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Historia

Don Rodrigo, o el perdedor

Entre el mito y la verdad histórica, la figura del gobernante ha trascendido como crepuscular y tiránica en el relato de la etnogénesis cristiana y musulmana

El rey Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete pintado por Bernardo Blanco, 1871
El rey Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete pintado por Bernardo Blanco, 1871La RazónLa Razón

Uno de los personajes que se encuentran en el célebre «fresco de los seis reyes» (siglo VIII) en el castillo del desierto de Qusair Amra (Jordania oriental), uno de los pocos ejemplos de figuración humana en el arte islámico, es curiosamente Don Rodrigo. El fresco representa a los gobernantes de las grandes potencias rindiendo pleitesía al califa omeya: el último rey visigodo está entre el emperador bizantino y el «sha» de Persia extendiendo las manos en señal de súplica. Es una de las apariciones estelares en las artes del rey de infausta fama en la mitología histórica española. Roderico o Rodrigo (688-711) fue un gobernante efímero que llegó al trono en 710, tras la usurpación que le costó la vida a su antecesor Witiza, según la «Crónica mozárabe» de 754, y murió en 711 derrotado por los musulmanes en la batalla de Guadalete, debido a una traición entre facciones visigodas.

La sucesión en el mundo visigótico era compleja y casi nunca pacífica, pero parece que Rodrigo, apoyado por la aristocracia, fue elegido nuevo rey en la conjura que causó la muerte de Witiza a temprana edad, pero no pudo llegar a gobernar mucho tiempo por las impugnaciones de que fue objeto en rebeliones de diversos nobles. No sabemos mucho de su actividad como gobernante hasta su derrota en Guadalete, pero aquí nos interesa más su vertiente legendaria. Se le describe en las fuentes con tintes sombríos, en un fin de ciclo, y en la leyenda aparecerá como el gobernante crepuscular y tiránico que no supo hacerse cargo de una situación compleja y cambiante. La fiabilidad histórica de las fuentes en torno al último de rey godo antes de la llegada del califato es discutible: su figura es usada en la etnogénesis e historiografía mítica-nacionalista por parte tanto de los cristianos como de los musulmanes.

Como sabemos, hay varias versiones acerca de cómo llegaron los árabes a España: puede que fueran llamados por los hijos o partidarios de Witiza, que pidieron ayuda para expulsar a Rodrigo del trono. Pero, para nuestra mitología, es mucho más interesante la leyenda de Florinda «La Cava», hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta. La noble princesa y «femme fatale» a la par habría sido violada por don Rodrigo, causando las iras de Julián y provocando que dejase el paso franco a Musa para el desembarco en la península ibérica. Pero otras versiones, quizá misóginas, quieren un escenario contrario, que «La Cava» fuera la seductora culpable a la postre de la situación desencadenada. En cualquier caso, romance o violación, todo acabaría de forma terrible con la defección vengativa de una parte de los godos o la traición de don Julián, que provocaría la caída del reino. Es curioso evocar otros episodios en los que la pasión ambivalente en torno a una bella mujer, como en el caso de Helena de Troya (¿adúltera o raptada?) habría causado la caída de una civilización y la leyenda heroica de otra.

Zarandeado por las emociones

La literatura ha sido pródiga en versiones de esta leyenda. Dentro de la atracción que suscitó España entre los escritores románticos ingleses es de señalar la atención al último rey godo en autores como Walter Scott, «Visión de Don Rodrigo» (1811), Landor «Conde Julián» (1812) y Southey, «Rodrigo, el último godo» (1814). También destaca la figura de Rodrigo en la obra de Washington Irving, concretamente en sus «Crónicas Moriscas». La España de la pérdida sedujo en la época romántica de los mitos nacionales. En música cabe destacar el «Rodrigo» de George Friedrich Händel, entre otros, como el de Alberto Ginastera ya en el siglo XX.

En todo caso, para un repaso por la historia mítica de España, es fundamental considerar la larga sombra de Don Rodrigo, romántico, taciturno, seducido, violador, usurpador o tirano, que simboliza el perdedor por excelencia, sobrepasado por los hechos y por la imprevisión, zarandeado por las traiciones y las emociones. El esquema narrativo es, por lo demás, muy repetido: un gobernante voluble y escurridizo, en un momento clave de la historia, sucumbe a su sensibilidad y sentimientos personales y así sucumbe también todo un país, toda una época y todo un sistema. Don Rodrigo quedará asociado para siempre a Guadalete la segunda «pérdida de las Hispanias», después de la romana frente a los bárbaros, en el patrón cíclico de nuestra historia legendaria. El romantizado último rey godo, como quiere una dudosa tradición, sería recordado por una lápida en Portugal que cubriría sus tristes huesos.