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Lo que Japón querría olvidar

El drama histórico «La mujer del espía», de Kiyoshi Kurosawa, obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Venecia
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En las películas de Kiyoshi Kurosawa el matrimonio, como dupla interpretativa pero también como espejo dual de las emociones universales, se erige como lo que él mismo califica de “unidad mínima de expresión”. Esto es, el lugar reducido donde comienza y termina la vida. Siguiendo con esta dinámica de querencia por las parejas, el prestigioso director nipón se atreve en su última cinta con el género del espionaje y apuesta por un reflexivo tratamiento de la memoria histórica. Ambientada en los albores de la Segunda Guerra Mundial, “La mujer del espía” refresca sin vergüenza las atrocidades cometidas por Japón durante su periodo de expansionismo y pone el foco en el poder de los afectos que desarrollan sus protagonistas, él comerciante local testigo involuntario de unos crímenes aberrantes cometidos en Manchuria y ella esposa estoica y defensora a ultranza de su marido. El antifaz blanco que se coloca con misterioso magnetismo Satoko en sus ojos durante una de las secuencias de la película muda amateur que graba su marido, un comerciante local de nombre Yusaku, ya preludia con la dosis de sutileza necesaria los juegos de máscaras, apariencias y engaños que de forma laberíntica y elegante serpentean la historia.

Las caras del amor

Reconoce Kurosawa -que por tentador que suene no tiene parentesco alguno con el célebre director de “Rashomon”- en entrevista con LA RAZÓN, que “el Japón de 1940, el de la guerra, no se parece nada al actual. La libertad de expresión de las personas no tiene nada que ver con la de antes, pero es verdad que sí que hay un cierto peligro actualmente en el hecho de que la sociedad vuelva a ser igual de individualista y violenta, no de forma inminente, pero sí existe”. Además de establecer comparativas con los potenciales peligros del Japón actual, el cineasta subraya la conversión del matrimonio en una de sus principales señas de identidad como creador: “Cuando hablamos del ser humano en el fondo hablamos de personajes y a mí me interesa mostrar cómo se relacionan entre ellos. Para mí un matrimonio es la unidad mínima de expresión. Un matrimonio convive durante un tiempo determinado en un hogar y pese a que cada uno tiene conatos de individualidad y parcelas personales de libertad (cuando van a trabajar, cuando se relacionan con amigos…) siempre vuelven a compartir su tiempo”.
Cuando Satoko descubre la implicación como observador casual de Yusaku, el amor incorruptible que les une se torna desesperado y generoso en pos de una justicia común. “El amor es una de las cosas más importantes que tenemos, uno de los tesoros más preciados que existen. En mi vida cotidiana resulta esencial y tiene diversas caras. El mostrado por Kasoko en esta película alude a la parte más generosa y desinteresada del propio sentimiento. El problema es que el amor aquí conlleva complicaciones y adversidades como la posibilidad de terminar encerrada dentro de un manicomio”, asegura Kurosawa. Pese a que “es posible que en los últimos años haya habido una tendencia creciente en el estreno de películas de espionaje pero no en Japón. Aquí no hay costumbre en la realización de este tipo de género”, el realizador no ha dudado en lanzarse de cabeza a un sugestivo, intrincado y romántico retrato de la heroicidad traumática de la guerra.