François Cluzet se convierte en negacionista del Holocausto en una comunidad de vecinos
El director Philippe Le Guay se aproxima a este peligroso tema de actualidad en “El hombre del sótano”
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Philippe Le Guay tiene la discreta y hermosa costumbre de combinar anotaciones cotidianas del día que apunta a modo de recordatorio con recortes de prensa, bocetos, acuarelas, pensamientos repentinos y pequeños collages que va configurando tras un rastreo minucioso por las páginas de las revistas internacionales. “Me gusta apuntarlo todo, esto también añadiré”, afirma el director en un español mejorable pero suficiente en referencia a la entrevista que acabamos de terminar en pleno corazón del Instituto Francés. Con las mismas ganas de experimentación con las que aborda sus creaciones caseras en la libreta, el autor galo ha decidido sustituir el registro luminoso y celebrativo de “Las chicas de la sexta planta” para adentrarse en uno notablemente más sombrío e incómodo con “El hombre del sótano”, su nueva propuesta basada en la historia real que padeció una pareja de amigos tras la llegada a su edificio de un inquilino neonazi y en cuya configuración de guion ha necesitado la friolera de diez años.
“Hace 12 años descubrí la historia real que vivió una pareja de amigos y que terminó absolutamente destruida por la presencia de este hombre en el sótano. Aceptaron que trabajara sobre la historia, pero yo percibía en todo momento que era demasiado doloroso lo que había pasado. También para mí. De modo que durante diez años seguí con otras cosas, aunque sin olvidarme del proyecto y de repente, hace dos años su recuerdo volvió a mí con más intensidad y como los verdaderos protagonistas ya han rehecho su vida, la presión ha disminuido y ya no sentía la responsabilidad inicial, así que pude escribir más tranquilo con la distancia”, explica Le Guay.
Asimismo, asegura sentirse preocupado por los recientes episodios de negacionismo que invaden la actualidad: “Lo que ocurre hoy en día ya no solo en Francia, sino en el mundo entero, es que el relato del complot está muy presente en muchas capas de la sociedad, la idea de que todo el mundo puede decir cualquier cosa. “¿De verdad existe el Covid? ¿No será una invención de un laboratorio para ganar dinero?” “¿De verdad existió Auschwitz? En realidad no tenemos todas las pruebas”. Este tipo de barbaridades pueden leerse a día de hoy en internet y por eso creo que el tema es muy actual. La paradoja es que hoy en día el negacionismo está en todas partes. Ya no se quedan en el sótano sino que suben al peldaño de las redes sociales. Y sin embargo la metáfora del sótano sigue siendo igual de fuerte, porque hablamos en todo momento de unos pensamientos que están escondidos, soterrados: eso sí, por fortuna, no es común que alguien niegue el Holocausto de forma masiva en estos momentos””.
Pese a la fidelidad con la que relata la experiencia de esta pareja de amigos, el director asegura haberse permitido pequeñas licencias a la hora de estructurar el perfil del protagonista ya que “en realidad el tipo era un neonazi puro y duro. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo muchos oficiales de las SS que se escondieron en las montañas de Flandes y este hombre había estado en contacto permanente con un antiguo miembro al que percibía como una especie de ídolo. Esa era la historia de verdad. Entonces yo quise cambiar el personaje, convertirle en un profesor de historia, alguien que tiene que ver con el desarrollo de los jóvenes y poco a poco empieza a desconfiar del relato oficial hasta que le expulsan del instituto en el que trabaja y adquiere el papel de víctima. Esa es la fuerza del personaje, su condición de víctima. “¿Habláis de la democracia y yo no puedo plantear preguntas?”, dice. Ahí reside la incomodidad, en su posición existencial”.
La elección del sótano desde donde este profesor de historia desubicado y tramposo a quien da vida François Cluzet expande su veneno ideológico, no puede concebirse precisamente como casual: “Pretendía hacer una inversión histórica a través del espacio. En los años cuarenta, los judíos se escondían en los sótanos para escapar de las redadas nazis, pero curiosamente hoy son los antisemitas los que se esconden en el sótano. La inversión histórica total que se produce es una auténtica locura si lo piensas. Es como si el antisemita ocupara el lugar del judío. Y algo en lo que creo es que hay muy poca diferencia en realidad, muy poca separación entre alguien que odia a alguien y el objeto de este odio”, afirma sabiendo que esa reflexión final, también irá al cuaderno.