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Historia

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El cerco comunista a Juan Pablo II

«El enigma Wojtyla» saca a la luz documentos reservados que darán mucho que hablar

Portadilla del informe secreto sobre Wojtyla, entonces arzobispo de Cracovia, en el Concilio Vaticano II
Portadilla del informe secreto sobre Wojtyla, entonces arzobispo de Cracovia, en el Concilio Vaticano IIJose Maria ZavalaLA RAZON

Casi nadie que estuviese en el punto de mira de los servicios secretos soviéticos, en estrecho contacto con los agentes polacos, vivió para contarlo. Y no digamos ya un objetivo tan codiciado como Karol Wojtyla, perseguido por los espías del régimen ya en 1946, prácticamente desde que el poder comunista se instaló en Polonia, hasta su misma muerte, sobrevenida el 2 de abril de 2005. Es decir... ¡durante casi sesenta años! «El enigma Wojtyla», mi nuevo libro que sale a las librerías este martes editado por Martínez Roca, saca a la luz documentos reservados de los servicios secretos comunistas de Polonia que darán mucho que hablar.

¿Cómo se explica la milagrosa supervivencia de Juan Pablo II durante más de medio siglo, tras sufrir varios intentos de atentado, incluido el de envenenamiento con el llamado «paraguas búlgaro», con cuya punta sus asesinos pensaban pinchar al pontífice para inocularle un veneno mortal?

Los agentes de la antigua Oficina de Seguridad Pública, dependiente del Ministerio de Seguridad Pública de Polonia, fueron los primeros en pisarle los talones al sospechar que él, igual que otros sacerdotes y jerarcas de la Iglesia polaca, tenía acceso a comprometedores documentos que demostraban la implicación de los rusos en la matanza del bosque de Katyn, uno de los crímenes más brutales cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Corría el curso académico 1945-1946, mientras Wojtyla era aún seminarista, cuando su nombre apareció por primera vez en los archivos secretos de la policía polaca. Los documentos depositados durante la guerra en la residencia episcopal de la calle Franciszkánska número 3, al mando del entonces arzobispo Adam Stefan Sapieha, acreditaban que fueron los soviéticos, en lugar de los alemanes, quienes perpetraron la masacre en contra de la gran mentira extendida por la propaganda comunista desde el término de la guerra.

Todo el estamento político, militar e intelectual de Polonia fue exterminado en un bosque próximo a la ciudad de Smolensk. Un desolador balance de 22.000 personas ejecutadas a sangre fría, con un tiro en la nuca, entre los meses de marzo y mayo del año 1940, y arrojadas a fosas comunes en territorio de la entonces Unión Soviética.

La visita a los archivos del Instituto de la Memoria Nacional de Cracovia, donde se conservan más de seis kilómetros de documentos sobre el espionaje a Karol Wojtyla clasificados en un centenar de carpetas, me hizo sentir un intenso aleteo en el estómago. Intercepté así un documento de 1948, donde se establecían las conexiones de Wojtyla con el Teatro Rapsódico, lo mismo que su amistad con Tadeusz Kudlinski, un actor que había intentado disuadir a Karol de ingresar en el seminario. En otro informe de 1949, redactado por el agente Zagielowski, quien para colmo era sacerdote en Cracovia, se aseguraba que a Wojtyla se le tenía en alta estima en toda la Archidiócesis, razón por la cual era conveniente mantenerle bajo estrecha vigilancia.

Pude constatar también que los servicios secretos comunistas intensificaron el seguimiento a Wojtyla desde el 4 de julio de 1958, cuando el Papa Pío XII le nombró obispo auxiliar de Cracovia con treinta y ocho años cumplidos. Las fichas de Wojtyla enfatizaban la gran labor que ejercía entonces el futuro Papa con los jóvenes universitarios, considerados el caldo de cultivo del comunismo en el futuro. El magnetismo de Wojtyla con ellos era una de las mayores afrentas que podían infligirse al régimen totalitario imperante en Polonia.

Igualmente, tuve acceso al retrato robot del obispo Wojtyla efectuado por el agente Wlodek en 1960, donde se le definía como «un hombre activo, práctico y organizado», que era también «muy accesible, atento y responsable», y que tenía «una opinión muy juiciosa de sí mismo y de sus capacidades». En definitiva, se trataba, según el agente Wlodek, de un «individuo equilibrado», con «convicciones sólidas» y que «no se dejaba influir fácilmente».

