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La exaltación sacra del falo en las antiguas sociedades grecorromanas

El reciente descubrimiento del relieve de un gran miembro viril en el yacimiento cordobés de El Higuerón retoma el debate sobre la importancia cultural y cultual del mismo
Rafa AlcaideEFE

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Ha sorprendido estos días el hallazgo del relieve de un enorme falo de época romana en el yacimiento de El Higuerón (Córdoba), pero las imágenes de este tipo acompañaban muy a menudo la vida, el mito y el culto en el mundo grecorromano. Y no solo ahí, sino también en el antiguo Egipto y Oriente. No hay más que recordar, en la mitología griega, a dioses acompañados por falos como Hermes o Dioniso, con los seres híbridos de su cortejo: Sátiros, Panes, Príapos, Silenos y toda la cohorte silvestre de la fertilidad que luego también se adoptará en Roma con Fauno y su fecunda compañía. Dioses itifálicos –«con el falo erecto»– también existieron en Egipto, como se ve en las estatuas de Min –equivalente al Pan griego– y el mito del desmembramiento de Osiris –semejante a Dioniso– se centra en la peripecia de su falo para su resurrección, que propicia una nueva religión salvífica.
En la antigua India, otro dios «dionisíaco» de vida, muerte y regeneración es Shiva, representado por el «lingam» o falo cósmico para el culto, a veces colocado dentro de un «ioni», o vagina simbólica. Podríamos llegar hasta hoy, con la procesión sintoísta del Hounen Matsuri en Japón, famoso festival de la fertilidad con un falo de madera de 2 metros y medio. Muestra de la importancia cultural y cultual del falo en la antigüedad grecorromana es un suceso muy conocido, el escándalo de los Hermes en 415 a.C., en plena Guerra del Peloponeso.
En la víspera de la partida de la flota ateniense en su malhadada expedición a Sicilia, comandada por Alcibíades, «enfant terrible» de la política de Atenas y querido de Sócrates, un grupo de aristócratas ebrios, saboteadores o conspiradores –pues nunca se aclaró–, se dedicó a castrar los falos de las «hermas», pilares propiciatorios con la efigie del barbado Hermes, que marcaban lindes y caminos. El escándalo fue mayúsculo, se consideró un sacrilegio y un augurio pésimo para la expedición militar, que a la postre fracasaría, conllevaría el procesamiento de su general y la ruina de Atenas en la guerra. Era peligroso, en fin, jugar con los falos sagrados.
Larga es la sombra en Grecia y Roma de la exaltación del falo como símbolo sacro de vida cíclica. La sacralización de la sexualidad –como símbolo de vida, pequeña muerte y resurrección– está en el trasfondo de estas representaciones de la antigua religiosidad, sobre todo ligadas a los cultos de la vegetación. Son, sin duda, los cultos de la agricultura transformadora, en torno a la vid o al trigo, donde se desarrolla con preferencia este uso de la obscenidad ritual y de la sexualidad exuberante. Pensemos, por ejemplo, en el culto de Dioniso, con su procesión de seres de sexualidad y potencia rampante, como los Sátiros, que persiguen cíclicamente a las ninfas entre los efluvios del vino sagrado. En Atenas, fiestas como las Dionisias rurales, entre otras, contaban con procesiones fálicas. En el caso de Deméter, la procesión que iba camino a Eleusis desde Atenas recibía una lluvia de obscenidades y bromas sexuales al cruzar el puente que unía las dos localidades.

Simbología de la felicidad

El simbolismo sexual tiene un papel muy importante no solo en el culto sino también en el mito, como recoge la figura de la anciana Baubo, que, al hacer un gesto obsceno con sus genitales, logra que sonría Deméter, triste por la pérdida de Perséfone, y que acepte la bebida. Baubo o Yambe personifican el poder apotropaico de lo obsceno. Los versos yámbicos, de invectiva y sexualidad latente, o la cerámica simposíaca subida de tono celebran el poder de todo este ámbito de vida cíclica, pan y el vino, bajo la égida de Deméter y Dioniso. Puede que en los misterios antiguos abundaran también las representaciones «comestibles» de estos órganos, en forma de panes, pasteles o bollos: en los rituales de las arreforias o quizá incluso en Eleusis, donde puede que las revelaciones tuvieran que ver con formas de falos y vaginas.
El falo sagrado pasará a ser también objeto de devoción popular. En Roma abundarán amuletos, joyas, adornos para los niños o imágenes fálicas para recibir al visitante a la puerta de las casas. Un dios especialmente querido en Roma era Priapo, según versiones hijo de Dioniso y Afrodita, con un falo descomunal que impedía su unión con mujeres y le hacía darse al bestialismo. Guardián procaz de los huertos y jardines romanos, los lúbricos versos de los «Carmina priapea», en los que amenaza a los ladrones de frutas, son un curioso monumento de la literatura latina. En suma, la simbología del falo que porta fortuna y felicidad se encuentra por todas partes en las religiones de la antigüedad. Por eso, no hay que sorprenderse del hallazgo de Córdoba, sino felicitarnos, a la manera romana, y desear larga vida, placer y fecundidad a todos los lectores.