La maldición de Fernando VII
La vida del monarca estuvo marcada por su «maldición de los hijos muertos. Así relataban los abortos: «La bolsita muy chica y el feto más chico que un grano de anís y el cordón es como una hilacha de limón»
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Como sus regios antepasados, Fernando VII heredó también la que he dado en llamar la «maldición de los hijos muertos». Su primera esposa, María Antonia de Borbón Lorena, era prima hermana suya, dado que fue hija del rey Fernando, hermano de Carlos IV, y de María Carolina de Austria. La desdichada María Antonia de Borbón murió con solo 22 años, dejando tras de sí dos malogrados embarazos. Su suegra, la reina María Luisa, relató a Manuel Godoy, príncipe de la Paz, con demasiada expresividad y mal gusto, por cierto, el primero de esos abortos, registrado el 22 de noviembre de 1804: «Esta tarde he presenciado el mal parto de mi nuera, con algunos dolores y poca sangre pues toda ella no equivale a la mía mensual de un día: la bolsita muy chica y el feto más chico que un grano de anís chico y el cordón es como una hilacha de limón o abridero de esos filatosos con decirte que el Rey ha tenido que ponerse anteojos para poderlo ver...».
El siguiente aborto, acaecido el 18 de agosto de 1805, fue de características muy similares. Probablemente este frustrante historial ginecológico influyera decisivamente en el desarrollo de la tuberculosis que llevó a la monarca a la tumba. Fernando VII, dotado de un voraz apetito sexual heredado de sus antepasados, se dispuso entonces a celebrar otro matrimonio consanguíneo, como mandaba la tradición borbónica, desposándose con su sobrina carnal, Isabel de Braganza, hija de su propia hermana Carlota Joaquina y de Juan VI de Portugal. La nueva reina alumbró a una niña el 21 de agosto de 1817, de nombre María Isabel Luisa, que murió irremediablemente al cabo de cuatro meses y medio, el 9 de enero de 1818. Preocupado por su descendencia, Fernando VII volvió a la carga para dejar de nuevo embarazada a su esposa. Pero otra vez lució la mala estrella en los momentos decisivos en la vida de los Borbones de España: el 26 de diciembre de 1818 hubo que practicar una cesárea a la reina para extraerle una hija muerta, con tan mala fortuna que la madre también falleció cuando solo contaba veintiún años.
Desesperado por seguir sin descendencia, Fernando VII volvió a contraer matrimonio consanguíneo, esta vez con una prima y sobrina segunda suya, la princesa María Josefa Amalia de Sajonia, de solo quince años. Pero la bestialidad con que el monarca trató a su ingenua esposa en la noche de bodas despertó en ella para siempre la frigidez y, como consecuencia de ésta, la infecundidad durante los diez años que duró el matrimonio, hasta la muerte de la reina cuando contaba 25. Aquella horrible velada, en la que la reina, presa del pánico y la repugnancia, llegó a orinarse en la cama e incluso a hacerse sus necesidades mayores, malogró irremediablemente las ansias del soberano por conseguir un heredero. Solo su cuarta esposa, María Cristina de Borbón y Borbón, que era sobrina suya por ser hija de su hermana María Isabel, casada con el rey de Nápoles Francisco I de las Dos Sicilias, le dio el fruto que con tanta premura ansiaba. Tras consumar salvajemente el matrimonio con una violación, quedó embarazada y dio a luz a la princesa de Asturias, la futura Isabel II, a la que siguió, dos años después, su hermana la infanta Luisa Fernanda.
De carácter afeminado
Casada con su primo hermano Francisco de Asís de Borbón, a quien más de uno llamaba despectivamente Paquita por su carácter afeminado, Isabel II hará de tripas corazón para seguir adelante con su matrimonio arreglado por razones de Estado. No en vano la propia reina contaría años después al embajador de Alfonso XIII en París, Fernando León y Castillo, que la ropa interior de su marido tenía más encajes y puntillas que la de ella. El propio Gregorio Marañón decía de él que, a causa de su deformación genital, tenía que «orinar en cuclillas, como si fuera una mujer», siguiendo la copla popular: «Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora». Sea como fuere, lo cierto es que el 12 de julio de 1850 Isabel II dio a luz a un varón que apenas vivió una hora a causa de la asfixia que probablemente sufrió durante el parto. Minutos después, se hizo desfilar a la criatura fallecida sobre una bandeja de oro con cojín de seda ante el cuerpo diplomático. El médico de cámara, Juan Francisco Sánchez, confirmó la defunción del príncipe de Asturias ante todos los congregados.