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Arte

Francisco Pradilla: la historia de España es un cuadro

El Museo del Prado repasa en una exposición la obra historicista del pintor

Una visitante fotografía la obra «Cortejo del bautizo del príncipe Don Juan»
Una visitante fotografía la obra «Cortejo del bautizo del príncipe Don Juan»CIPRI PASTRANO DELGADOLa Razón

Francisco Pradilla entrevió que la historia no es solo un acontecimiento exterior, sino interior, y cultivó una pintura historicista que, por debajo de sus ropajes artísticos, tiene un fondo introspectivo, de mucho calado interior. La memoria de un país no es azarosa y los capítulos que permanecen vivos en la cabeza del ciudadano corriente suelen ser los más importantes, no por ser importantes, sino porque son que le han otorgado mayor impronta a su carácter y lo delinean mejor.

Del abanico de glorias, triunfos y dramatismos que teselan nuestro pasado, escogió unos motivos que le brindaban la oportunidad de hacer brillar mejor sus cualidades, que es el motivo principal de cualquier artista, pero que también le permitían vehiculizar la mirada, porque los pintores cuando piensan lo hacen siempre en imágenes. Entre 1856 y 1890, la historia no era solo una asignatura docente, también un género del arte que disfrutaba del aplauso y de una buena acogida. Nunca falla que cuando un país vuelve la mirada a lo que ha hecho y ha sido es que las cosas andan revueltas, que es lo que sucedió con nuestro siglo XIX, que fue un sendero de muchas oportunidades perdidas y momentos desaprovechados.

Una mirada al pasado

Veníamos de la obra de Goya, que más que un retratista, lo suyo era una psicología entera, y lo que sucedió es que acabamos reflexionando sobre lo que fuimos. El Prado dedica una exposición a Francisco Pradilla, un creador de mucha competencia, y que, en su vida, que va de 1848 hasta 1921, tuvo tiempo para familiarizarse con distintas españas. Entró en la pintura histórica cuando había caído en desuso, pero es que a la vuelta de la esquina estaba 1898 y toda esa movida de Cuba, que acabó por desenfocarnos los egos históricos y nos lastró de pesimismos, dejando una nación trémula, muy fértil en trepidaciones y abundante en dudas.

El museo nos regala la oportunidad de ver de nuevo «Las Locas» de Pradilla, que en el fondo fue solo una, Juana, a través de sus bocetos, pinturas y grabados. Una mujer envuelta en los paños de los romanticismos y que él cargó de una luz nueva, de una melancolía que hacía meditar en lutos de otras épocas y que hoy nos habla de cómo las dinastías pueden perderse por las juntas más imprevistas. Pero que, también, nos permite reflexionar sobre qué es lo que nos atrae de nuestro ayer común. Y aquí es donde asoma «lo español», con su tendencia hacia la tragedia que tanto nos gusta y que resulta tan poco europea. Pradilla trató estos óleos con minuciosidad, que el séptimo arte ya había levantado el vuelo y empezaba a regalar influencias, lo que da a estas recreaciones una pátina cinematográfica, como se ve en «El cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla» (1910), «La reina doña Juana La Loca recluida en Tordesillas» o «Doña Juana la Loca», que se exhibe en una sala distinta, la 75, o incluso en ese estudio del caballo de Boabdil para su óleo «La rendición de Granada» y que aquí tituló «Caballo árabe del conde Bobrinski», una tela colmada de movimiento y que en su interior llevaba ya otro lienzo mayor.