La espía española que reinó en la KGB durante medio siglo
La novela “La violinista roja”, de Reyes Monforte, analiza la polémica figura de África de las Heras
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María de la Sierra en México, María Luisa de las Heras en París y Uruguay, la subcomandante Yvonne en los bosques de Ucrania, María Pavlova en Moscú. África de las Heras; la española que llegó a convertirse en la espía soviética más importante de la KGB fue la mujer de las mil caras, una gran «Matrioska» de la que iban surgiendo nuevas identidades, el perfil perfecto del agente secreto. «¿Quién demonios es?», se preguntaba el agente de la CIA Howard Hunt. No sabían cómo hablaba, cómo miraba, cómo era, ni cómo se llamaba. La periodista y escritora Reyes Monforte publica «La violinista roja» (Plaza & Janés), la biografía novelada de una de las primeras mujeres en alcanzar el grado de coronel de la KGB, a la que sirvió durante más de 50 años de su vida, y llegó a ser la española más condecorada por la Unión Soviética.
Viaje por el siglo XX
Nacida en Ceuta en 1909, en el seno de una familia acomodada de tradición militar, su tío fue alcalde de la ciudad y su padre escribiente militar. «Se casó con un capitán de la Legión, pero duró muy poco, tuvieron un niño que murió pronto y se separaron. Se fue a Madrid y conoció a Luis Pérez García-Lago, socialista y dirigente de la federación de banca de UGT, y él fue quien le abrió los ojos a la lucha obrera. A partir de ahí nació su leyenda repleta de sombras, misterios y secretos –explica la autora–; primero estuvo en la Revolución de Asturias y luego en la Guerra Civil, en Barcelona, donde fue captada por los servicios secretos de Stalin. Allí era interrogadora en la checa de San Elías, muy temida en la ciudad y donde conoció a Ramón Mercader». Para Reyes Monforte, la vida de África de las Heras es un apasionante recorrido por el siglo XX: «Era una mujer de una gran belleza, valiente, fría, calculadora, inteligente y liberal en cuestiones amorosas y sexuales. Dejó su huella en los escenarios más importantes, como la II Guerra Mundial o el París de la Resistencia. Participó junto a Mercader en el operativo que asesinó a Trotski en México, haciéndose pasar por su secretaria y traductora, mientras este vivía exiliado en la Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera en Coyoacán; en los bosques de Ucrania fue “violinista” contra los nazis, que es como se denominaba a las operadoras de radio, porque llevaban una en una pequeña maleta que parecía la funda de un violín y con ella enviaban informes cifrados a Moscú e intentaban interceptar los mensajes encriptados del enemigo», añade.
Tras la victoria aliada sobre los nazis, De las Heras se trasladó a París haciéndose pasar por una modista de alta costura para enamorar mediante una trampa al escritor uruguayo Felisberto Hernández, con el que posteriormente se casó en Montevideo. «Desde Uruguay, creó la mayor red de espías soviéticos que operó no solo en Latinoamérica, sino en todo el mundo –explica Monforte–. Stalin tuvo la terna perfecta de los espías: en Europa, a Kim Philby, el más importante de los «Cinco de Cambridge»; en EEUU, a Rudolf Abel, y en el resto de América a ella, que estuvo 20 años sin levantar sospechas, ni siquiera en su marido. Dejó a Felisberto porque Moscú la mandó volver a casarse, esta vez con un espía soviético de origen italiano, Valentino Marchetti, con el que montó una tienda de antigüedades para la clase alta de Montevideo como tapadera». En su camino se cruzó con personajes como la Pasionaria, el mencionado Mercader, Trotski, el «Che» Guevara, Frida Kahlo y George Orwell, o espías tan célebres como William Fisher, alias Rudolf Abel, creador de la red de espías soviéticos en EEUU y protagonista del famoso intercambio en el «Puente de los espías» (Glienicke), en 1962.
