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Neus Ballús: “No tolerar a otros demuestra incapacidad para tolerar algo sobre nosotros mismos”

La directora catalana cierra su trilogía de actores de lo real con “Seis días corrientes”, una comedia que huye de las convenciones del costumbrismo y que fue premiada en Locarno
Eduardo MargaretoAgencia ICAL
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Después de “La plaga” y “El viaje de Marta”, dos películas en las que a partir de contextos reales y actores no profesionales, conseguía construir mundos propios con un código cinematográfico único pero a la vez accesible, Neus Ballús (Mollet del Vallés, 1980) cierra una especie de trilogía de actores de lo real con “Seis días corrientes”, ya en cines. La directora, que recibió la Espiga de Plata a la Mejor Dirección en la pasada edición de la Seminci de Valladolid, ha contado esta vez con tres “manitas” (”lampistas”, hombres para todo), uno recién llegado a España, otro a punto de jubilarse y un último en plena crisis de mediana edad, para intentar demostrar que otro tipo de costumbrismo es posible y que las historias del día a día todavía tienen capacidad de epatar y, en cierto modo, de revelar verdad.
Ballús, que atendió a LA RAZÓN en el certamen vallisoletano, triunfó también en el pasado Festival de Locarno, donde los tres actores protagonistas (Mohamed Mellali, Pep Sarrà y Valero Escolar) fueron reconocidos como los mejores intérpretes de la competición oficial. Después de un injusto y sonoro silencio de los Goya, que pretenden arreglar, por ejemplo, los Premios Feroz, “Seis días corrientes” encara su segunda semana en la cartelera como una de las propuestas más sólidas (si no la que más) en el cine español de lo que queda de año.
-Voy a ser completamente original y le voy a preguntar. ¿Dónde nace el proyecto? ¿Cuándo le empezó a dar forma?
-El compañero de mi madre es fontanero, y desde siempre he oído historias de cuando entraba en casa de la señora María, del señor no se qué… Entonces me di cuenta de que en estas situaciones tan simples, cuando alguien acude a tu casa a reparar algo, hay en ello algo muy revelador. Sobre las relaciones humanas, los prejuicios y el drama cotidiano o el surrealismo y el potencial cómico de nuestro día a día. Me puse a explorar un poco el tema por eso mismo.
-¿Por qué eligió contar la película desde la perspectiva de Moha?
-Es casi un acto de justicia. Por un lado, Moha es como una especie de alter ego mío, porque de alguna forma ellos acceden a un hogar y se convierten en observadores participantes. Crean las situaciones, como los cineastas. Al menos yo, que vengo de lo real. Me parecía que alguien que acaba de conocer cómo funciona esa dinámica puede observar con una mirada más fresca y quizás más objetiva qué es lo que no funciona de nuestra sociedad. Y, finalmente, por el hecho de no ser aceptado y estar sometido a este juicio, lo hace mejor. Cuando el compañero de mi madre me comentaba cómo era esa experiencia, cómo se sentía cuando accedía a esas casas, como la gente que limpia, hay algo de invisibilidad. Como que no prestamos atención a la gente y hay una deshumanización total de la gente a la que dejamos entrar en nuestras casas.
-En la película entran en juego varias dinámicas, de clase, de raza… ¿Cree que también hay una especie de ejercicio de honestidad en tratar la película desde el punto de vista de Moha?
-También. Surgió de una forma casi natural, porque yo al elegir a los tres, me gustaba mucho la mirada de Moha. El problema es que habla muy poquito español, y catalán todavía menos, entonces se creaba una especie de desequilibrio no ya en el personaje, si no en la interpretación. Hasta en el relato. Vi, de inmediato, que era necesario incorporar la voz de Moha en su propia lengua. ¿Por qué? Muy a menudo mostramos personajes que acaban de llegar a nuestra realidad, en nuestra lengua, y el retrato que hacemos es totalmente injusto. Con su inteligencia, su potencial o la totalidad de quienes son. Moha tiene una inteligencia poética que no la podía expresar de ninguna otra forma, y al darle esa voz interior, lo convertí un poco más en mi alter ego, dando salida a pensamientos míos en esa reflexión, y por otro lado, sí que era importante darle voz propia.
-¿Cómo dio forma a Valero? Para que no resulte un estereotipo, para que pueda resultar también en identificación con su personaje…
-La idea era encontrar cómo hacemos para que el espectador se planteara realmente sus prejuicios y cómo trata a los demás. Yo diría que muchas veces se muestran estas situaciones en un blanco y negro muy duro, sobre todo en el cine más explícitamente político. Hay como una gran voluntad de incidir en ello. Me parece una simplificación que no produce ninguna transformación. El hecho de que alguien se pueda sentir identificado con Valero o que conozca a algún Valero nos hace plantearnos qué prejuicios tenemos. Después, me resultaba muy interesante el trasladar también mi propia relación con Valero, el no estar de acuerdo en nada con él y decir: ¿Cómo me identifico con él? Claro, no es así de racista, pero estamos muy lejos en muchas cosas. Era, en cierto modo, preguntarme, cómo, como cineasta sensible a esos juicios ajenos, podía entender a alguien tan intolerante. Eso se hace a través de la empatía, y eso termina en la película a través de una deconstrucción de Valero y de esa figura clásica del macho español. Se va desintegrando hasta descubrir su vulnerabilidad. Solo cuando se tolera a sí mismo es capaz de tolerar a otros. Por eso pienso que cuando nos cuesta tolerar a otros, es porque no somos capaces de tolerar algo sobre nosotros mismos.
