Buscar Iniciar sesión

Las ideas parásitas que matan la libertad y el sentido común

El pensador Gad Saad carga contra la mentalidad y la ideología del relativismo y de lo políticamente correcto que ahora propugna la izquierda y que está acabando con la enseñanza del conocimiento y las grandes universidades
Dreamstime
La Razón

Creada:

Última actualización:

Las universidades se encuentran en este momento (y desde hace un tiempo) más preocupadas por no herir sentimientos que por avanzar en el conocimiento o buscar la verdad de manera desprejuiciada, aspiraciones ambas que se le presuponen innatas e inalienables, y, lamentable y preocupantemente, se extiende este fenómeno de manera imparable a todos los ámbitos sociales: de la empresa a la política, del debate público al acervo popular. Es allí precisamente, en las universidades, donde se desarrollaron y alentaron los movimientos identitarios y el relativismo cultural que ahora asedian a la verdad, la lógica, la ciencia y la razón. Y, con todo esto, amenazan a nuestras libertades.
Ante los «no será para tanto» o «exageras» de despreocupados y optimistas, no son pocos los que lo denuncian y lo combaten. Entre ellos, y por poner un ejemplo, los profesores José Errasti y Marino Pérez Álvarez, autores del reciente ensayo «Nadie nace en un cuerpo equivocado: Éxito y miseria de la identidad de género», en el que denuncian esa intoxicación de la Universidad y la sustitución de los argumentos por los sentimientos; o el psiquiatra Pablo Malo, que en «Los peligros de la moralidad: Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI» nos habla de los peligros de esa hipermoralización que conllevan determinadas ideologías. Libros como «La masa enfurecida», de Douglas Murray, «Generación ofendida: De la policía cultural a la policía del pensamiento», de Caroline Fourest o «La casa del ahorcado», de Juan Soto Ivars, reflexionan sobre cómo los movimientos identitarios, nacidos al amparo de unos campus cada vez más fanatizados, y las ideologías progresistas en boga enturbian el debate público y amenazan nuestras democracias. Ahora, Gad Saad, psicólogo evolucionista de origen libanés y profesor de marketing en la Universidad Concordia de Montreal, plantea el peligro y la necesidad de enfrentarlo en «La mente parasitaria. Cómo las ideas infecciosas están matando el sentido común».
Es este un libro valiente y provocador, como lo es todo lo dicho desde el sentido común y la lógica sin complejos, y también un intento de facilitar y compartir ciertas herramientas con las que encarar el asedio. En él, Saab, acostumbrado a la crítica por su empeño en combatir sin ambages lo que él llama «ideas patógenas», presenta el acoso que sufren hoy el sentido común y la verdad como antesala de la pérdida de la libertad. «No hay nada más importante que luchar por la libertad de expresión y de conciencia», escribía en 2019, «y el compromiso con la ciencia, la razón y la lógica frente a un dogma cuasi religioso. Quienes son incapaces de ver el contexto general son cómplices en la perpetuación del actual “zeitgeist” de locura. Que a veces yo utilice la sátira, el sarcasmo y el humor para dar la batalla contra los enemigos de la razón no debería impediros entender lo sería que es». Y esta podría ser una buena sinopsis de su libro.
Si esta es la guerra que estamos librando, la de las ideas, como sostiene Saab, lo lógico sería pensar que es una lucha entre buenas y malas ideas. Y son las malas, las infecciosas, las que están acabando con el sentido común, emponzoñando el debate público y convirtiéndolo en emocional más que en racional. Y Saab tiene claro quién es quién en esta batalla: de un lado la razón, la lógica, la ciencia, el sentido común, la libertad. De otro, la corrección política, el relativismo cultural, los movimientos identitarios, los activismos radicales. «Estas ideas patógenas destruyen nuestro concepto de libertad y sentido común con postulados como que el arte invisible es una forma de arte, que todas las diferencias sexuales se deben a un constructo social y que algunas mujeres tienen penes de veintidós centímetros».

