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“Piedra noche”: duelo y resurrección en ocho bits

Iván Fund estrena una de las joyas del último Festival de San Sebastián, una reflexión artesana sobre el duelo, la pérdida y la sanación
ACONTRACORRIENTE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hay algo en el cine de Iván Fund que resulta conmovedor y epatante sin acercarse nunca a lo lacrimógeno. La melancolía que recorre las películas del argentino, verso libre de un cine que es social y todo lo contrario, no es una carga, sino que aligera sus montajes. Así lo hacía en la excepcional “Los labios”, de 2010 y que le puso en el mapa de la cinefilia mundial gracias al Festival de Cannes. Y así lo vuelve a hacer en “Piedra noche”, que se estrenó en la sección paralela del último Festival de San Sebastián y que llega ahora a nuestros cines. En ella repite con una Maricel Álvarez (”Toublanc”) que, según cuenta, se sumó al proyecto sin ni siquiera leer el guion. Porque realmente nunca hubo guion, solo unas páginas que indicaban hacia donde debía ir la historia.
Así, “Piedra noche” nació como una idea de un buen amigo de Fund, que le cedió los derechos del tratamiento de la historia. Aquí, una pareja intentando recuperarse de la pérdida de un hijo. Desde el duelo, el director hace crecer la película hasta entrar de lleno en la ciencia ficción, imaginando hasta un kaiju misterioso y nocturno, y entremezclando la culpa con la desidia, con un videojuego y una consola como combustible. Desde lo costumbrista a lo casi arquitectónico –notables los planos en los que Fund juega a ser un Jacques Tati de lo turbio-, “Piedra noche” puede entenderse como una de esas películas aparentemente sobre la nada que, en manos de un artesano, se convierten en excusa para la reflexión más profunda.
-Ya habíais trabajado juntos, y la pregunta es manida, pero, ¿cómo nace el proyecto? ¿De dónde viene?
-Iván Fund: El guion lo conozco hace un montón de años y desde siempre me interesó lo triste que es, la dureza, y ese elemento fantástico que reviste la película y que se había quedado a vivir conmigo. Hace un par de años decidí volver al guion y hacerlo mío, junto a Felipe Castagnet. Quise desarrollar un poco más el sentido fantástico de la película, darle entidad por así decirlo. Y, de hecho, Maricel está desde antes de los propios productores, siempre fue una parte importante de la película.
-Maricel Álvarez.: En 2016 hicimos “Toublanc”, que fue una gran experiencia, a nivel humano y artístico. Siempre tuvimos el deseo de volver a trabajar juntos. Santiago Losa ya me había hablado del guion y me hizo feliz saber que Iván lo iba a llevar al cine. Pensé que todo era perfecto, que todo coincidía para hacer una gran película juntos. Le dije que sí antes de saber incluso las modificaciones que iba a meter en la película.
-¿Cómo se sumó Alfredo Castro al proyecto?
-I.F.: Fue un auténtico privilegio poder contar con él. Fue muy simpático cómo se sumó al proyecto, porque él solo había visto “Vendrán lluvias suaves” y le gustó mucho. Nos llamamos y él buscó referencias de mí entre sus amigos. Le mandé el guion y confió plenamente como el resto del elenco. Y más que guion era un tratamiento, lo que a él le ponía nervioso, pero le acabó gustando la propuesta. Siempre cuenta que suele ser muy meticuloso a la hora de elegir los proyectos, le presta mucha atención, pero con nosotros hizo una gran excepción. Llegó prácticamente sin saber dónde se estaba metiendo. Él es parte de esa complicidad que hace posible la película, porque incluso me acompañó en el viraje de la dinámica de trabajo que implanté. De hecho, me ofreció rodar varias opciones, implicándose al máximo, y que luego yo eligiera en montaje.
-M.A.: Como compañero, le admiro, porque además está en su mejor momento como actor. Con una madurez extraordinaria. Siempre entiende que juntos somos más fuertes, mejores, y no hay postura. Es todo genuino. Y por otro lado, ya hablando de la película, me parece espectacular cómo es capaz de que empaticemos con él como un marinero más y le temamos, si acaso, como un monstruo. Esa dualidad y esa duda que deja Iván respecto a su personaje son tremendas. “Piedra noche” es una película de cabos sueltos, como invitando al espectador a convertirse en autor.
-I.F.: Siempre me rehusado a explicar qué están pensando los personajes, a definirlo. No hay una tesis cerrada, porque cada protagonista es un color, un tono, una forma de entender la vida.
-Podríamos decir que la película es duelo, pero también sanación, recuperación. Va desarrollándose orgánicamente, como el kaiju, quizá…
-I.F.: Así la siento. Siempre digo lo mismo, pero el cine debería ser una experiencia antes que cualquier cosa. Y como toda experiencia, está abierta a ser transitada. Luego uno puede entrar en la narrativa, avanzar y evaluar las decisiones. La reflexión siempre debe ser posterior.
-M.A.: Si el gran tema de la película es el duelo, creo que hay otros satelitales que era igual de conveniente explorar. El filme se abre gracias a esa exploración de la naturaleza humana. Estaba pensando que pese a haber visto muchas películas sobre la pérdida, no es tan frecuente que se narre el duelo fugándose hacia la fantasía. Y es algo perfectamente factible, cuando estamos hablando de personas que lo están pasando mal. Hay algo de la fantasía que nos ampara, que nos da sosiego cuando el dolor nos ha dejado rotos y sin herramientas. Me parecía que eso tenía mucho que ver con la manera de filmar de Ivan, de entender el cine como un arte luminoso al que no le tiene que dar pudor cargar las tintas.
-I.F.: La película es lo que representa para mí el cine, que no deja de ser siempre fantasía. El cómo resuena eso en nuestra mente. Esa ficción que nos ayuda a levantarnos todos los días, no pensarla como lo contrario a la verdad. Es, en realidad, lo que abraza la complejidad del mundo.
-También es importante la artesanía, la fotografía pero sobre todo el sonido...
-I.F.: La música es de Francisco Cerda. Quería una banda sonora más clásica, más orquestal. Uno videojuego es importante en la película y como compositor de bandas sonoras para ellos, le acabé encontrando. Él hace chip-tune y le acabé pidiendo que escribiera para orquesta. Fue muy fructífero. Siempre quise que la banda sonora fuera importante, que tuviera un peso real, que no dejara su lugar a la nada como suele ocurrir en el cine independiente. Es una reminiscencia, quizá, al cine de los noventa, ese de aventuras que abraza el drama, el universo del niño que no está y el dolor. Quizá, también, el habitar la ausencia.