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Seductor y fiestero: Sorge, el espía de Stalin que gozaba de apetitos vulgares

El historiador británico Owen Matthews recupera la figura del legendario agente de los servicios secretos de Stalin en una biografía
C.C.La Razón
La Razón
  • David Solar

    David Solar

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«Era un hombre pedante, un borracho y un mujeriego. Era adicto al riesgo, fanfarrón y, demasiado a menudo, muy indisciplinado. En sus frecuentes excesos etílicos, estrelló coches y motocicletas, declaró su amor por Stalin y la Unión Soviética ante miembros del partido nazi y sedujo a las esposas de sus agentes más valiosos y sus colegas más cercanos», escribe Owen Matthews. Ese era Richard Sorge, universalmente considerado «maestro de espías» y, para muchos, el más relevante de la Segunda Guerra Mundial. Pero, ¿cómo puede ser? El perfecto espía ¿no se supone que es un hombre gris, muy inteligente pero de apariencia anodina, valiente, pero, a la vez, cauteloso, capaz de correr gravísimos riesgos pero siempre cuidadosamente medidos, con una disciplina de acero, sobrio, ascético y extraordinariamente precavido y alejado de las aventuras sentimentales salvo si constituían una estrategia para conseguir sus fines?
El retrato que traza Matthews sobre Richard Sorge se corresponde con los espías de ficción, como el Agente 007. Lo curioso es que, también en lo positivo, Sorge y James Bond exhiben rasgos similares: cínico, mentiroso, idealista y dispuesto a cumplir con el deber hasta las últimas consecuencias con la única diferencia de que Bond estaba «al servicio de Su Majestad» y Sorge trabajaba para Stalin. Y otra diferencia definitiva: 007, tras muchas vicisitudes, triunfaba y se quedaba con la chica, mientras Sorge, después de haber cumplido cien misiones, fue detenido por la Kempeitai y ahorcado.
Hasta treinta amantes
Finalizada la guerra, su figura se olvidó en Europa, pero no en Japón. Su memoria fue guardada en una tumba de Tokio, donde su amante Hanako –se asegura que tuvo más de treinta, aparte de dos esposas– enterró sus restos, identificados por un puente dental de oro y las fracturas de la Primera Guerra Mundial en sus piernas. Recreando su figura y la de alguno de sus colaboradores se publicaron numerosos libros más o menos fantásticos y Douglas MacArthur, comandante supremo de las potencias aliadas en Japón, se interesó por el caso y ordenó una investigación sobre el espionaje soviético. En la URSS, silencio hasta la época de Jrushchov, en que comenzaron a aparecer los recuerdos: primero fue rehabilitada su esposa rusa, Katia Maximova, muerta en el destierro siberiano al que la condenó Stalin. El segundo fue una película franco-alemana de 1961: «Qui êtes-vous, Monsieur Sorge», de Yves Ciampi, presenciada por Jrushchov, que ordenó una investigación tras la que llegaron rehabilitación y honores: fue designado Héroe de la Unión Soviética; en Moscú se dio su nombre a una calle, se descubrió una lápida en su memoria, se le erigió una estatua y en pleno éxito de las películas de 007 se intentó lo mismo tras el Telón de Acero con las peripecias de Max Otto von Stierlitz, personaje de ficción inspirado en Sorge, un «topo» comunista en el Berlín nazi.
Pero aún no hemos penetrado en el misterio del personaje: «¿Quién es usted, señor Sorge?». Su figura, incluida en todas las historias de espionaje, regresa de la mano del periodista e historiador británico Owen Matthews, cuya obra «Un espía impecable. Richard Sorge, maestro de espías al servicio de Stalin» (Crítica), acaba de aparecer. Pocos más apropiados que Matthews por su formación histórica y periodística, desarrollada durante dos décadas en corresponsalías del este de Europa, Moscú, Medio y Próximo Oriente. El resultado es una historia vibrante, bien investigada y contada.
Para esta narración Matthews confiesa que «Sorge presenta un desafío inusual para el biógrafo (…). Vivió en un mundo de sombras en el que su vida dependía del secreto. Aun así, era un hombre extrovertido y, en muchos sentidos, exhibicionista. Una vez concluido el juego, en la soledad de una celda japonesa, el espía se dedicó a tejer una versión idealizada de sí mismo para sus interrogadores y, acaso, para la posteridad». Su correspondencia a Moscú y a su esposa, trabajos periodísticos y académicos, y los documentos y testimonios de sus colaboradores recopilados por la policía constituyen una gran fuente documental pero «fue un hombre con tres caras: la celebridad, el alma de la fiesta, a la vez escandalosamente indiscreto y adorado por mujeres y amigos. Su segunda cara, la del agente secreto, era la que miraba a sus jefes en Moscú. Y la tercera, íntima, la que reservó casi por completo para sí mismo: el hombre de principios elevados y apetitos vulgares que vivía en un mundo de mentiras».
