La fimosis del príncipe de Asturias
A los 23 días de su llegada a este mundo, el primogénito de Alfonso XIII y Victoria Eugenia vivió una operación que se complicó más de lo esperado por la hemofilia que siempre ha acompañado a los Borbones
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La hemorragia no cesó en el cuerpecito del príncipe Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, al poco de nacer en 1907, según recordaba el general monárquico Alfredo Kindelán. Probablemente algún indiscreto palatino debió informar al general de que el heredero al Trono de España había sido operado de fimosis, por más que algún autor español se empecinase en negar la circuncisión del príncipe de Asturias, alegando la ausencia de documentos acreditativos en el Archivo de Palacio. «La cuestión –evocaba Kindelán– es que nada se supo [de la hemofilia] hasta que se decidió hacer la fimosis al hijo de los reyes. Llegó para el flamante príncipe de Asturias la hora correspondiente. Vestían batas albas los médicos y las enfermeras, reunidos en la “nurserie” de palacio. Puesto al descubierto el diminuto campo operatorio, entró en funciones el bisturí practicando una incisión anular y desprendiendo un pequeño colgajo.
Desinfectada la herida, se procedió a la sutura, con todo esmero y cuidado; viendo con sorpresa los cirujanos que no cesaba la hemorragia [...] Se acababa de tropezar con la hemofilia, enfermedad terrible que, como una maldición, castiga desde hace doscientos años a una Familia Real, al linaje dinástico de Hesse y que se ha transmitido a varios tronos de Europa». Erraba, sin embargo, Kindelán en una cuestión fundamental dado que esa tara orgánica no procedía de la casa real de Hesse, sino que había sido introducida por la reina Victoria de Inglaterra, a través de sus descendientes, en las casas de Hesse, Rusia y España.
Los médicos comprobaron, en efecto, que la hemorragia surgida tras la incisión no cesaba y dictaminaron que el príncipe, al igual que su primo, el hijo del zar de Rusia, era hemofílico. Enseguida se propaló por Palacio, por Madrid y por el país entero esta agorera sentencia: «Dios ha castigado a los Borbones. Ha mandado a la inglesa como ángel justiciero. El príncipe de Asturias es hemofílico». Pero no solo Kindelán daba fe de la operación practicada al príncipe de Asturias. También aseguraba que existió el abogado y parlamentario suizo Henri Vallotton, de quien el conde de Romanones escribió, en cierta ocasión, que leer a este autor era como «oír al mismo rey». Vallotton tuvo oportunidad de intimar con Alfonso XIII en el exilio de Lausana. «De una amistad protocolaria –añadía Romanones– llegó, en el transcurso de algunos meses, a tener [el monarca] con Vallotton, merced a la mutua simpatía, verdadera amistad».
Pues bien, veamos ya qué escribía el autor suizo a propósito del príncipe de Asturias, en 1945: «La criatura parecía sana y vigorosa. Pero, sin embargo, la circuncisión, que fue ordenada por los médicos, dio origen a una hemorragia que fue muy difícil de atajar... Desgraciadamente, el heredero, don Alfonso, príncipe de Asturias, estaba enfermo de hemofilia. Los soberanos, sus padres, recibieron la noticia con gran desconsuelo; no sólo la vida del niño sino el mismo porvenir de la dinastía estaban amenazados a la vez». ¿Quiénes, sino el propio Alfonso XIII y luego Ena pudieron contar a Vallotton, durante su exilio, la delicada operación que sufrió su primogénito al poco de nacer? Manuel Ríos Mazcarelle, autor de una notable historia anecdótica de los Borbones de España, iba más allá al asegurar que la circuncisión del príncipe de Asturias se produjo exactamente «a los veintitrés días del nacimiento»; es decir, el 2 de junio de 1907.
En bandeja de plata
El historiador británico Theo Aronson, generalmente bien informado, aseguraba: «Poco después de que el Príncipe de Asturias fuera exhibido desnudo en aquella bandeja de plata a los ministros que aguardaban y a la corte, se vio que ya era hemofílico». Incluso otro historiador compatriota suyo como Gerard Noel, el más acreditado biógrafo, a mi juicio, de Ena de Battenberg, afirmaba lo siguiente: «La verdad de la situación había sido sospechada cuando el príncipe de Asturias fue circuncidado. Según una fuente autorizada, la costumbre de circuncidar a los niños reales pocos días después de haber nacido existía desde hacía tiempo en la corte española». Juan Balansó, uno de los mayores expertos en los Borbones de España del último tercio del siglo XX, tampoco albergaba dudas de que la operación existió: «Había en la corte española –escribió Balansó– la costumbre de circuncidar a los príncipes a los pocos días de nacidos; puede ser que tal costumbre tuviera su origen en aquellos monarcas castellanos que se aconsejaban de sabios judíos, muchos de ellos médicos. Dicho hábito no encerraba, en todo caso, ningún peligro». O más bien sí...