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“Arquitectura emocional 1959″: León Siminiani dibuja la política romántica de los materiales

El director ganó en la Seminci y aspira al Goya con su último cortometraje, una historia de amor cruzada por las dinámicas de clase (y de ordenamiento urbanístico) en el Madrid desarrollista de Secundino Zuazo
EL GESTO
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hace ya un tiempo que la voz de Elías León Siminiani, quizá uno de los creadores más privilegiados del panorama español de no ficción, viene quebrando cualquier previsión respecto a su propia carrera. Después de «El premio» (2011), que le valió la nominación al Goya como mejor cortometraje, y «Mapa» (2012), con la que optó al «cabezón» en la categoría documental, parecía que por fin se citaría con el galardón gracias a la excelente «Apuntes para una película de atracos» (2018), pero la Academia de Cine le negó lo que sí le otorgaron los Feroz. Este año, tras arrasar en la Seminci de Valladolid, el director de «El caso Alcàsser» y «800 metros», sobre los atentados de Barcelona, vuelve a la carga con un proyecto tan personal que se rompe por lo universal: «Arquitectura emocional 1959».
En su nuevo corto, que está entre los 20 que el máximo organismo del cine español ha pre-seleccionado de cara a los Premios Goya, Siminiani viste de lírica un ejercicio de arqueología: gracias a la figura del arquitecto Secundino Zuazo, uno de los más importantes en el desarrollo urbanístico del Madrid de los tiempos de Franco, el realizador imagina una hipotética relación amorosa escrita en la distancia entre sus edificios. Andrea vive en uno reservado para las familias pudientes, a pasos del Parque del Retiro. Sebas, más humilde, se acaba de mudar a la colonia de San Cristóbal, reservada para las familias de los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes. Ambos jóvenes, sin pretenderlo, serán planos vivos de los planes desarrollistas de Zuazo, que también participó en la planificación de la Ciudad Universitaria en la que se conocieron y de la ampliación de esa misma Castellana que conecta sus casas.
Amor y desarrollismo
«Siempre me interesó Zuazo como arquitecto porque, además de los Nuevos Ministerios en Madrid, diseñó el Edificio de Correos de Santander, que es un edificio donde crecí, jugué y me crie, pero quería ponerlo en relación con el final de los cincuenta, cuando empezó el desarrollismo. Ahí surgió lo más dramático, esa historia de amor del corto, como forma de contar la dualidad de sus diseños. Fue muy importante en lo arquitectónico, pero también en lo urbanístico. Sobre todo, porque fue transversal a las clases, y no hay tantos arquitectos en esa época en España que tuvieran tanto peso en los edificios y además en la propia ciudad», explica el realizador a LA RAZÓN. Y sigue, acerca de esa diferencia de orígenes sobre la que su película brilla y epata, a la vez que desnuda la política oculta de los materiales de construcción: «Tengo claro que desde el cine se puede contar cómo la arquitectura está viva, que es un repositorio de pensamiento, de política y también de emoción. Da forma a nuestras vivencias emocionales, a nuestro día a día, nos demos cuenta o no», añade convencido.
El corto, primo respecto a sus anteriores trabajos en la distancia narrativa que toma Siminiani (aquí narrador y acompañante), se separa de lo más previsible cuando el director decide contar la historia desde una distancia formal, literal. La cámara, siempre lejos de los protagonistas, los planta en Madrid como si fueran sujetos de una maqueta, proyecciones de una ciudad que pudo ser: “La primera pregunta que me hice fue acerca del espacio, que en el cine normalmente es el continente de las historias. Lo que yo me puse como reto creativo era transformar ese espacio hasta que se convirtiera ahora en el contenido. Así es como intenté aterrizarlo en el cine”, explica un Siminiani que aquí se apoya en la dirección de fotografía de Giuseppe Truppi y Víctor Benavides.
Más allá del resto de su rica filmografía, lo cierto que es “Arquitectura emocional 1959″ bien podría ser un desdoble de uno de sus últimos trabajos. Basándose en el material encontrado por la Filmoteca Nacional de una de las primeras prácticas cinematográficas de Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, Siminiani fue invitado junto a otros tres realizadores (Fernando Franco, Nuria Giménez Lorang y Carolina Astudillo) a recomponer los restos de “Paseo por una guerra antigua”. En aquel ensayo, que también versaba sobre la arquitectura con Ciudad Universitaria como lugar de rodaje, el director se imaginaba -de manera literal- la memoria de los materiales de construcción, los usos arquitectónicos del espacio y, en general, la emoción forjada en los cimientos de una de las obras perdidas más importantes del cine español. “Habíamos empezado a trabajar en el corto de ficción un poco antes, pero es cierto que me llega la oportunidad de la Filmoteca en un momento en el que estoy metido de lleno en ese análisis de los espacios y es innegable que una película está llena de la otra”, responde Siminiani sobre ese diálogo entre sus dos últimos trabajos.
Y así, en armonioso juego con el espectador, al que invita explícitamente a suspender su incredulidad durante la casi media hora de agradecido metraje, Siminiani levanta una película cuya pulsión inmediata es tierna, pero que también tiene una lectura didáctica y, sobre todo, política. “Invitamos a que quien vea la película sea parte de su imaginario. Le damos una serie de pistas y le decimos, vale, esto tiene que ser una película de época. Yo sé que tú sabes que no lo es, pero vamos a llegar a un trato. Todo el uso del archivo tiene que ver con eso, igual que los elementos de atrezzo y de vestuario, y hasta buena parte de los ganchos de la narración tienen que ver con eso”, añade el director. Al final, Zuazo, los jóvenes enamorados o la línea de puntos que une la arteria principal de Madrid de norte a sur, son solo excusas para firmar una tesis sobre la estrecha relación entre planos, catastros y sentimientos.