Comprobé que en 1967 el servicio secreto polaco contaba ya en nómina con más de doscientos cincuenta informantes activos entre sacerdotes y laicos de Cracovia. Y que, por si fuera poco, los informes del SB polaco remitidos a la central del KGB en Moscú sugerían que entre 1973 y 1974 los fiscales polacos habían barajado la posibilidad de arrestar a Wojtyla y acusarlo de sedición invocando el artículo 194 del Código Penal. Entre la extensa amalgama de documentos, tampoco se pasó por alto el ridículo despacho del ministro del Interior polaco, Czeslaw Kiszczak, al jefe del KGB, Viktor Chebrikov, según el cual Juan Pablo II padecía una leucemia galopante y ocultaba sus efectos con cosméticos.

El extravagante informe, cifrado en abril de 1983, pretendía interferir en la segunda visita apostólica de Juan Pablo II a Polonia, prevista para el 16 de junio del mismo año. Wojtyla había preferido viajar antes a su tierra natal, en agosto de 1982, con motivo del VI Centenario de la Virgen Negra de Jasna Gora, pero la ley marcial convocada el 13 de diciembre de 1981 se lo impidió.

Otro nuevo legajo decía así: «Los servicios secretos comunistas –anotó el espía del SB– acechan a Wojtyla durante el Concilio Vaticano II, definiéndole como un hombre muy inteligente, con mente analítica y sintética. Un gran organizador. Solicitan por eso que se alargue su vigilancia hasta el 30 de mayo de 1976».

En otro informe de 1969 se exhortaba a los espías a que averiguasen también qué cosméticos utilizaba Wojtyla, dónde guardaba los documentos oficiales y si llevaba encima la llave de su escritorio, si jugaba al bridge o al ajedrez, y hasta quién le compraba la ropa interior.

Los agentes comunistas se mostraban también bastante preocupados en otro documento de 1958 porque «Pedagog», nombre en clave de Wojtyla, estaba pidiendo a los sacerdotes que se ocupasen de los jóvenes para que no perdiesen su fe católica. Por si fuera poco, se advertía que «Pedagog» practicaba el esquí y montaba en trineo para atraerse a los jóvenes.

En un informe de 1961, el agente Marecki asumía la misión de tomar fotografías de las dependencias privadas del obispo Wojtyla para instalar en ellas sistemas de escucha y vigilancia. Finalmente, tal y como se acreditaba en otro documento, los agentes comunistas pretendían acceder a los papeles secretos del Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II. «No era extraño así que Wojtyla –en palabras del investigador Marek Lasota– estuviese catalogado como uno de los adversarios más peligrosos del poder comunista en Polonia». El enemigo público número uno del régimen comunista durante demasiado tiempo.

¿La amante de Wojtyla?

Los servicios secretos polacos llegaron al extremo de redactar un diario íntimo y atribuir su autoría a Irina Kinaszewska, una empleada del semanario católico «Tygodnik Powszechny», fundado en 1945 en Cracovia bajo los auspicios del cardenal Adam Stefan Sapieha. Se daba la circunstancia de que la falsa autora de ese diario personal había fallecido años antes. Abandonada por su marido, la infeliz Irina es probable que despertara la simpatía del entonces cardenal Wojtyla, pero el ladino SB quiso ir más lejos dando a entender que había existido una relación amorosa entre ambos. De hecho, en ese falso diario Irina afirmaba sin tapujos que había sido amante de Wojtyla. El siniestro plan consistía en esconder el diario en el apartamento del padre Andrzej Bardecki, de modo que los agentes comunistas simulasen luego su hallazgo tras un minucioso registro. Fue así como una noche de febrero de 1983, cuatro espías del Grupo Independiente D del SB irrumpieron en el piso del sacerdote en Sikorski Place, tras cerciorarse de que Bardecki se hallaba ausente para colocar el diario falso. El jefe de la operación fue, tal y como señalaba Piort Fugiel, el temible capitán Grzegorz Piotrowski. Una vez cometida la fechoría, Piotrowski se fue de copas con uno de sus colegas del Grupo D y cogió una borrachera de órdago. De regreso a casa en su coche, tuvo un accidente y fue detenido por la Policía. Tal vez para salir de aquella situación comprometida, reveló a los agentes que pertenecía a la SB e incluso proporcionó detalles de la operación que había dirigido aquella misma noche. La noticia del fraudulento diario se extendió como la pólvora. El padre Bardecki halló finalmente el diario en su casa y lo llevó a la curia de Cracovia, donde enseguida identificaron que se trataba de una burda manipulación.