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Museo Guggenheim Bilbao

Lee Krasner, ni Jackson Pollock pudo con ella

La exposición recorre toda la trayectoria de la artista y muestra las diferentes etapas por las que pasó

Una persona observa la obra "Combate" de la artista Krasner en el Museo Guggenheim Bilbao, donde este jueves ha presentado una retrospectiva dedicada a la artista neoyorquina pionera del expresionismo abstracto y mujer de Jackson Pollock
Una persona observa la obra "Combate" de la artista Krasner en el Museo Guggenheim Bilbao, donde este jueves ha presentado una retrospectiva dedicada a la artista neoyorquina pionera del expresionismo abstracto y mujer de Jackson PollockLuis TejidoEFE

Lee Krasner estuvo casada con Jackson Pollock, pero no era «la mujer de Jackson Pollock». Autodidacta, polifacética, talentosa y más brava que el Atlántico, nació con el nombre de Lena aunque alcanzó la fama como Lee. Se definía como «mujer judía, viuda, pintora fuera de serie, gracias, y un poco demasiado independiente», porque ella era un hierro forjado por sí misma. Pertenece a esa tropa de artistas que se labran su destino, lo que es muy americano.

Durante décadas, las mujeres del expresionismo abstracto fueron suprimidas de los libros de textos o se las relegaba a menciones aisladas, menos a ella, porque ella no era una más. Tampoco fue una excepción o una cuota. Era una artista tan importante como cualquiera de sus compañeros. Tejió una obra original que partió del dibujo académico, pero enseguida reflejó las influencias de Picasso y Matisse. Y, sí, es cierto que se casó con Jackson Pollock (fue Lee quien acudió a su estudio para conocerlo), y sí, gestionó sus adicciones, temperamentos y su cotizado legado cuando él decidió elevar su nombre a categoría de mito estampando su coche en medio de una borrachera.

Pero, como se repite siempre en su caso, hubo una Lee Krasner antes de Pollock, durante Pollock y después de Pollock. Jamás supeditó su estilo y sus abundantes evoluciones a la alargada sombra de su marido, con el que compartió catorce años de vida. Y aunque hubo influencias siempre fueron mutuas, iban en doble dirección, como quieren demostrar ahora, pero lo cierto es que ninguno de ellos abandonó el carril de sus inquietudes y sus propias ambiciones.

El Museo Guggenheim de Bilbao demuestra todo esto ahora con la mayor y mejor retrospectiva que se ha hecho jamás sobre uno de los creadores esenciales del siglo XX y a la vez más desconocidos. Una colección de obras que se remontan a sus primeros retratos y que revelan las diferentes técnicas y estilos que adoptó, y que incorpora hasta sus últimos trabajos. Ahí están sus pinturas, sus pequeños cuadros, las obras de sus «viajes nocturnos» (cuando, aquejada de insomnio, pintaba de noche: por eso hay una ausencia de color mayor que en otros tramos de su evolución) y todas las autocanibalizaciones que acometió de sus propias telas y dibujos.

Una manera de avanzar sobre los postulados o ideas que consistía en destruir sus obras para refundirlas en otras nuevas. Es como si se elevara sobre ellas para llevar su arte a un nuevo estadio, porque Lee Krasner podría ser incómoda para el público más conservador pero nunca acomodaticia.