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“Fantasías de un escritor”: Arnaud Desplechin y Philip Roth contra la misoginia

El director francés adapta, en «Fantasías de un escritor», la novela «Engaño» de Philip Roth en el que se mezclan diferencias de clases, juicio a la misoginia y análisis del antisemitismo europeo
Jesús HellínEuropa Press
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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El escenario casi resulta alienante de lo cerca que está de la realidad, ahora que anda el planeta decidiendo si los juicios por difamación donde la misoginia está en el centro del dolo deben medirse en términos absolutos, como si en realidad lo de Depp y Heard fuera un plebiscito y juicio al #MeToo. En la escena clave de «Engaño», relato corto de Philip Roth escrito solo a base de diálogos, una jueza le muestra sus crímenes de odio contra la feminidad dibujando mujeres simples, carnales o cerebrales en sus novelas, pero nunca lejos del esbozo. El director francés Arnaud Desplechin, al leerlo, quedó perplejo. Debía adaptar aquel texto. Así nació «Fantasías de un escritor», primero texto teatral y ahora película, que se estrena hoy tras pasar por la edición de 2021 del Festival de Cannes con buenas críticas. Denys Podalydés es un alter ego más de Roth, escritor, judío y neurótico, mientras que Léa Seydoux es su británica amante, destilando su personal magnetismo pero que, en esta película, consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera gracias a una mirada rota.
-¿Cómo recibe el proyecto? ¿Buscó usted adaptar la novela o cómo le llegó?
-Hace mucho tiempo que leo a Philip Roth. He leído toda su obra, y un día llegué a este pequeño libro. Primero lo leí en inglés y luego en francés. Era un libro bastante modesto pero que me interesaba por su manera de acercarse al adulterio solo a través de diálogos, sin apenas descripciones. Me obsesionó. Durante el rodaje de la película en la que estaba se lo iba ofreciendo a todo el mundo. Como está construido de relato en relato de mujer, le preguntaba a la gente: ¿Esto os parece misógino o feminista? Sé que es una pregunta extraña, pero me surgía todo el tiempo al hablar con mis amigos. Ese mero debate me parecía perfecto para abordar en una película, viniéndome todo el rato imágenes a la cabeza de cómo haría esas escenas. Esas anotaciones, esos diálogos con su amante me parecían extremadamente vívidos…
Hay un capítulo que él titula “Oh, un nuevo cinturón”. ¿Quién dice eso? ¿Su mujer? ¿Él? ¿La amante? Eso es exactamente a lo que me daba pie la película, y yo elegí poner esa frase en boca del personaje de Léa Seydoux. Toda la novela era una invitación a la imaginación.
-¿Cómo se hace para que el adulterio resulte igual de contextual en 2021, que es cuando hizo la película, respecto al final de los ochenta, donde ese establecimiento de relaciones afectivas era mucho menos líquido?
-Cuando salió la novela, Roth decía algo maravilloso. Decía que el gran tema de las novelas del siglo XIX fue el adulterio, con ejemplos como “Anna Karenina” o “Madame Bovarie”. ¿Por qué era el gran tema? Porque el gran tema social del siglo XIX fue la liberación de la mujer, y esa liberación también debía ser sexual, afectiva. Para que la mujer se auto-conquistase. Escribir sobre el adulterio en el XX y rodar en el XXI está irremediablemente cruzado por una nueva etapa de liberación de la mujer, gracias a fenómenos como el #MeToo. Ahora, las relaciones son mucho más líquidas. No quería tampoco, en lo etimológico, llevarme la película hacia el adulterio. Me gusta mucho más cómo usan los americanos la palabra “affaire”. El lío, el asunto puntual. La diferencia entre los tres siglos es cómo ha ido variando la percepción de la fidelidad, desde los demás hacia nosotros mismos. Eso es lo que intenta ser “Anna Karenina”. Y también lo que intenta el personaje de Léa Seydoux en la novela de Philip Roth. Ser fiel a sí misma, al fin y al cabo.
-¿Le costó trasladar el tono neurótico de Roth en sus novelas a la película?
