¿Y por qué no un musical protagonizado por etarras?
En el futuro, la gente conocerá los hechos por versiones desnaturalizadas de lo que realmente sucedió. El espanto, el horror y la muerte quedarán dulcificados y empaquetas en ficciones para el público de masas
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Hay obras de arte que trascienden su tiempo, lo influyen, lo marcan y nos explican a posteriori mejor su época. Las más altas de esas obras tienen además un punto de intemporalidad que apela a lo eterno y constante de la humanidad. Esa característica del arte más depurado, que ha sido una constante a lo largo de la Historia, tiene que admitir ahora dos rémoras constantes que viajan tras ella a rebufo y dejando estela: la película y el musical. Cuando cualquier obra tiene una repercusión que garantiza cierta atención del público, enseguida se plantea la posibilidad de extraer de ella primero una película y luego un musical.
Lógicamente, para extraer no queda más remedio que exprimir, apretar, retorcer para sacar algo que no estaba, pero conviene. La publicidad del cartel de «Patria» abunda en la banalizadora equidistancia, en la despersonalización de las víctimas, para convertirlas en símbolos maniqueos. Por hache o por bé, o por HBO, no sabemos si el filme que va a llegar ya a sus pantallas, en cómodos folletines seriados, compartirá esos rasgos. El hecho innegable es que, para atraer a su visionado, la publicidad ya ha usado esos elementos que vacían de sentido cualquier historia y la remiten al mundo del «spaguetti-western». La propaganda previa, los «trailers», hoy en día se han convertido en los maestros de ceremonias, de una importancia litúrgica desmesurada. De ahí quizá la cursi y afectada manía última de que nadie nos vaya a hacer «spoiler» y rasgarse las vestiduras si alguien nos destripa el final. Como si las historias se contaran para llegar boquiabiertos a su final y no por el placer de ser contadas.
El «spoiler» aquí ya está hecho en el cartel. Es que el terrorismo pronto tendrá su musical y su serie de animación en tres dimensiones, dirigida a poder ser por Tarantino. Si se ha podido hacer con «Garfield» o con los cliks de Playmobil, ¿por qué no probar con los asesinos políticos? Lo peor de esa turbia estela que dejan tras las obras sus adaptaciones visuales, sus secuelas, sus precuelas y sus musicales es que una obra artística, en el futuro, exigirá un trabajo muy complicado de decapado para saber cuál era su verdadero origen e intenciones. La gente conocerá esas versiones apócrifas y replicadas en otros géneros, reproducciones de reproducciones de algo que han oído lejanamente o les han contado. Será un panorama general muy similar a lo que le pasa a una obra capital como el Quijote, que muy poca gente ha leído en sus propias palabras pero todos conocen alguna de sus escenas o les han contado algún episodio. Lo siento por las cadenas de series y adaptaciones, pero el futuro de verdadero arte probablemente no estará en ver todas las cosas o saber de todas las obras. Sino en conocer verdaderamente tres o cuatro obras maestras de la historia de la humanidad, pero conocerlas a fondo, con sus detalles e intenciones originales.