El altar del progresismo

Son estas ideas las que han llevado a las universidades a lo que él llama «la autoflagelación piadosa en el altar del progresismo», lo que nos ha llevado a todos a un mundo binario, bajo la visión del indignado, el ofendido y el resentido, en el que solo puedes ser «o una noble víctima –aunque tengas que inventártelo– o un repulsivo intolerante –aunque jamás lo hayas sido–». En nuestro país se aprobaba estos días la Ley de Convivencia Universitaria, con 152 votos a favor y 108 en contra y tras no admitirse ni una sola de las 106 enmiendas presentadas por PP, Vox, Geroa Bai, JxCat, Cs y PNV. Lamentaban los rectores que el texto que define un nuevo sistema de faltas y de sanciones, reformulando el modelo de convivencia, no incluye lo consensuado durante los meses de negociación entre representantes del Sistema Universitario Español y el Gobierno. Este marco permite que sea cada comunidad autónoma y cada universidad la que aplique sus reglas, pudiendo resultar distintas entre cada una de ellas y generando una inseguridad jurídica en las comunidades universitarias y una puerta abierta a la tiranía ideológica.
Al mismo tiempo, se cocinan en nuestras Universidades códigos éticos que pretenden guiar la conducta de los actores que forman parte de la comunidad universitaria. Una suerte de colección de sugerencias, carentes de carácter sancionador, pero no reprobatorio, que aspiran a mejorar el clima moral, y de los que se desprende cierto aroma a instrumento ideológico que mezcla aspectos de tipo reglamentario con otros disciplinarios y, por supuesto, las píldoras condescendientes con la tiranía de las minorías.
Todo ello redactado bajo la apariencia de probidad, pero con la suficiente elasticidad en los conceptos como para que la más mínima disidencia pueda ser censurable. Por nuestro bien. Algunos se atreven incluso a facilitar un «buzón ético» en el que depositar de manera anónima denuncias por incumplimientos de estos códigos. Digámoslo al estilo Gad Saab: las «Comisiones de Ética e Integridad Académica» se llaman así porque llamarlas «Comisiones de Control del Pensamiento» era demasiado explícito.
¿Cómo arreglar nuestras Universidades? Saab tiene una fórmula: «Nuestras universidades deberían volver a comprometerse con la búsqueda de la excelencia académica y arrojar las políticas identitarias –y su culto a la “diversidad, inclusión y equidad”– al vertedero de la historia». No se queda Saab en la crítica y nos conmina a actuar, a no subestimar el peligro y a ser cómplices con nuestra indiferencia: «La batalla de las ideas no conoce fronteras. Hay mucho por hacer». No pide heroicidades, sino acciones a la altura de nuestras posibilidades: «Participa. No seas un espectador mientras la verdad, la razón y la lógica te piden ayuda». ¿Y cómo? Él lo tiene claro: cree en el poder de tu voz, no tengas miedo de ofender, no sucumbas al exhibicionismo de la virtud, actúa, no te amilanes.
Una bienvenida
Quizá se podría empezar por aplicar las palabras del decano de estudiantes de la Universidad de Chicago, John Ellison, en su carta de bienvenida de 2020: «Se anima a los miembros de nuestra comunidad a hablar, escribir, escuchar, cuestionar y aprender sin temor a la censura. La civilidad y el respeto mutuo son vitales para todos nosotros, y la libertad de expresión no significa la libertad de hostigar o amenazar a los demás. Descubrirás que lo que esperamos de los miembros de nuestra comunidad es que participen en debates, discusiones e incluso desacuerdos rigurosos. A veces, eso puede contrariarte e incluso causarte malestar. Nuestro compromiso con la libertad de expresión académica significa que no apoyamos las llamadas alertas de detonante, ni retiramos la invitación a los oradores porque sus temas puedan resultar controvertidos, ni toleramos la creación de espacios seguros intelectuales donde las personas puedan alejarse de las ideas y puntos de vista discrepantes con los suyos. El fomento del libre intercambio de ideas refuerza una prioridad universitaria relacionada: crear un campus que dé la bienvenida a las personas de todos los orígenes. La diversidad de opiniones y bagajes es una fortaleza fundamental de nuestra comunidad. Los miembros de nuestra comunidad deben tener la libertad de adoptar y explorar una amplia gama de ideas». Es desolador que en una Universidad, hoy en día, deba comenzarse un curso clamando que el agua moja.

Archivado en: