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La impostura de defender a Pablo Hasél

En cuanto al manifiesto firmado por algunos del “mundo de la cultura”, da qué pensar lo muchísimo que ha tardado la “mayoría de progreso” en cambiar algunas leyes que considera injustas
Kike RincónEuropa Press

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La sentencia contra el rapero Pablo Hasél inquieta por lo que tiene de enésimo mordisco a la libertad de expresión y porque intimida a cualquiera. Tampoco tiene un pase confundir a quienes son perseguidos con la freidora de los teóricos delitos de odio alguien condenado por ofensas a la corona y apología del terrorismo. Hasél no tendría que ir a la cárcel. Punto. Incluso aunque firmara letras de este jaez despiadado: «Policías que te matan a un hijo, siguen impunes y encima piden dinero»; «Estudiantes respondiendo a la brutalidad policial en Euskal Herría»; «Si yo fuera el padre de Iñigo Cabacas se iba a enterar la policía que encima pide dinero por asesinarlo»; «¿50 policías heridos? Estos mercenarios de mierda se muerden la lengua pegando hostias y dicen que están heridos». Lo de menos es que como rapero el muchacho sea una nulidad que no le llega a la suelda de las Adidas a Chuck D., Ice Cube, Guru o, por buscar en España, Mucho Muchacho. Ser una completa e irremediable medianía en lo tuyo y carecer de talento no está penado. Otra cosa es usar Twitter, como explicó el Tribunal Supremo, para «suscitar reacciones violentas, minar la confianza en las instituciones democráticas» y «menoscabar la dignidad de las personas».
Por otro lado, cuentan que el amigo no limita su logorreica agresividad al micrófono y la lírica: en junio de 2020 fue condenado a 6 meses de cárcel por agredir a un periodista de TV3 en el transcurso de una rueda de prensa. En aquella ocasión, según informó el diario Segre, el juez «consideró probado que Hasél empujó, insultó y roció con un líquido de limpieza al periodista». En cuanto al manifiesto firmado por algunas luminarias del “mundo de la cultura”, qué decir más allá de que Hasel no debería de ir al trullo, da qué pensar lo muchísimo que ha tardado la “mayoría de progreso” en cambiar algunas leyes que considera injustas y que, hasta que salió el ministro, abucheado por los suyos, ha mantenido limpias y sin mácula en el Código Penal. Lo de comparar España con Turquía es de un hiperventilado digno de impostores como Carles Puigdemont. Más allá de asumir que firmen por un tipo que diría que simpatiza con el terrorismo («¿Matas a un policía? Te buscan hasta debajo de las piedras. ¿Asesina la policía? Ni se investiga») ya me gustaría haber visto a algunos más generosos cuando pedíamos firmas en favor de otros “representantes del mundo de la cultura” a los que ignoraron. Descontadas las letras asquerosas y los tuits amenazantes, luego de reiterar mi condena a la condena, agota la impostura de ciertos abajofirmantes. Tan solícitos a la hora de denunciar unos casos como sectarios cuando los arrollados no son de los “suyos”, signifique lo que signifique el nauseabundo sintagma.