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Ridley Scott, a vueltas con el feminismo, cierra la sección oficial del Festival de Venecia

El director de “Alien” presenta “Duelo final”, en la que se ha rodeado de Ben Affleck, Matt Damon, Jodie Comer o Nicole Holofcener
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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Ni corto ni perezoso, ayer, en Venecia, Ben Affleck se declaró feminista. Fue en la rueda de prensa de “Duelo final”, dirigida por Ridley Scott. La película, escrita por Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener, y que se presentaba fuera de concurso, es una suerte de “Rashomon” medieval con una violación como epicentro narrativo. La alusión al clásico fundacional de Akira Kurosawa fue la intervención más sagaz de Scott, que, a sus 83 años, podría haberse declarado feminista y no lo hizo. Después de todo, él fue quién convirtió a la teniente Ripley de “Alien” en una heroína de acción, y quién transformó a “Thelma y Louise” en un manifiesto ‘mainstream’ sobre la liberación de la mujer, curiosamente también con una violación como motor narrativo. Scott, que recibió ayer en Venecia el premio honorífico Glory to the Filmmaker, no parecía muy interesado en hablar de su obra. Affleck y Damon hablaron por él (e interrumpieron a Holofcener demostrando que los caminos hacia el micromachismo son inescrutables).
A lo que íbamos. En efecto, “Duelo final” es una película feminista. Si el ensayo novelístico en que se basa ponía el acento en la práctica de los juicios por combate en la Edad Media, que acabó precisamente con el que protagonizan los caballeros Jean de Carrouges IV (Matt Damon) y Jacques LeGris (Adam Driver), filmado por Scott con abrasivo realismo, en la película la auténtica protagonista es Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), esposa del primero y objeto de deseo del segundo. Dividida en tres capítulos, que corresponden al punto de vista de cada uno de los personajes, “Duelo final” se parece mucho a “Les choses humaines”, el filme de Attal que también tomaba una violación como punto de partida para examinar la poca autoconciencia que tiene el machismo de su toxicidad. Lo que las diferencia es que, en la película de Scott, la historia se repite tres veces para demostrar las diferencias que se generan cuando se explica desde una perspectiva masculina y otra femenina. Ese enfoque provoca dos problemas insalvables: por un lado, cada capítulo aporta bien poco al desarrollo de la trama, conformándose con corroborar que los dos hombres en liza eran dos brutos incapaces de percibir a la mujer como un ser humano, no como una propiedad que se puede comprar y vender; por otro, la puesta en escena apenas varía de un capítulo a otro, delatando la escasa consistencia de la propuesta visual de Scott. Se supone que la intención del filme es trazar los antecedentes culturales de la opresión de la mujer en la sociedad actual, pero su afán por proyectar en lo contemporáneo sus conclusiones se nos antoja un tanto simplista. Por suerte, el siglo XIV no tiene nada que ver con el XXI, al menos en lo que se refiere al reconocimiento de los derechos de la mujer en Occidente.
En la trilogía que cierra “Un autre monde”, el francés Stéphane Brizé vuelve a utilizar a Vincent Lindon como proyección del espectador en el mundo del trabajo aplastado por el capitalismo. Primero fue víctima del paro (“La ley del mercado”), luego sindicalista (“En guerra”) y ahora buen patrón. ¿Existe, no obstante, la posibilidad plausible de esa figura? Existe cuando lo consideramos un obrero más, una pieza manipulable en el organigrama vertical de una gran corporación. Así las cosas, Lindon interpreta al director de una fábrica que suda tinta para evitar una nueva regulación de empleo. El error de Brizé reside en canonizarlo: es otro mártir de los mercados que acabará comportándose como un héroe -mucho más que los subordinados que lo presionan- cuando desafía al sistema comportándose como un santo proletario. ¿Lo es teniendo un patrimonio que excede el millón de euros? Aquí se nota el reduccionismo de la visión de Brizé, más facilonamente utópica que realista.
¿Existe otro cine filipino del que estamos acostumbrados a ver en los festivales de clase A? La inclusión de una película como “On the Job: Missing 8”, de Erik Matti, en la sección oficial de la Mostra es toda una declaración de principios. Más allá de las obras de Lav Diaz, Brillante Mendoza o Raya Martin, en las Filipinas hay auténtica pasión por el cine de género. Otra cosa es que el espectador pueda vencer el ‘shock’ cultural y comulgue con una crónica de corrupción política, periodística y gangsteril que podría haber firmado Sidney Lumet si hubiera nacido en Manila y con un uso de la música que intenta imitar al Scorsese de “Uno de los nuestros” pero en tagalo. Es tentador dejarse llevar por el encanto ‘kitsch’ de esta ‘soap opera’ monumental (tres horas y media), sobre todo porque se toma muy en serio su denuncia, pero el resultado final es tan exótico como tosco.

Qué será, será...

A este crítico no se le dan bien las quinielas, y menos si el presidente del jurado es Bong Joon-ho, cuya comprobada cinefilia es tan omnívora como impredecible. Todo nos hace pensar que el cineasta coreano y sus colegas de deliberación (las actrices Virginie Efira, Cynthia Erivo y Sarah Gadon y los directores Saverio Constanzo, Alexander Nanau y Chloe Zhao) tienen a Almodóvar en su terna final: después de todo, “Parásitos” ganó la Palma de Oro en feroz contienda con “Dolor y gloria”. “Madres paralelas” también podría darle buenas noticias a Penélope Cruz, alabada por unanimidad por toda la prensa internacional, aunque Kristen Stewart como Lady Di en “Spencer” es una dura rival. El caso es que el jurado tiene donde elegir: “The Power of the Dog” (Campion), “The Card Counter” (Schrader) y, en menor medida, “The Hand of God” (Sorrentino) son excelentes candidatas. Eso sí, la francesa “El acontecimiento” puede consensuar los rifirrafes del jurado: es una película seca, rigurosa y comprometida con una causa social, el aborto.