Crítica de “Annette”: el principio del placer ★★★★☆
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Título: Annette. Dirección: Leos Carax. Guion: Ron y Russell Mael. Intérpretes: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg. Francia-México-USA-Suiza-Bélgica-Japón-Alemania, 2020, 139 min. Género: Musical.
¿Se había inventado el musical áspero, cubista, romántico y viceversa? ¿Se había inventado el musical que nos avisa de que empieza el espectáculo con una amenaza? “Aguantad la respiración. Respirar no está permitido. Por favor, respira, profundamente y por última vez, ahora mismo”. ¿Por última vez? “Annette” podría ser un musical subacuático, o un musical lunar, o un musical que baila en el reino de los muertos. Correspondiéndose con el espíritu original del proyecto de los Sparks, que era el de hacer un álbum conceptual, Carax ha hecho un musical ‘ad hoc’, alérgico al relato cómodo, siempre al calor de su obsesión habitual -el amor como bendición, el amor como maldición-, ahora aliñada por una visión, cómo no, nihilista sobre la celebridad en tiempos de redes sociales, y por un no menos nihilista retrato sobre la masculinidad tóxica, que tiene, como centro descentrado, el personaje de una hija-demiurga encarnada en la figura de una marioneta incapaz de mentir.
Mientras escribo, pienso que tal vez el único problema de “Annette” es su pasión por lo absoluto. En algunas películas de Carax, eso era una virtud, la más irreemplazable de “Mala sangre” o de “Holy Motors”, por hablar de dos obras maestras que hacían de la imperfección un placer casi sacro, el de las primeras veces que recomienzan. Cada secuencia tenía que agotarse en sí misma, como una cerilla. Aquí, las cerillas duran demasiado. Lo vemos, por ejemplo, en el primer espectáculo de Henry McHenry (desbordante Adam Driver) como el ‘stand-up comedian’ de la hostilidad, como un boxeador que se resiste a soltar del cuello a su contrincante, escupiendo sobre las sombras de su público. Es la Bestia preparándose para rescatar a la Bella (Marion Cotillard) del acoso de las cámaras, la cantante de ópera que se pierde en un decorado-bosque, como una huérfana en un sueño. Seguro que estamos igual de cerca de Cocteau que de Demy, pero no importa: a veces, muy pocas, “Annette” se cansa un poco de sí misma, con las canciones de los Sparks replegándose sobre los círculos concéntricos de una trama que puede recordar a la de “Ha nacido una estrella”.
Decía el crítico Serge Daney que Hitchcock sabía trabajar con dos velocidades a la vez, la del principio del placer y la del principio de realidad. Carax solo conoce el principio del placer, que a veces es el del odio, la frustración y el desconcierto. “Annette” supone la sublimación del placer de un musical onírico, marciano, que atraviesa toda su filmografía, y que se ajusta a la filosofía de alguien que procura no volver a sus películas porque, en realidad, son un fuego inacabado que lo consume todo.
Lo mejor: el inicio, irresistible; la comunión Sparks-Carax; Adam Driver; sus brillantes ideas poéticas.
Lo peor: sus irregularidades, que son bienvenidas, te dejan exhausto, a veces demasiado.