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Luys Santa Marina, el escritor maldito

Nunca renunció al ideario falangista, pero sí dejó la vida política cuando entendió que su tiempo había pasado. Vivió y murió de azul, y fue uno de los nombres de la Generación del 36
larazon
La Razón

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La corte literaria de José Antonio estaba compuesta por lo mejor de los escritores conocidos por la Generación del 36. Un grupo único de autores, hoy caídos en desgracia, entre los que se encontraban Rafael Sánchez Mazas, Ernesto Giménez Caballero, José María Alfaro, Eugenio Montes, Luys Santa Marina, Pedro Mourlane Michelena, Jacinto Miquelarena, Agustín de Foxá, Samuel Ros y Dionisio Ridruejo. Los diez paladines de la corte política y literaria del fascismo español cuyos rituales siguen ejerciendo sobre nuestra memoria colectiva, más allá de cualquier sentimiento de aversión, condena, simpatía o entusiasmo, una oscura fascinación.
En este increíble y maldito grupo de autores brillaba con luz propia el santanderino Luys Santa Marina (Luis Gutiérrez Santa Marina), quien, dada su visión heroica de la vida, quedó enamorado desde un primer momento por el discurso revolucionario, radical, ultraespañolista de las JONS. Se unió a este antipartido, con una adhesión militar, en 1933, para luego formar parte de Falange Española. Santa Marina vivió en la cosmopolita Barcelona de los años 30, la Rosa de Fuego, muy bien descrita por Pierre Mac Orlan en su novela «La bandera» y magistralmente llevada al cine por Julien Duvivier. En Barcelona, se juntó con Félix Ros y José Jurado Morales en el Café Lyon, al final de la Rambla, e hizo tertulia con Martín de Riquer, Josep Janés Olivé, Guillermo Díaz Plaja, Xavier de Salas, Juan Ramón Masoliver, Max Aub y José María de Cossío. En esta fecha, era un escritor con cierta fama, ya maldito, pues había publicado su novela «Tras el águila del César» (1924), libro prohibido por sus duras descripciones de la guerra de Marruecos. Y ya en tiempo de la República, en 1932, su empuje le llevó a fundar la revista «Azor».

Condenado a muerte

El 18 de julio del 36 se incorporó a las fuerzas sublevadas en el cuartel de Pedralbes, al mando de una de las centurias de la Falange catalana. Era el jefe provincial de los falangistas barceloneses y culpable de que estos llevasen camisa azul. El 22 de diciembre del 36 fue condenado a muerte, siendo indultado gracias a sus amigos literarios (Max Aub, Carles Ribas y Josep Janés), a los que ayudaron dirigentes de la CNT. Los falangistas y los cenetistas siempre tuvieron una cierta complicidad, propia de dos movimientos cargados de casticismo hispánico, hoy difícil del comprender, seguramente unidos por su odio a comunistas y socialistas.
Santa Marina llegó a acumular tres penas de muerte. La periodista republicana María Luz Morales (directora de «La Vanguardia» entre 1936 y 1937) fue clave para volver a salvarle la vida por la obtención de un nuevo indulto de una de sus condenas a muerte, iniciativa que contó con el apoyo del consejero catalán y escritor Ventura Gassol de ERC. Estuvo toda la guerra en prisión, pasando de cárcel en cárcel. En el penal de Chinchilla escribió, en 1939, los poemas que compusieron el libro «Primavera en Chinchilla».
En el penal de San Miguel de los Reyes, en Valencia, durante los últimos días de la guerra, lideró un motín de los presos y logró salir a la calle para liberar la ciudad, al frente de los falangistas de la quinta columna, antes de que entrasen las tropas del general Aranda. Una vez terminada la guerra, los falangistas se convirtieron en uno de los pilares del Régimen. Fue nombrado procurador en Cortes al ser miembro del Consejo Nacional de FET y de las JONS; ocupó la dirección del diario «Solidaridad Nacional» hasta 1963 y presidió el Ateneo Barcelonés, colaborando con los semanarios «Escorial» y «El Español».
En 1942 refundó «Azor», y, en 1961, lo hizo de nuevo. Durante la posguerra auxilió a diversos intelectuales republicanos, como Josep Janés o Agustín Esclasans, que corrían riesgo como consecuencia de la derrota del Frente Popular y la represión a sus partidarios. Intervino durante el juicio de Juan Peiró, declarando en favor del ex ministro y ex dirigente anarquista. Intentó salvarle la vida ofreciendo integrarle en los nuevos sindicatos verticales entonces netamente falangistas. Peiró se negó (fue condenado a muerte y ejecutado). En estos años su admiración por el Tercer Reich era total. Asistió, en junio de 1943, junto a Pedro Mourlane Michelena, a una conferencia de periodistas organizada por Alemania en Viena en favor del Nuevo Orden impuesto desde Berlín, en la que demostró su admiración por el futuro de una Europa totalitaria.
Fiel a sus creencias falangistas, nunca renunció a su ideario, aunque en sus últimos años de vida se retiró de la política (el tiempo del falangismo había pasado) para centrarse en la escritura y el periodismo. Testimonio de su siempre compromiso falangista, publicó, en 1958, «Hacia José Antonio». Como consecuencia de una grave y dolorosa enfermedad falleció, en Barcelona, el 15 de septiembre de 1980. Vivió y murió en azul, siendo uno de los grandes de la Generación del 36, un escritor siempre maldito.