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Cine

Cuando Stefan Zweig hizo jaque mate al nazismo

Philipp Stölzl adapta la última novela del escritor austriaco situada en los albores del nazismo

Oliver Masucci en una escena de "The Royal Game"
Oliver Masucci en una escena de "The Royal Game"ImdbImdb

Allá por el año 1935, durante una rueda de prensa que se celebró en la sede de la editorial Viking (actualmente parte integrante de Penguin Books) en Nueva York, un periodista estadounidense llamado Joseph Brainin, describió de la siguiente manera el gesto y el espíritu de Stefan Zweig, tras escuchar la intervención del escritor hablando de Alemania y del papel que debía mantener el intelectual en tiempos de agitación: “Tenía la cara de un hombre desilusionado que intentaba agarrarse a la desesperada al espejismo de una Europa que ya no existía y que se negaba a llorar como si hubiera muerto”. Esa reticencia paulatinamente adornada por un manto espeso de tristeza a la hora de afrontar que el sueño europeísta estaba cayendo en manos de los nazis se parece mucho –y no de forma casual– a la dantesca desesperación que manifiesta el personaje de Josef Bartok en la última película de Philipp Stölzl, “The Royal Game”.

Este notario cultivado y elegante practicante de la buena vida a quien da vida un contundente Oliver Masucci, tras la inminente anexión de Austria, su ciudad natal, a la Alemania nazi, es detenido, encerrado y aislado en una de las habitaciones del Hotel Metropole que la Gestapo ha establecido como campamento base de sus todavía incipientes y extenuantes torturas psicológicas. Los días entre esas cuatro paredes transcurren lentos y vacíos, mientras los perros hambrientos del fascismo avanzan imparables por las calles de Austria. “En esta película quería presentar el mal como algo repulsivo y triste. Stefan Zweig contraponía el humanismo del mundo antiguo con la barbarie del actual y desde su exilio tenía ese sentimiento de nostalgia, de que el mundo tal y como lo conocía estaba perdiéndose y estaba cayendo en un pozo de crueldad imparable. Eso es lo que él intentaba plasmar en todas sus obras y “Novela de ajedrez”, no es una excepción”, afirma Stölzl sobre la novela del austriaco en la que está basado el filme.

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Considerada la última novela escrita por Zweig (sin tener en cuenta el ensayo “Brasil, país de futuro”), esta historia que se refugia en las dinámicas estrategas de un juego tan cerebral como el ajedrez para perfilar una crítica contra las consecuencias del exilio y la monstruosidad hitleriana cambia ligeramente el foco dentro de la propuesta del director de “El médico” o “Cara Norte” e invierte los papeles protagonistas, convirtiendo así al señor B literario (ese noble vienés, víctima de las torturas de la Gestapo que se encuentra en un barco rumbo a América con el campeón mundial de ajedrez, un hombre brillante con las damas pero de capacidades nulas y animalescas a la hora de relacionarse con las personas) en el protagonista, en vez de a Mirko Czentovič (el avezado ajedrecista).

La novela de Stefan Zweig la leemos de forma obligatoria en el instituto con unos quince años y yo la vi por primera vez representada en un teatro universitario en la década de los 60 dirigida por Curd Jürgens, quien representaba además el papel principal y ahí fue cuando me di cuenta de lo interesante que resultaba la historia interior que cuenta y vive el protagonista. El guion lo elaboró un amigo mío y me encantaba la idea hipnótica y sugestiva de que el barco represente el interior de Josef. Esta no es una historia de lo que ocurre fuera, sino de lo que pasa dentro”, señala el director.

Rolf Lassgård y Oliver Masucci
Rolf Lassgård y Oliver MasucciJulia TerjungJulia Terjung

Respecto al tipo de tortura que se muestra, exenta de salvajismo corporal, el director puntualiza que “el método que muestro aquí alude a un término que en alemán se traduce como “la tortura blanca” y que se utilizó por ejemplo en Guantánamo, pero también lo hicieron los nazis: es decir, aislamientos en cuartos oscuros para conseguir que el torturado perdiera la sensación real de espacio y tiempo”. Y prosigue: “En el caso concreto de la película hay dos aspectos importantes: por un lado la pérdida de tiempo que sufre Josef, hasta el punto de no saber cuánto lleva encerrado y por otro la tragedia de no saber lo que está ocurriendo en ese momento a nivel contextual, a nivel histórico. Se trata de una pérdida cultural. El mundo que pierde está en su propia cabeza, pero también en el exterior. Y eso sin duda es mucho más fuerte que perder un dedo si te lo cortan. Lo más curioso de este tipo de torturas que mencionas es que puede parecer algo intangible, que incluso la persona no está siendo torturada, pero indudablemente en su interior está habiendo transformaciones que pueden llevarle finalmente a la locura”.

Es entonces cuando el ingenio estalla, cuando Josef utiliza la cabeza para sobrevivir, cuando empieza a construir las piezas del ajedrez con pegotes de jabón solidificados, cuando aprende a jugar. Porque “solo cuando vivimos cosas extremas, todos nuestros sentidos se agudizan. Incluida la creatividad. Josef a través del ajedrez construyó su mundo y esto puede ser al mismo tiempo, algo motivador para el público, porque es divertido ver los trucos que él mismo crea y cómo intenta mantenerlos para seguir con vida. Si solo consistiese en un duelo con su torturador, la película hubiera contado mucho menos, hubiera sido otra cosa”, concluye.