Juan Pablo I, el Papa con vocación de periodista
Los diarios del pontífice han dejado constancia de sus vivencias a lo largo de su carrera
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Juan Pablo I llevó varios diarios durante toda su vida en los que reflejó sus vivencias y su pensamiento, lo que ha resultado muy útil para quienes han querido conocer más de cerca a este fascinante personaje de la historia de la Iglesia y, en especial, a su cortísima pero intensa etapa final, la de los 33 días de papado. He aquí, ahora, un adelanto de mi nuevo libro «Papas», que sale a las librerías este jueves publicado por Plaza y Janés.
Albino Luciani era un lector empedernido. Así, su vasta colección de libros era su tesoro inseparable y se cuenta que a lo largo de su vida fue capaz de desprenderse de cualquier bien material por muy significativo que fuera, menos de los libros. Podemos destacar, como ejemplo de su poco apego, cierta ocasión en la que siendo patriarca de Venecia sus oficinas estaban llenas de desheredados de la fortuna, y este, llevado por el más puro instinto de caridad, quiso conseguirles alimentos. De modo que decidió vender la cruz de piedras preciosas y la cadena de oro que habían pertenecido a Pío XII y que le había regalado Juan XXIII cuando accedió al episcopado.
Ni muebles ni nada especial
Además, cuando llegó al Vaticano no pidió ningún mueble ni nada especial para sus aposentos, como era normal en todos sus predecesores. Su solicitud especial, además de su ropa, fue que le trajeran de Venecia, donde había morado hasta entonces, sus más de cinco mil libros, tan queridos por él. La querencia por la lectura hizo que desarrollara una gran afición a escribir. Siempre decía que si no hubiera sido religioso, se habría dedicado al periodismo. Adoptó una forma muy curiosa de comunicarse escribiendo y era la de redactar cartas ficticias a personajes históricos y literarios. Adoptaba el personaje al que dirigía cada carta en función del mensaje que quería transmitir: si era a un niño, qué mejor que escribir a Pinocho; si era a un religioso escribía a Jesús, y así fue construyendo todo un epistolario. Todas estas cartas fueron publicadas en un libro que al ser nombrado papa se convirtió en bestseller.
En su último Diario se puede leer lo escrito el 26 de agosto de 1978, cuando fue elegido Papa. Describe profusamente el camino de su afición a la lectura. Narra cómo su madre le enseñó a leer y a escribir y le mandó a los siete años a la escuela. De natural travieso, él se describe como «inaguantable» al asegurar que revolucionaba a todos sus compañeros. Ante este panorama, el párroco, de acuerdo con su pacientísima madre, le buscó una afición que le tranquilizara: la lectura.
Prosigue describiendo cómo a los ocho años ya se había leído todo lo de Emilio Salgari y Julio Verne, y a los diez todo lo de Mark Twain, Charles Dickens o Gilbert Keith Chesterton. Tiene una frase muy significativa: «Me enfadé con una maestra y hasta la llamé ladrona porque no me devolvía un libro; era entonces aún muy desordenado, pintarrajeaba los cuadernos y los libros de clase. Pero me sentía totalmente feliz».
Durante su pontificado tuvo encontronazos con el «Osservatore Romano», hasta el punto de mandar destituir a su director. A Juan Pablo I le gustaba escribir sus propios discursos y homilías, lo que no era habitual en sus antecesores, de cuya redacción se encargaba la Secretaría de Estado. Cuando leyó el primer mensaje al mundo desde la Capilla Sixtina hizo numerosas improvisaciones e incluso eliminó el plural mayestático «nos» que siempre le había molestado.
Al día siguiente, el periódico publicó el discurso oficial sin ninguna de las correcciones del Papa y en tono mayestático. Esto le molestó profundamente. Pero lo siguiente fue peor. La prensa tergiversó sus declaraciones. Juan Pablo I había expresado su deseo de no hacer cambios en la curia hasta no tener toda la información sobre cada uno de sus miembros. Pero la noticia publicada señalaba que el Papa había confirmado a todos sus componentes.
Es significativo cómo describe estas discrepancias el Papa en su Diario: «Acabo de decírselo todo, algo atropelladamente, al cardenal Villot, que pide disculpas para el director del diario, a quien mis sencillas ocurrencias deben de parecer próximas a la herejía, pero le insisto a Villot en que hablo como Papa y como periodista, y que si estas rutinas no se corrigen de una vez, empezaré los cambios por el giornale político-religioso, donde también se debe hacer periodismo real». Al principio, muchos de sus discursos y homilías no gustaron al establishment de la Iglesia de entonces.