Lo cierto es que la rivalidad mortal que se profesaban fue confirmada por ambas.
Si las comparamos con esas dos estrellas del firmamento de Hollywood que sentían tanta admiración como odio cerval, Joan Crawford y Bette Davis, resulta todavía más misterioso: Crawford era pasiva-agresiva, muy dada a la obsesividad más recalcitrante, mientras que Davis tenían un temperamento volcánico con tendencia al sadismo, lo cual hacía de la pareja un tándem perfecto, como se refleja magistralmente en «¿Qué fue de Baby Jane?» (1962).
En el cine, Olivia de Havilland era la perfecta sufridora, abnegada y dispuesta al sacrificio por los demás, en especial el papel de la dulce Melania Hamilton en «Lo que el viento se llevó» (1939). Mientras que Joan Fontaine, año y medio menor, siempre representó a una mujer apocada, ingenua y confiada, como su papel de institutriz en «Rebeca» (1940) y muy en especial en «Sospecha» (1941), en la que era capaz de inmolarse por el amor de un marido tan guapo como asesino.
Sería interesante enfrentar a las dos hermanas en un careo psicológico. Si se compara el comportamiento de Olivia de Havilland en «La heredera» (1949) y el de Joan Fontaine en «Sospecha», pues ambas películas parten de similares planteamientos argumentales, las diferencias marcan los dos caracteres. La fea heredera se deja cortejar por el guapo pero pobre Monty Clift. Su padre le advierte de que es un cazadotes y que no la quiere, pero ella prefiere un amor interesado que quedarse solterona.
En cuanto a «Sospecha», Joan Fontaine vive enamorada de su marido, joven y elegante que codicia su fortuna. Sospecha que Gary Grant la está envenenando poco a poco. ¿Cuál es la reacción de la mujer cuando su marido sube con un vaso de leche con cianuro para rematarla? Sin duda, beber el vaso con el veneno y sacrificarse, pues perder a su amado es un sufrimiento mayor que la muerte.
En «La heredera», Olivia le propone renunciar a la herencia y huir juntos, pero Monty Clift no se presenta esa noche, demostrando la hipótesis del padre. A la muerte del padre, ya heredera, él vuelve a llamar a su puerta implorando que le abra y se casen, pero ella le deja tocar el timbre de su lujosa mansión de Washington Square, su orgullo herido no le permite admitir al arribista y se queda soltera y amargada finalizando el bordado.
Olivia de Havilland muestra un carácter vengativo y Joan Fontaine una actitud más sumisa, como la admiración que profesan los hermanos menores ante el mayor. Así lo ha reconocido Joan Fontaine en su biografía. Cuando vivían en Japón, Olivia era la reina de la casa y ella nació quince meses después, lo que supuso para la primogénita la aparición de una intrusa y, por tanto, unos celos insufribles que enturbiaron su niñez.
Con el tiempo, la rivalidad en el cine se fue acentuando hasta convertirse en una leyenda que debieron cultivar con sádica intención y por qué no, como reclamo publicitario entre una tigresa (Joan) y una leona (Olivia) que compitieron por similares papeles y ganaron tres Oscar por sus insuperables interpretaciones.
También la rivalidad profesional, la lucha por sobresalir en un mundo tan competitivo como era Hollywood y los triunfos y premios de ambas debieron enturbiar una relación ya de por sí conflictiva. A este problema se unió la muerte de su madre y el rencor de Joan acusando a su hermana Olivia de no haberla avisado con tiempo para llegar al funeral.
Un tercer factor, menos determinante, fue la lucha que Olivia entabló con la Warner por su contrato de seis años y los papeles insustanciales que le ofrecían. El proceso se le conoció como «De Havilland decision»: por primera vez una actriz tomaba las riendas de su vida profesional, ponía en cuestión la política de los estudios y producía sus películas. Su hermana Joan la acusaba de acabar con el «star system», tan cómodo para quienes preferían no arriesgar un buen sueldo y una carrera protegida y orientada por los grandes estudios.
Joan Fontaine odiaba su capacidad de resistencia ante la adversidad bajo esa aparente capa de bondad insufrible, como la que desplegaba ante Escarlata O’Hara, pues no solo le robaba a su amor, sino que acababa sacrificándose por él y mientras moría no podía dejar de restregarle su bondadoso sacrificio.
Ambas actrices, dos grandes y rencorosas rivales, vivieron enfrentadas sin contarle a nadie, en un mundo tan chismoso como el de Hollywood, el origen de su enemistad. Ahora, al desaparecer Olivia de Havilland, solo quedan los comentarios de Joan Fontaine: los celos infantiles, la rivalidad profesional, el funeral de la madre, la lucha por los Oscar y los celos que ambas convirtieron en un arma de promoción publicitaria.