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“En Guatemala se llama comunista a todo al que se considera enemigo del Estado”

Jayro Bustamante pone rumbo a la carrera de los Oscar gracias a «La llorona», una cinta que actúa como una hibridación de géneros, terror y político, y con la que culmina su trilogía del insulto
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Existen tres agravios capitales en Guatemala que construyen el compendio de calificativos peyorativos de mayor calado del país y advierten de la plaga endémica que dormita en las mentes de un sector mayoritario de la sociedad. Estos tres adjetivos van más allá de una base puramente conceptual, trasgreden las líneas del nombre como mero elemento descriptivo para desembocar en un decálogo moral, en una especie de parámetro de conducta. “Indio”, “hueco” y “comunista” son las palabras que dan forma a este tríptico del insulto sobre el que el cineasta Jayro Bustamante desempeña con un marcado carácter político su labor como creador en un territorio inicialmente hostil y estéril en lo que a cultura cinematográfica se refiere. Cuenta el director que “indio” es el insulto jerárquico más importante: “cuando se entiende que en Guatemala más del 70% de la población es indígena y que nos insultamos a través de nuestro propio origen, nos convertimos automáticamente en un pueblo que no se siente orgulloso de quién es”.
En su primer largometraje, “Ixanul”, el director apelaba a este improperio para configurar un relato de denuncia contra el racismo. En “Temblores”, su segunda apuesta por una filmografía de compromiso social, “hueco” era el insulto escogido, que es el calificativo que se utiliza para referirse a los homosexuales. “Además de tratarse de un insulto homófobo, se cree que cuando un hombre es homosexual se feminiza y por consiguiente se rebaja. En el fondo esto lo convierte en un insulto mucho más misógino si cabe”, detalla Bustamante.
Después de su progresivo acercamiento a la militancia artística, el reciente presidente del jurado de la sección Horizontes Latinos de San Sebastián remata ahora el círculo audiovisual de las ofensas con el término “comunista” y rescata a través de la “La llorona” uno de los espectros del folclore hispanoamericano más extendidos para vertebrar una historia de revolución y memoria histórica concebida con un delicadísimo cuidado estético pero también con profundo sentido de la conciencia de clase. La frase “si lloras te mataré” deambula sigilosa y ponzoñosa por los oídos de Alma, una mujer de kilométrica cabellera azabache asesinada junto a sus dos hijos en el conflicto armado de Guatemala. Hablamos con el reconocido director sobre las deficiencias sociales de un pueblo que todavía está aprendiendo a interpretar su pasado, la importancia de la memoria histórica, la mitología que se esconde detrás de la historia de esa mujer de aspecto fantasmal y sobre por qué los vivos siguen provocando mucho más miedo que los muertos.
P. ¿Cuántas lágrimas se han derramado por el conflicto armado en Guatemala?
R. Creo que la cuenta de las lágrimas que se han derramado en Guatemala todavía no está cerrada. El gran problema es que al no aceptar los hechos que han sucedido las lágrimas no pueden parar y eso es lo que sigue causando esta gran brecha entre una clase social que no es de ninguna manera empática hacia el sufrimiento de los otros, que de alguna manera sigue pensando que una parte de la sociedad es inferior y que no quiere reconocer que existe una guerra, que existe un genocidio y desde ese no reconocimiento del sufrimiento del otro no quiere cerrar la llave de esas lágrimas.
P. Con este nuevo proyecto, completa su círculo de películas socialmente incendiarias junto con “Ixcanul” y “Temblores”. Se cierra ese interesantísimo concepto de la “trilogía del insulto”. ¿El cine se ha convertido para usted en una herramienta política de utilidad?
R. “La Llorona” es la película que cierra esa trilogía de los insultos en Guatemala. Sin embargo no creo que cierre la necesidad de seguir hablando de los temas que nos afectan. Para mi el cine no es forzosamente una herramienta de denuncia política, pero sí creo que es un elemento de aprendizaje y sí creo que mi sociedad ahorita está en un periodo en el que se encuentra aprendiendo a salir del silencio después de casi cuarenta años de guerra, en la que estratégicamente se nos enseñó y obligó a no hablar. Estamos reaprendiendo a perder el miedo y a alzar la voz sobre estas historias que se silenciaron.