Herido en Flandes
Sorge (Bakú, 4 de octubre de 1895-Tokio, 7 de noviembre de 1944) era hijo de un ingeniero de minas alemán que durante su estancia en el Cáucaso se había casado con una rusa. Con tres años, Sorge regresó a Alemania y creció en un ambiente acomodado y, gracias a su madre, con simpatías hacia Rusia. Al estallar la Gran Guerra, se alistó como voluntario en el Ejército alemán, resultando herido en Flandes y, una vez recuperado y destinado al frente del Este, fue herido dos veces más, condecorado con la Cruz de Hierro y licenciado debido a su cojera. Durante su larga convalecencia en un hospital de Königsberg entró en contacto con la literatura marxista y con la socialdemocracia alemana. En 1919 se licenció en Ciencias Políticas y se afilió al Partido Comunista, con el que desplegó durante cinco años intensa actividad política, tanto que, en 1924, fue invitado por la Internacional Comunista a visitar Moscú, donde se convirtió en ciudadano soviético, se integró en el Komintern y comenzó su adiestramiento como espía.
En sus primeras misiones pasó por Frankfort, Estocolmo, Copenhague, Oslo, Londres, Dublín y Berlín. Se separó de su esposa alemana, Christiane, y se casó con su profesora de ruso, Katia Maximova. Curtido como agente secreto, regresó a Alemania para volar solo: se documentó sobre China y sus problemas agrícolas y halló una publicación que le acreditó como corresponsal en Shanghái. Allí trabajó tres años con una red que enviaba a Moscú información. En 1933, «quemado», regresó a Rusia.Y desde allí a Berlín, donde se convirtió en corresponsal de Prensa alemana, bien relacionado con personajes influyentes como Haushoffer, profesor de Hess e inspirador del «Lebensraum» en «Mein Kampf». Tales amistades le sirvieron para conseguir la afiliación al partido nazi, proceso en el que la Gestapo no detectó su pasado comunista. Bien respaldado, llegó a Japón en septiembre de 1933.
Su cultura, conocimiento de idiomas y del mundo y sus relaciones en Alemania le abrieron con rapidez los ambientes diplomáticos y periodísticos de Tokio, la embajada germana y algunos departamentos ministeriales, lo que le permitió enviar a Moscú informaciones relevantes, como los efectivos japoneses dispuestos contra la URSS si estallara un conflicto, el propósito de Tokio de proseguir la campaña de China, la naturaleza de los incidentes creados por los japoneses, las provocaciones capitalistas en el caso Tujachevski, los planes de la Operación Barbarroja y la fecha del ataque nazi, con un solo día de error; la resolución del Consejo Imperial japonés de mantenerse neutral ante el conflicto germano-soviético, de perseguir el comunismo en las zonas fronterizas y de continuar la ofensiva hacia el sur de China, el plan para atacar a EE UU...
Aunque muchos informes fueron desoídos, eran tantos sus servicios positivos que Stalin, con la Wehrmacht a las puertas de Moscú, en noviembre de 1941, concluyó que Tokio tenía escasas fuerzas ante la frontera soviética porque su prioritario interés era avanzar hacia el sur de China y no deseaba crearse nuevos enemigos cuando preparaba su ataque contra los estadounidenses. En consecuencia, trasladó gran parte de sus tropas orientales (unos 400.000 hombres) al frente de Moscú cuyo papel fue decisivo para frenar a los alemanes, agotados y paralizados por temperaturas de menos 40 grados.

Un final con dignidad

Sorge se enteró del éxito de sus informaciones gracias a los japoneses: había sido detenido en octubre de 1941 junto con toda su red. Permaneció tres años en prisión mientras se instruía su proceso y esperaba una negociación con Moscú para intercambiarlo por agentes japoneses. Se han mencionado varios intentos frustrados porque la cúpula del espionaje militar soviético a la que pertenecía Sorge habría sido eliminada. No se ha podido comprobar que existieran tales negociaciones, pero sí la caída de sus jefes y amigos, lo que explica la deportación a Siberia de su esposa y el total abandono de Sorge en Tokio, donde fue ahorcado en la media mañana del 7 de noviembre tras el periodista Osaka, su colaborador y amigo. Los dos subieron valerosamente al cadalso, según los testigos, hasta el punto de que el director de la cárcel declaró que «nunca había visto a nadie comportarse de una manera tan noble en el momento de su muerte».