Alcubierre, el arqueólogo de Pompeya
Este yacimiento es la zona cero de la arqueología moderna y fueron los españoles quienes lo sacaron a la luz
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Los comienzos de la arqueología se relacionan con el movimiento de los anticuarios en el siglo XVIII, aunque tienen raíces anteriores, pues siempre ha sido una pasión de la humanidad indagar en sus orígenes. Así, cundieron las sociedades anticuarios, la inglesa o la escocesa, con unas primeras exclamaciones se desarrollan justo en la época de fundación también de los estudios de la antigüedad. Hay que destacar, por ejemplo, las primeras excavaciones de Stonehenge realizadas por William Harley. La fascinación por los restos que parecían más evidentes además era usada para la reconstrucción mítica de un pasado, de forma protorromántica. Con esto hay que relacionar todo el ambiente de los jóvenes ilustrados que acuden al sur de Europa a buscar los vestigios de las civilizaciones clásicas.
Pero todo comenzó en las inmediaciones del Vesubio. Casi se puede decir que la historia de la arqueología moderna está ligada a la evocación ilustrada de la gran catástrofe que asoló las ciudades romanas de la Campania helenizada en el siglo primero de nuestra era. Sucedió en el de Nápoles de acento hispánico de las dos Sicilias donde el rey Carlos VII, que luego sería III de España, da el impulso que precipita la fiebre anticuaria que devorará media Europa. Nápoles había sido un centro económico y cultural vital para la monarquía hispánica en los siglos anteriores y con el establecimiento de una nueva dinastía nuevas riquezas que afluían a la ciudad, además de los jóvenes del norte de Europa que venían fascinados por «il bel paese» y su historia.
Hay que datar ese momento fundacional en 1738, cuando empezaron las excavaciones de Herculano y diez años más tarde pasaron a Pompeya. El espectacular descubrimiento de la «Villa de los papiros» proporciona el hallazgo de una cultura casi intacta, revoluciona Europa y apasiona a los eruditos del norte que acuden al sur. Un ejemplo es el propio Goethe con su viaje a Italia, pero previamente está la figura clave de Johann Joachim Winckelmann, padre fundador de la arqueología y figura tutelar del Instituto Arqueológico Alemán (le dedica su fiesta anual como una especie de santo patrono). Winckelmann teorizó sobre el carácter modélico del arte antiguo y viajó por Italia para estudiar los restos de la escultura griega y romana. Los desarrollos de sus teorías fueron fabulosos.
Otro gran personaje de la época está relacionado con la corte de Carlos III y es el ingeniero aragonés Joaquín de Alcubierre, al que se debe atribuir el crédito pionero también de haber excavado Pompeya y Herculano. Cuando se inician los trabajos para construir un palacio en Portici, Alcubierre descubre los restos romanos y pide permiso al rey para emprender las excavaciones. Sus trabajos, aunque rudimentarios, sentaron las bases del descubrimiento de un nuevo mundo, el de arqueología, que revolucionaria la conciencia europea. Incluso la literatura, con el «boom» de la novela histórica o los estilos artísticos –el llamado «grottesco»– serán afectados por este descubrimiento de los frescos. Intrigas y peleas con sus subordinados, sobre todo con el suizo Karl Jakob Weber, hicieron que Alcubierre acabara relegado de su puesto y que su figura fuera eclipsada por los arqueólogos procedentes del norte de Europa, notablemente el citado Winckelmann.
En Pompeya y Herculano podemos localizar, pues, la «zona cero» de la arqueología europea, sobre todo la referida al mundo clásico, aunque también haya otros pioneros clave, como veremos, en relación con el mundo de Egipto. Pero la arqueología clásica fue en el principio de la arqueología por excelencia y lo sigue siendo. Pompeya fue la piedra de toque que abrió el camino también a otros lugares de la cultura clásica. Notablemente. Grecia, con el muy polémico, Lord Elgin, o Egipto, con los ejércitos de Napoleón. Y es que muchas veces arqueología e imperialismo fueron de la mano, y de ello dan fe los grandes museos europeos. En torno a Pompeya, también hubo cierto mito romántico (Edward Bulwer Lytton, en su novela 1834) y nacionalista, como se ve en la figura de Giuseppe Fiorelli, el arqueólogo y patriota italiano del «risorgimento» que pasó por la cárcel y acabó publicando en tres volúmenes su magna obra sobre Pompeya y siendo director del museo arqueológico de Nápoles. Él ideó el procedimiento de los calcos de cadáveres para recuperar la forma de los cuerpos de las víctimas de la erupción del Vesubio, contribuyendo enormemente al halo mítico del yacimiento donde, muy verosímilmente, puede iniciarse la historia de la arqueología moderna