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Literatura

Historia y leyenda

Romasanta, el “afeminado” que se convirtió en el hombre lobo y asesino en serie

Apenas medía un metro y cuarenta centímetros y decían que andaba por los montes de Galicia con un pellejo de lobo; en realidad, fue un asesino en serie responsable de 17 muertes y fue finalmente indultado por la Reina Isabel II

Marga Sanín realizó en 2012, un retrato robot de Romasanta que apareció publicado junto a un informe forense del jefe de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia, Fernando Serulla
Marga Sanín realizó en 2012, un retrato robot de Romasanta que apareció publicado junto a un informe forense del jefe de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia, Fernando SerullaArchive

Es una de las leyendas más alucinantes de nuestra historia. Un caso único de licantropía, es decir, la mitológica habilidad de un hombre para convertirse en lobo, especialmente, según cuenta la layenda, en las noches de luna llena. Manuel Blanco Romasanta, nacido en la aldea de Regueiro (Orense, 1809) fue el primer hombre lobo español y uno de los más sanguinarios asesinos en serie de nuestra historia. Pero su leyenda tiene una particularidad: que no fue leyenda, sino que, si bien la transformación en ”canis lupus” sí es fantasía, Romasanta fue un asesino en serie real y muy peligroso. Y los detalles de su historia no los tenemos por habladurías de viajes, sino por sus propias declaraciones en el juicio después de ser apresado por las autoridades. Su caso quedó registrado por Antonio de Torquemada, escritor del siglo XVI y secretario del conde de Benavente así: “[...] en el Reino de Galicia se halló un hombre el cual andaba por los montes escondido y de allí salía a los caminos cubierto de un pellejo de lobo, y si hallaba algunos mozos pequeños desmandados, matábales y fartáuase de comer de ellos [...]”, como puede consultarse a través de la web de la Real Academia de la Historia (RAH).

Su caso fue especial en todos los sentidos. En primer lugar, porque nació blanco y rubio y la familia pensó que era una niña: fue llamado, de hecho, Manuela, hasta que cumplió 8 años. Tiempo después se ha llegado a la conclusión de que en realidad era hermafrodita, es decir, que tenía órganos sexuales femeninos, pero su cuerpo generaba gran cantidad de hormonas masculinas, lo que explicaba su agresividad y su permanente agitación. Pero este diagnóstico nunca pudo haberse realizado en los tiempos en que vivió y en cambio sí que se le atribuyó oficialmente la licantropía clínica por los forenses. El caso es que Manuel, como al final se quedó, no era muy agraciado: medía apenas un metro y cuarenta centímetros y tenía poco pelo, pero a pesar de ello, y quizá por los rumores en el pueblo sobre su nacimiento como niña, “según sus vecinos era algo afeminado, por lo que servía para trabajos de ambos sexos”, como recoge Fernando Gómez del Val en un artículo en la RAH.

La primera víctima

Se sabe que aprendió, con escaso éxito —no por falta de aptitudes— diversos oficios: cordelero, tejedor, cocinero, sastre, entre otros, acabando por hacerse tendero, más exactamente buhonero. Manuel sabía leer, cosa infrecuente en los tiempos, y contrajo matrimonio en 1831 con Francisca Gómez Vázquez. Solo tres años después, viudo y sin hijos, se dedicó a su oficio de buhonero (vendedor ambulante de baratijas) a recorrer las tierras de Galicia, Portugal, León, Asturias e incluso Cantabria. Compraba paños y manteca aquí y los vendía allá. Hasta que un día 21 de agosto de 1843, el alguacil de León, de nombre Vicente Fernández, salió a su encuentro para embargarle el género, ya que debía a un comerciante local seiscientos reales. El alguacil despareció, hasta el día 25, en que fue hallado su cuerpo descuartizado cerca de Pardavé (León). Aunque se halló la prueba de un recibo por el cual Manuel o sus hermanos habían satisfecho la deuda, como algunos testigos declararon haberles visto juntos por última vez, el 10 de octubre de 1844 el juzgado de Ponferrada condenaba a Manuel a diez años de presidio.

Grabado de Lucas Carnach "El viejo" realizado en 1512 que muestra cómo se creía que actuaba un hombre-lobo
Grabado de Lucas Carnach "El viejo" realizado en 1512 que muestra cómo se creía que actuaba un hombre-loboLucas Carnach "El viejo"

Sin embargo, Romasanta se hallaba en paradero desconocido y fue declarado en rebeldía. Se ocultó en Rebordechao (Villar de Barrio, Orense), donde mostró siempre su cara más amable, su ejemplar comportamiento y simpatía. Sin embargo, como se supo después, fue el responsable de nada menos que el asesinato de nueve personas, adultos y niños de dos familias. Su “modus operandi” era el mismo: se ofrecía a ayudar a quienes quisieran emigrar del campo a la ciudad, explicando que tenía contactos en Santander y otros lugares y facilitando direcciones y contactos. Sin embargo, al poco de iniciar la marcha con los emigrantes, Romasanta cometía el crimen (casi siempre mediante mordiscos y asfixia) y robaba las escasas pero las más valiosas pertenencias de las gentes que dejaban atrás el pueblo. Cuando la falta de noticias de los emigrados extrañaba a sus parientes, Romasanta se inventaba historias y cartas falsas aprovechando que muchos no sabían leer ni escribir.