-¿Cómo encontró a los actores? ¿Cómo ha vivido la repercusión desde los premios en Locarno?
-Les conocí como yo hago normalmente hago el cásting, lo que los franceses llaman “casting-sauvage”. Es ir a los sitios donde puede estar la gente que quieres encontrar. En un cásting abierto esto no habría funcionado. Yo quería gente que nunca se hubiera planteado hacer una película y que, quizá, tuviera una resistencia inicial a hacerla. ¿Por qué? Hace que no tengan ninguna expectativa y les hace más libres en su interpretación. Llegué a un acuerdo con la escuela del gremio en Barcelona, me colaba en la instalación, y observaba a la gente. Así vi a más de 1.000 fontaneros, a lo largo de varios meses. Hay en ello un trabajo de dos años de introducción en un método, que es con el que voy a rodar, les doy una situación más o menos ficticia, y tendrían que reaccionar como ellos lo harían. Eso parece simple, pero es muy difícil. Todo el dispositivo fílmico de la película está pensado para conseguir las mejores interpretaciones posibles y que surjan esas perlas que son improvisadas, sí, pero van en una dirección muy marcada y muy buscada. Entonces eso no es casual, tienes que ver con cómo diseñas la foto, el sonido, etc. Todo para ellos. El premio de Locarno me hizo mucha ilusión porque es realmente donde está el esfuerzo visible de la película.
-¿Se imagina esta película ocurriendo fuera de Barcelona y sus alrededores?
-Sí, muy probablemente. Me gusta que la idea sea exportable y universal, la de alguien que irrumpe en lo doméstico. Es una situación con un potencial cómico y descriptivo enorme. Hay situaciones, claro, que son muy catalanas. Allí los instaladores es muy habitual que hagan gas, luz y fontanería a la vez. Haría ajustes en el guion pero sí creo que nos sumerge en situaciones muy universales.
-A nivel de producción, ¿ha sido complicado levantar la película?
-Financiarla no ha sido tan difícil. Al ser la tercera película que hago con no actores, creo que ofrezco aunque sea una mínima garantía de saber lo que estoy haciendo y ayuda. Y después, nos ayudó mucho rodar un “teaser”. Mi primera financiación llegó no por un guion firme, si no por una pequeña pieza de dos minutos en la que transmitíamos el tono de la película y presentábamos a los personajes. Entre esa pieza, que era cómica, y la idea, la pudimos financiar. Lo que no fue tan fácil fue lograr levantar el diseño de producción que yo necesitaba: rodar una semana sí y otra no, siempre en orden cronológico, muy dilatado en el tiempo, rodar después de montar… Es un proyecto con estrategia a medida y a fuego lento. Yo soy una firme defensora del “slow-cinema” en el aspecto de la producción. Todos necesitábamos una maduración orgánica.
-¿Siente que su película podría ser la cara B de “El buen patrón”?
-Todavía no la he visto, por lo que no te lo podría decir. Mi impresión de llegar al público, siendo una película así, pequeñita, viene también de mi experiencia. Yo vengo de una familia de trabajadores, donde soy la primera mujer en estudiar. Hago cine con un componente de riesgo, o de innovación, por compromiso, para provocar un poco de movimiento de las estructuras básicas. Pero a la vez, por mis mismos orígenes, tengo una voluntad de llegar a la base de la sociedad, al público más general, quiero que esa película guste a los Valeros, a los Mohas. Es una película muy exigente con el cine, pero también accesible.
-¿Se puede hacer cine explícitamente político sin estar con el ceño fruncido?
-Me gustaría que tú me lo respondieras, porque esa era mi intención. La mía es una película súper comprometida con la realidad, con una ideología clara detrás, y evidente, como todas las películas. Y la idea no es adoctrinar, es que tú, por ti mismo, te metas en la piel de los personajes, los entiendas y te lo pases bien. Y cuando salgas a la calle, y te compres una barra de pan en un bazar, pienses en cómo tratas a alguien según sea latino, negra o lo que sea. Me gustaría que esa fuera la reflexión final del espectador.
-¿Cómo ha vivido con los actores toda la experiencia? ¿Cómo les ha acompañado?
-Están en un estado de estupefacción total. Les veo, con las entrevistas, hablando con unas certezas brutales. Están viviendo una experiencia excepcional en la que solo con los años valorarán qué ha sido esto. Y no puedo hacer otra cosa que ejercer un poco de madre y bajarles todo el rato a la realidad. ¡Han ganado el premio a las mejores actuaciones en Locarno! Mi labor es bajarles a la realidad y es mi responsabilidad ser la aguafiestas. No hacerles vivir un sueño irreal. Mi trabajo es ese.
-¿Qué le depara el futuro profesional más inmediato?
-Estoy centrada en el camino, porque no se puede abandonar fácilmente estas películas, pero estoy escribiendo otra cosa. Muy alejada de esto, porque necesito, después de tres películas con no actores, hacer un descanso de ello. Es un poco como hacer de madre y es una carga emocional muy fuerte. Aunque sea muy interesante seguir ese proceso de creación, y esa transformación. Tengo la sensación de que esta película culmina una cierta forma de trabajar en mi carrera e inaugura otra.