P. ¿En qué momento se convierte la palabra comunista en un insulto?
R. Este tercer insulto de “La llorona”, que es “comunista” es todavía mucho más complejo porque desde los años 50 bajo la presión americana en Guatemala se ha creído que los comunistas son los enemigos del Estado. Hoy en día si bien se cree que los comunistas son todavía un acecho en nuestra sociedad, no se utiliza para referirse a un tipo de ideología política, sino para señalar a todo el que se considera enemigo del Estado. El problema es que hoy en día se cree que ese enemigo del Estado es aquel que defiende los derechos humanos, los derechos sociales y los individuales. Cuando se vive en un país en el que aquel que defiende este tipo de derechos tiene que ser insultado, no es para nada absurdo que se pueda llegar a la atrocidad más grande que es el genocidio. Era complejo representarlo en una película pero quise hacerlo a través de los juicios por genocidio que tuvieron lugar. Todavía hoy nuestro ex dictador y nuestros ex líderes políticos se siguen autoproclamando héroes y una parte de la población sigue apoyándolos.
P. En “La llorona” el sentimiento de venganza y la necesidad de encontrar justicia, actúan como motor principal del corazón de su protagonista… ¿Saber perdonar en determinadas ocasiones es una virtud o una condena?
R. La película habla de una catarsis en un universo que es utópico. Una catarsis que se convierte en la única opción cuando la impunidad reina y en donde el único lugar en el que se puede imaginar justicia es aquel en el que existen divinidades o almas que vienen del más allá para brindárnoslas. El perdón es un acto muy noble, pero no puede venir solo si no hay un reconocimiento de la responsabilidad del otro lado. Creo que ese perdón nos vuelve responsables. Nosotros no podemos como sociedad ir perdonando a quienes han cometido actos tan terribles sin dejarlos marcados, porque si no, no estamos enseñándoles nada a las nuevas generaciones.
P. ¿Guatemala ha sabido relacionarse de forma sana con su pasado? ¿A día de hoy siguen quedando demasiadas heridas abiertas o de forma progresiva están cicatrizando?
R. Yo creo que la relación con el pasado que tiene Guatemala y América Latina es nuestro real problema y nuestra real condena. Viene marcada por con colonización y descolonización que no tuvo ni cabeza, ni pies, ni orden, ni reglas. Al final todo lo que nosotros seguimos viviendo se estableció como base de la discriminación racial. Todavía no nos hemos escapado de esa parte de la colonia en la que se nos enseñó que una parte de los indígenas eran inferiores y que se les podía utilizar como fuente de riqueza. Eso sigue siendo nuestro gran pecado. Todavía estamos sangrando.
P. En esta ocasión, el componente político de la historia se mezcla con un espíritu fantasmagórico, onírico, sobrenatural… ¿Esta hibridación de géneros se puede entender como un pretexto para lanzar un mensaje político?
R. Me gustaría decirte que la mezcla de género fue una intención creativa y artística pero en el fondo fue una estrategia casi que demagógica. De alguna manera yo quería hablar de este tema, quería hablar de la historia reciente, pero era consciente de que mi audiencia local no iba a acercarse a la película de ninguna manera porque están en contra de este tipo de conversaciones. De modo que hice un estudio de mercado para entender qué tipo de películas ve la audiencia local y me di cuenta de que lo que consumen es cine de terror y de superhéroes. Entonces decidí que iba a disfrazar de alguna manera el mensaje social, histórico y humano en ese paquete. Empecé a darle vueltas el asunto y pensé primero en hablar de Guatemala como una madre tierra que llora y que está cansada de derramar lágrimas por sus hijos desaparecidos. Y cuando hablamos de una madre que llora, “La llorona” se volvió parte del concepto. Quería revertir la idea machista de la historia de la llorona y hacerla llorar por algo más interesante que el abandono de un hombre, como lo es por ejemplo el dolor de una patria y el dolor de un genocidio. Al final fue muy fácil justificar el género.
P. ¿Producen más miedo los vivos o los muertos?
R. Para mi siempre producirán más miedo los vivos, claro está. Pero los muertos que crean iconos que siguen en vida tienen un poder muy aterrador. Hay un fenómeno reciente que me sorprendió de manera positiva en Europa y es analizar quiénes son los héroes que merecen tener estatuas y monumentos en las plazas públicas. Se empieza a razonar en el hecho de “ya no queremos seguirle dando vida a estos muertos que tanto daño causaron”.
P. ¿Qué esta película haya sido recientemente elegida por Guatemala para protagonizar la carrera de los Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa puede interpretarse como un síntoma inequívoco de que las cosas han cambiado?
R. Estamos muy contentos con la entrada de “La Llorona” en los Oscar, pero también con nuestra incursión en los Goya representando a Guatemala. España impulsó y ayudó para que la celebración de muchos de los juicios se llevara a cabo. Estas dos entradas a la carrera para nosotros son importantes y claro está que es pauta de un cambio. Somos sociedades que están en movimiento. Lo que pasa es que los cambios vienen siempre de grupos disidentes, de pequeños grupos artísticos, intelectuales… Teníamos mucho miedo de la censura y por el momento estamos recibiendo una muy buena acogida.