-Para nada, fue bastante fácil. El traslado no se hizo difícil porque conozco muy bien su obra. Podría recitar este libro de memoria, porque me apasiona. Por momentos, creo que el libro es más provocador y hasta molesto que la película, fue algo totalmente intencional. Considero que, cuando hago una película, los espectadores están encerrados, sometidos por una pantalla más grande que ellos y son, al fin y al cabo, menos libres que frente a un libro. Por lo tanto, no creo que fuera correcto estar intentándoles provocar todo el rato, exhortándoles de manera tan obvia, tan flagrante como en el libro. A mí lo que me interesaba era subrayar las emociones que se desprenden de esa lectura, cómo cada una de esas mujeres que va conociendo al escritor americano consiguen recuperar su propia vida, reapropiársela. Ese es el tema de la película, más que el de la novela.
-Hay en la película dos temas satélite: la misoginia y el antisemitismo. Dos temas estrictamente coyunturales hoy en día…
-Me parece asombroso todavía, cómo consigue adivinar que son dos temas con los que seguiríamos lidiando casi medio siglo después. Es increíble cómo el libro, describiendo Inglaterra de una manera más bien poco amable, dejó previsto el hecho de la expulsión de Jeremy Corbyn del partido laborista por sus comentarios antisemíticos. Es decir, el antisemitismo de izquierdas que es tan grande en Inglaterra y que, claro, se reproduce en otros países. Es un tema que aparece en varios momentos de la película, pero sobre todo en una escena particular. Otro tema cercano a esa cuestión, es el de las relaciones afectivas marcadas por componentes raciales. Sobre qué tipo de amor se desarrolla, en realidad, entre una gentil y un judío. Es un duelo entre lo universal y lo singular que es difícil de resolver, por lo que se vuelve infinitamente deseable.
-Dentro de su puesta en escena, tan teatral, quería preguntarle por la elección de sus actores. Con edades, físicos, maneras de expresarse tan distintas…
-La diferencia de edad, para mí, era muy importante. Se trata de un hombre que, llegado a una cierta edad, comienza a pensar en la muerte. En ese sentimiento de saber que morirá antes que su compañera, que su amante. Eso me atraía, y me interesaba que fuera chocante, que fueran personas que en principio no deberían estar juntas. Más allá de su religión o elementos de ese tipo. Hacía la película más espectacular, por eso pensé de inmediato en Léa (Seydoux). Diría casi que escribí el papel específicamente para ella, después de haber trabajado juntos hace nada. Intenté que se acercara a ella misma, a lo más personal, que no se alejara de sí misma para jugar, para sentirse viva en el papel.
En el caso de Denys (Podalydés), hay otras variantes. En Francia, en teatro, se le conoce mucho por interpretar a hombres pequeños, acomplejados. Y el personaje de esta película debía ser más grande que la vida, como dicen los americanos, por eso quería contar con él. Además, le conozco desde hace tiempo y es, posiblemente, el hombre que más libros ha leído en el mundo (ríe). Por eso me acerqué a él para el papel, porque no quería hacer tramas, quería que fuera un escritor real, que fuera consciente de la condescendencia, interna y externa. Aceptó de inmediato, pero me dijo: “Pero Arnaud, no soy judío”, a lo que le respondí: “Bueno, nadie es perfecto”.
-La película se vio en el Festival de Cannes de 2021, pero acaba de estrenar otra, también en competición, en el certamen de este año. Siendo así la octava vez que acude, de un modo u otro al festival. ¿Cómo interpreta usted el cambio de importancia de los festivales grandes, como Cannes, en el contexto actual?
-Creo que Cannes es más importante que nunca, que es más importante para el cine del mundo que nunca. Y eso puede ser hasta peligroso. Hay una teoría de un amigo que me gusta, y es que dice que Cannes ha sustituido lentamente el papel de las revistas de cine. Antes, eran los críticos de cine y los directores de las revistas quienes cribaban, quienes creaban las tendencias. Hoy, lo hace Cannes. El portero es Cannes, y eso no es nada sano, porque se pierde muchísima pluralidad de voces. Las líneas editoriales de Cannes y Venecia, por ejemplo, cada vez son más parecidas. Cuando yo era joven, detestaba lo que se ponía en Cannes, y amaba Venecia, hoy son indistinguibles, no hay mucho más allá del establishment.