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Retroprogres contra Neorrancios: la izquierda busca pelea ideológica

¿Qué es neorrancio? Todo lo que no guste a la extrema izquierda. Sin argumentos sólidos, señalan a los que se salen del carril
La Razón

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Porque posiblemente, en algún momento, hayas pensado que antes los trabajos ofrecían una estabilidad de la que ahora carecemos, y que eso estaba bien; o que era más fácil comprarse una casa o firmar una hipoteca, y no era tan malo. Que las relaciones eran menos líquidas y los lazos familiares y sociales más sólidos. O simplemente echas de menos tu pueblo o a tus abuelos. O te gustan las natillas. Nostalgia mal. Neorrancio es, como rojipardo, todo lo que va desde cualquier pensamiento que no encaje exactamente con el ideario extremoizquierdista más radical, y que levemente incomode a este, hasta un centro derecha moderado. Es decir, todo lo que, porque sería una desfachatez difícilmente sostenible, no puede ser marcado con la F escarlata de «facha» sin producir sonrojo. Pero todo lo demás sigue siendo facha, descuiden. Incluso los neorrancios son fachas, solo que un poco menos.
La definición de «neorrancio» es líquida y flotante, como tantos otros conceptos que se manejan hoy en el debate público por hipermotivados activistas identitarios que desprecian el significado real de las palabras para adaptarlas a sus fines y necesidades. Si facha es todo lo que no le guste a la izquierda, neorrancio es lo que molesta a la izquierda más extrema pero sin un argumento sólido o una reflexión elaborada que sustente la inquina y camufle la tirria personal. No hay una definición de neorrancio, digo, pero sí sabemos quiénes son neorrancios: Pedro Insua, Víctor Lenore, Juan Soto Ivars, Guillermo del Valle, Félix Ovejero, Sergio del Molino, David Mejía, Ana Iris Simón... El neologismo ha dado título incluso a un libro colaborativo y deslavazado con pretensión de análisis, intuyo, (voluntad de diálogo y respeto literario, dicen ellos) pero lo que consigue en realidad es producir una desagradable sensación de incomodo ante la impúdica exhibición de rencor, rabia, envidia y enojo por el éxito ajeno.
Y mientras «Neorrancios» era celebrado en redes sin demasiado eco mediático ni relevancia alguna, Ana Iris Simón aparecía en la portada de «The New York Times». «Eso fue maravilloso» ríe Víctor Lenore, periodista cultural y escritor, autor de los libros «Indies, hipsters y gafapastas: Crónica de una dominación cultural» y «Espectros de la movida: por qué odiar los 80». «Que mientras diez tipos le atizaban en un libro, con ensayos sin demasiada calidad, nivel argumentativo, ni justificación cultural, ella apareciese en la portada de un medio como este como fenómeno editorial. Pero es que en los debates culturales de izquierdas -continúa- lo importante no es el qué, sino el quién. Es la proyección de sus fobias. Si lo que dice Ana Iris lo dijese Almodóvar de su pueblo o de su familia, nadie le llamaría neorrancio. Serían las mismas ideas y los mismos enfoques, pero no sería la misma reacción». «No olvidemos -tercia el escritor Sergio del Molino, autor de “La España vacía” y “La hora violeta” entre otros títulos imprescindibles- que las ideas que tanto reprochan a Ana Iris Simón son exactamente las mismas que se reivindicaban en el 15M”.
«Ahora se mola o no se mola -explica Lenore- “exactamente igual que en las revistas de moda: las cosas son cool o no lo son, uno lo es o no lo es. Pero la redactora de moda no te va a decir por qué sí y por qué no, no va a justificar lo que sostiene, solo va a señalarlo. Es un enfoque molón de la vida que funciona en este tipo de revistas pero que no lo hace en el debate cultural ni tiene cabida en él. Aquí es necesario el análisis fundamentado, la justificación cultural, el argumento».
El profesor de humanidades y articulista David Mejía, por su parte, considera que «es innegable que existe una corriente de pensamiento que reivindica valores tradicionales: la estabilidad laboral, el piso en propiedad, la monogamia, la paternidad, así como una pérdida de complejo de lo propio; lo cool no es comer sushi, es comer callos». «No es mi guerra -añade-, en materia de gustos y costumbres creo que lo importante es respetarse y que ningún colectivo pretenda imponerse. Este neocasticismo me parece una reacción ante la corriente que ha marcado las pautas de vida y del gusto durante las últimas dos décadas. Quizá sea la correlación de este fenómeno con la subida de Vox la que haya provocado nervios. Pero lo que no entiendo es el permanente señalamiento a personas concretas».