Fría y calculadora
Para la escritora, África de las Heras es un personaje de novela negra, misteriosa y con múltiples identidades: «Miliciana, secretaria, traductora, operadora de radio, modista, guerrillera, limpiadora, anticuaria… una verdadera actriz, tan buena que nadie la descubrió en 50 años actuando para los servicios secretos soviéticos». Y prosigue Monforte: «Quizá ser mujer era el mejor disfraz en esa época para convertirse en espía. Quién se iba a imaginar que una sencilla modista, una anticuaria o una abuela que hacía tartas e invitaba a sus vecinos era realmente una espía y una actriz de primera». Aparte de su versatilidad, tenía una gran capacidad para mantenerse en el anonimato. Como dice en la novela, «el mejor espía es el que nadie sabe que existe», y «eso sabía hacerlo muy bien. Podía ser fría y calculadora, capaz de matar a quien se le presentara sin pestañear o ser adorable, educada, simpática y cariñosa en el trato, sobre todo con los niños o los perros, lo que tenía engañado a todo el mundo, por eso fue tan buena en los suyo y apenas la conocemos», afirma Monforte, que confiesa asimismo que apenas ha encontrado documentación directa sobre ella: «Todo lo que se sabe es lo que han contado, pero no por ella misma. De su verdadera identidad no se supo nada hasta años después de su fallecimiento. El primer artículo que se publicó en España fue en el 95, de Germán Sánchez en ‘’Cambio 16′', pero investigar en Rusia es casi imposible», completa.
De las Heras regresó a la URSS en 1968, se hacía llamar María Pavlova en Moscú y ejerció durante casi dos décadas como instructora de nuevos agentes de la KGB. Solo salió al exterior para participar en misiones especiales, principalmente en Irán. Nunca más volvió a España. «Es posible que muchos de los espías que ahora están actuando por el mundo pertenezcan a las camadas que ella aleccionó», dice la escritora, a la que no le cabe duda de que su fidelidad a la Unión Soviética fue total, como demuestra que nunca fue víctima de una purga interna de las que hacía gala Stalin. «Nada ni nadie podrá arrebatarme nunca mi fe en la revolución y en la Unión Soviética hasta el día de mi muerte», decía. «Estuvo en activo hasta 1985 –tres años antes de morir–, siempre fiel a la Unión Soviética, a la revolución y al comunismo, que nunca puso en duda. Fue una mujer que renunció a una vida por un ideal, sobrevivió a todo y a todos, defenestraron a Stalin y los que trabajaron para él, y, sin embargo, la mantuvieron en Montevideo dirigiendo la red de espías y siendo la reina de la KGB. Cumplía fielmente las órdenes, incluso la de hacer desaparecer a su marido italiano porque comenzaba a dudar de los métodos y del nuevo rumbo emprendido. En pro de la lucha por sus ideales, renunció al amor, a una familia, a la memoria de su hijo muerto y, en definitiva, a tener una vida normal», afirma.
Cuenta Reyes Monforte que De las Heras siempre decía que «un espía siempre debe saber cuándo entrar en escena, pero, sobre todo, cuándo abandonarla». Y eso ocurrió con el momento de su muerte. «Murió en Moscú el 8 de marzo de 1988, unos meses antes de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética; además de ser una fecha muy significativa, es el día internacional de la mujer. En su vida hubo mucho simbolismo o coincidencias de este tipo, como casarse un 14 de febrero, día de los enamorados, cuando no había nadie menos enamorada que ella. Una vida de novela donde la realidad parece superar la ficción». Y apostilla la escritora: «Si llega a ser americana ya se habrían hecho mil películas». Su alias era «Patria», «con él firmaba sus informes secretos. Se lo puso como homenaje a la que ella consideraba su verdadera patria, que era la URSS. África de las Heras dejó una nota autobiográfica –de las pocas cosas suyas que nos quedan– donde reconoce que nació en un país capitalista y retrasado como España y que consideraba que su verdadera patria era la Unión Soviética», concluye. Los restos de la espía reposan en el cementerio Khovanskoye de Moscú, donde fue enterrada con honores militares.