Fotografiando la intimidad de Picasso
El museo barcelonés del artista reúne las imágenes que tomó de él Lucien Clergue con su cámara
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Probablemente sea Pablo Picasso uno de los pintores que mejor supo trabajar con los muchos fotógrafos que se acercaron a sus muchos talleres o a sus muchos domicilios. La lista es larga, muy larga y en ella podemos encontrar desde puestas en escena más o menos preparadas entre el fotógrafo y su imponente modelo, como las de Man Ray, Brassaï o Juan Gyenes, pasando por las que documentan momentos puntuales, como alguna salida a los toros o alguna fiesta. Picasso sabía seducir con la mirada y era consciente de la importancia de la creación de una imagen, aunque fuera con camiseta marinera y unos calzones cortos. Lo que ya era más difícil era que el pintor dejara que alguien se adentrara en su intimidad y que abriera todas las puertas de su particular universo.
Hubo alguien que pudo obrar ese milagro. Se llamaba Lucien Clergue y la amistad entre ambos empezó el 5 de abril de 1953. Picasso ya era el nombre más importante que habían dado las bellas artes en ese siglo mientras que Clergue era un jovencito de 19 años que empezaba a hacer sus primeros trabajos. Allí empezó una amistad y una colaboración que duró hasta poco antes de la muerte de Picasso, en 1973. De todo ello hay ecos en una interesante exposición que acaba de abrir sus puertas en el Museu Picasso de Barcelona, una buena oportunidad para conocer al pintor lejos de la pose clásica, pero tan fascinante en la esfera privada como lo resultaba en la pública.
Clergue, como explicó ayer Emmanuel Guigon, director del Museu Picasso, captura una serie de imágenes que se convierten en el «diario de una amistad».
Picasso y Clergue se conocieron en la plaza de toros de Arles el 5 de abril de 1953. Dos años más tarde, el pintor se puso en contacto con el joven para que fuera a La Californie, la casa y taller del padre de «Les demoiselles d’Avignon» en Canes. Lucien Clergue recordaría ese día como «el más bonito de mi vida», además de pistoletazo de salida para todo lo bueno que vino después. Ese primer día, ya repleto de confianza. Picasso no tiene problemas en posar con el ídolo nativo que le regaló Matisse, una obra que no le gustó al malagueño cuando la recibió.
Lucien Clergue tuvo la oportunidad de asistir al último acto cinematográfico de Jean Cocteau, «El testamento de Orfeo», en 1959, un hecho que fue determinante para que finalmente se dedicara a la fotografía. Entre las escenas que pudo capturar, destaca aquella en la que, casi como si estuvieran en la tribuna de un teatro, Picasso, acompañado de su última esposa Jacqueline Rocque, además de la pareja Luis Miguel Dominguín y Lucia Bosé, contemplan la muerte y posterior resurrección de Cocteau rodeado de caballos negros entre las ruinas del museo de arte de Arles. No todo es drama.
El Picasso más festivo surge en la exposición, comisariada por Emmanuel Guigon y Sílvia Domènech. Así se nos presenta durante una fiesta gitana que el mismo Clergie le organiza con la presencia de uno de los artistas flamencos más conocidos de esos años: Manitas de Plata. Picasso canta y baila con él, se entrega a la fiesta rememorando sus raíces andaluzas y dejándose llevar por todo cuanto surge de la mágica guitarra del músico. Como agradecimiento, el pintor grabó en dicho instrumento su firma, hecho que se recoge en una serie de imágenes captadas por Clergue y que están presentes en la muestra.
En otros ámbitos del recorrido en el Museu Picasso, podemos ver al artista durante una jornada de trabajo en el taller de cerámica de Madoura, en Vallauris. Tampoco faltan las visitas a la playa o los momentos en los que muestra gozoso tanto su trabajo como su rica e importante colección privada de arte. Pero donde queda más patente la intimidad alcanzada por los dos amigos es en una película, muy pocas veces presentada públicamente, y que rodó Clergue en 1969. Su título es «Picasso, Guerre, Amour et Paix» y de ella se proyectan unos minutos en el Museu Picasso. Es una oportunidad única para disfrutar de esta película que nos ayuda a conocer al último Picasso, aquel que pese a la vejez sigue en activo pintando grandes óleos protagonizados por personajes sacados de las telas de su querido Rembrandt. En las mesas del taller se mezclan los útiles de trabajo en el estudio, como pinceles de todos los tipos y tamaños, con numerosos paquetes de tabaco negro. Elegante para la ocasión, en la filmación no parece que nos encontremos ante un nonagenario al que le quedasen cuatro años de vida.
En 2013, durante una visita a Barcelona, el autor de estas líneas tuvo el privilegio de hablar con Clergue. Cuando le pregunté si Picasso le ponía alguna dificultad cuando quería retratarlo su respuesta fue inmediata, sin dudas. «Lo ponía facilísimo, porque amaba las cámaras fotográficas. Odiaba que le filmaran y los micrófonos porque no le gustaba su voz, pese a que era muy cariñosa. Accedía muy pronto a que se le retratara en la intimidad».
Además de la exposición con las fotografías de Clergue, el Museu Picasso también ha inaugurado otra dedicada a Brigitte Baer, la que ha sido la gran autoridad en el estudio del Picasso grabador. Su importantísimo archivo fue donado a este centro barcelonés y en él puede verse su precisión detectivesca para fechar, analizar y fijar cada una de las obras gráficas del genio malagueño. Eso es algo que puede verse en esta muestra, comisariada por Sílvia Domènech y Núria Solé, en la que las fichas y notas de Baer dialogan con algunos de los grabados que forman parte de la colección del museo. Todo ello permite reivindicar la dedicación de una mujer que vio como a los 40 años cambió su vida al dedicarla por completo a Picasso.