«Tiene un ánimo de derribar mediante su uso y abuso, pero también de ser un aviso a navegantes - apunta Del Molino- ,están avisando a quien contempla estas reacciones de que, si sigue la senda de estos personajes, si defiende este tipo de ideas que ellos han marcado ya como inaceptables en el debate público, podrían acabar sufriendo las consecuencias y siendo también señalados». «Un debate sensato -señala Mejía- no puede empezar colocando bajo la misma etiqueta a quien aspira a un contrato indefinido y a quien quiere restaurar el servicio militar obligatorio. He sido muy crítico con el wokismo -recuerda- pero no creo que la alternativa sea volver al casticismo».
«No hay un ánimo conceptual, ni de argumentación o análisis fundamentado detrás -añade Sergio del Molino- sino únicamente de señalamiento. No cabe el debate, ni lo pretenden. Cierran la puerta al entendimiento. Es un oportunismo, en mi opinión equivocado, porque no tiene mayor recorrido, no van a encontrar nicho más allá de las redes. No hay mayor impacto que ese».
«Yo creo que todo esto responde a un intento de algunos activistas -tercia el periodista y escritor Juan Soto Ivars, autor de ensayos como “La casa del ahorcado” o “Arden las redes”-de tratar de arrinconar a aquellos que han manifestado sus ideas libremente al margen de la hegemonía cultural de Podemos, hegemonía que, por otra parte, ahora está en quiebra».
Una definición
Precisamente Soto Ivars trataba de apuntar una definición aproximada en un reciente y muy recomendable artículo: «El neorrancio sería de izquierdas pero nacional-sindicalista, tránsfobo, homófobo, patriarcal, etcétera, aunque no sea necesario probarlo ni reunir todos los puntos». Hay un hombre en España que lo hace todo y es el neorrancio. Pero si alguien es neorrancio, si nos atenemos a ese señalamiento inpúdico y a los ataques y reproches, esa parece ser la escritora Ana Iris Simón, autora de «Feria», éxito editorial del momento y columnista en «El País». Sus columnas semanales marcan la discusión pública en redes. Lo que es indiscutible es que Simón se ha convertido en todo un fenómeno y no solo editorial. «La gente tiene que comer» comenta, entre divertida y comprensiva.
No cree Ana Iris ser la única a la que le ocurre, pero sí que cada vez más «son habituales estos escandalillos tuiteros. Por un puñado de clics, de likes se sobreinterpretan obras de todo tipo, ya sean literarias, como la mía, o musicales. Lo estamos viendo este mismo fin de semana con Rigoberta Bandini. Hay quien la acusa de ‘terf’ (feminista radical transexcluyente) por asumir que todas las mujeres tienen tetas nutricias, quienes la califican de ‘woke’ y de niña burbuja pija porque a nadie le dan miedo las tetas, quienes la señalan como adalid de la maternidad y la familia. Incluso la ministra Montero y Podemos han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid».
Pero lo cierto es que fuera de Twitter la vida es otra. «La realidad -añade Simón- siempre es más leve fuera de las redes, así que miles de personas (las que no las usan) pasarán por alto estas historias, del mismo modo que miles de personas han leído mi libro sin reparar en que es un peligroso manifiesto reaccionario. He vendido más libros que seguidores tengo en twitter, así que supongo que lo que allí acontezca no es tan importante. Allí nunca se trata estrictamente de analizar el sustrato político o sociológico de las obras, porque la voluntad de diálogo suele ser nula, sino de arrimar cada cual el ascua a su sardina. De hacerse el chulo, como decía aquel crío que fumaba de ‘El Diario de Patricia’, e integrarse en un grupo de iguales, megustas y retuits mediante. Como decía Gustavo Bueno -concluye Ana Iris- pensar es siempre pensar contra alguien. Solo que cada vez lo hacemos más chuscamente». «No sé si el término Neorrancios es ajustado -apunta Mejía- pero sin duda es comercial”. A Ana Iris le parece «un oxímoron precioso». «Es gracioso -dice- y, sospecho, fácilmente reapropiable».