Vendía la grasa de los muertos

En 1846 una vecina suya, Manuela, de 47 años separada y con una hija, vendió sus escasas pertenencias y marchó a Santander en busca de trabajo junto a Romasanta. Fueron sus primeras víctimas. Cuando regresó semanas después, tranquilizó a las hermanas, a las que ofreció un buen puesto junto a ella. Tampoco volvió a saberse nada ni de ellas, ni de sus hijos que las acompañaron. Más vecinos emigraban para nunca más saberse de ellos. A partir de 1871, los rumores se dispararon en el pueblo. “Se decía que Manuel vendía en Portugal un producto grasiento, una especie de medicina popular, a buen precio, y no tardaron las murmuraciones en apodarle ’'O home de unto’' o ’'Sacamantecas’', empezándose a sospechar que había asesinado a los desaparecidos y vendido su grasa en el país vecino. Por si fuera poco, amigos de las víctimas reconocieron algunas de sus prendas en una mujer de la comarca, que interrogada admitió haberlas comprado al enigmático personaje”, se recoge en la base de datos de la RAH.

Oliendo las sospechas, Romasanta huyó nada menos que hasta Nombela (Toledo), donde estuvo oculto hasta 1852 trabajando en la siega de campos, con identidad falsa. Hasta que dos vecinos de Verín (Orense) que estaban faenando por allí, le reconocieron y avisaron a la Guardia Civil. Romasanta confesó enseguida y con total serenidad haber dado muerte a los desaparecidas cuando, decía, “sin poderlo evitar, me transformaba en lobo”. Las investigaciones comenzaron en Galicia y, tras un rastreo, hallaron restos humanos. La prensa de la época informaba de los detalles y generó no pocas polémicas. Los detalles del proceso —que duró desde septiembre de 1852 hasta abril de 1853— están recogidos en la “causa 1788 contra el Hombre-Lobo”, que consta de más de dos mil páginas, divididas en cuatro piezas, dos rollos y un extracto, actualmente en el Archivo Histórico del Reino de Galicia, en La Coruña.

La transformación

Seis facultativos analizaron la salud mental del detenido, que aseguraba ser víctima de una maldición que le convertía en “hombre-lobo”, que se trataba de “un ser perverso, un criminal sin moral que mataba para enriquecerse”. En el juicio, Romasanta dijo que una bruja le lanzó un hechizo. “Pero la maldición duraba 13 años y la semana pasada se cumplió”, explicó al fiscal. “La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi mi cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez”, declaró en la sala. “Los otros dos lobos venían conmigo, que yo creía que también eran lobos, cambiaron a forma humana. Eran dos valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre”, dijo sin poder evitar la conmoción de los presentes.

Obviamente, sus historias no convencieron al juez. “El 6 de abril de 1853, el juzgado de Allariz dictaba contra él la pena capital por garrote vil, como autor de los asesinatos de Manuela, Benita y Josefa García Blanco y los de Antonia Rúa y sus respectivos hijos, nueve en total; otros cuatro crímenes no pudieron probársele. El defensor, Mariano Garrán, no obstante, insistió en la locura del buhonero, en la imprecisión de las pruebas y en que ni siquiera estaban bien identificados los restos hallados”. Los 17 asesinatos imputados quedaron reducidos a nueve, y el tribunal conmutó la pena de muerte por la cadena perpetua. El fiscal apeló y la nueva vista quedó fijada para el jueves 23 de marzo de 1854, rectificando el tribunal su fallo y confirmando el de Allariz la pena de muerte. Finalmente, la reina Isabel II conmutaba el garrote por la cadena perpetua.

Al parecer, una carta remitida al tribunal por un tal profesor Phillips, experto en electrobiología (hoy hipnotismo), explicaba el “proceso obsesivo licantrópico”, que, a su juicio, era “producto de una educación supersticiosa cultivada en el ambiente mágico rural en que vivió y agudizado por su creencia en la citada maldición familiar”. Aparentemente, la carta fue un subterfugio del abogado defensor de Romasanta que suplantó a un supuesto científico. El rastro del licántropo se perdió en el penal de Allariz. La versión oficial asegura que falleció de muerte natural al poco de ingresar en la prisión, pero las leyendas se dispararon. Alguna aseguraba que se escapó transformado en animal y que volvía a esconderse en los bosques.