Análisis de "Final Fantasy VII: Rebirth": la materia de lo sublime
Square Enix y Tetsuya Nomura vuelven a la carga con la segunda entrega de la reinterpretación del mítico título de 1997, candidato desde ya a mejor juego del año
Madrid Creada:
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Hace cuatro años, la casa Square Enix se atrevió a desafiar las mismísimas leyes de la termodinámica. El histórico estudio japonés, en ejercicio de revisionismo millonario, se lanzó a reinterpretar uno de sus títulos más míticos: "Final Fantasy VII", que debutó en la PlayStation primigenia en 1997 y estrechó la distancia entre los jugadores de todo el mundo acercando el RPG a las audiencias masivas, se convertía ahora en "Final Fantasy VII: Remake", primera parte de una nueva trilogía que pretendía rescribirse a sí misma. Y de paso rescribir los cánones del remake en la industria.
La materia, que no se crea ni se destruye, sí pudo reconfigurarse para lograr elevar lo que ya era una obra maestra hasta los lenguajes contemporáneos, remozando su sistema de combate para acercarlo a nuevas audiencias y puliendo su historia -hay quien dice que hasta demasiado- para hacerla hija de su nuevo tiempo. En una gloriosa secuencia final, "Final Fantasy VII: Remake" nos dejaba con la duda de si la reinterpretación del juego iba a apostar por subirse al carro del multiverso, dibujar varias líneas temporales en pirueta metalúdica o simplemente divertirse unos meses a costa de sus jugadores, sus teorías y sus conspiraciones.
Tras una espera que no se ha hecho desesperante por la confianza del estudio en el juego, por fin ve la luz "Final Fantasy: Rebirth", exclusiva temporal de PlayStation 5, publicada por Plaion en España y, a todas luces, el juego más ambicioso de la historia de Square Enix. Con el genio creativo de Tetsuya Nomura al frente, la nueva entrega comienza apenas unos instantes después del final del primer juego, trasladándonos de nuevo a las afueras de Midgar para continuar con nuestra aventura de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad y de bioma en bioma.
Y es que, sin entrar en el inútil terreno de los spoilers y tras haber podido disfrutar de una semana de acceso anticipado, podemos afirmar sin miedo que "Final Fantasy VII: Rebirth" consigue estar en misa y repicando. La reinterpretación de los hechos que todo el mundo conoce, por acción o por omisión, es lo suficientemente sutil como para contentar a aquellos acérrimos a la historia original y, también, lo suficientemente dinámica y atrevida como para aportar algo a la conversación. No ya sobre el juego mismo, los puntos de inflexión y los hechos más dramáticos en los que todos estamos pensando, sino también sobre el estado cultural de la revisión histórica en clave tecnológica: "Final Fantasy VII: Rebirth" es el remake perfecto. Es capaz de arrastrarnos hasta el fango del debate sobre la pintura amarilla y también de hacernos hablar sobre la nostalgia como gasolina del capital, del terrorismo ecologista como una de las bellas artes (en rima con el filme y libro de culto de Peter Whitehead) y de hacernos escribir sobre la hiper-sexualización de unos personajes femeninos que sigue ahí, pese al conato de sororidad que fuerza a transpirar el remake entre Tifa y Aeris.
De hecho, y más allá del lumbago sempiterno de Tifa -que la sigue haciendo hablar siempre agachada por la razón que sea-, el juego se las apaña para conservar sus valores más absurdos, esos que asociamos a "lo japonés" desde Occidente pero que, en realidad, son pura fantasía aspiracional (masculina). Así es como nos echamos al equipo y a toda la organización terrorista Avalancha a la espalda; así es como llegamos a las praderas a poner orden; así es como subimos al Gold Saucer a dar rienda suelta a nuestros sueños y anhelos más profundos; y así es como "Final Fantasy VII: Rebirth" juega con su revelación más importante de manera nada sutil saltando a la comba sobre la suspensión de la incredulidad. Como sueño, como fantasía virtual de poder, el juego es desmesurado en la mejor acepción posible, desde un mapa de mundo abierto (por zonas) con el que otros estudios solo pueden soñar por su riqueza hasta un árbol de habilidades y técnicas que se vuelve infinito por momentos y que solo empezamos a concebir en su totalidad pasadas las treinta horas de juego.
Parte del mérito recae sobre la revisión, una vez más, del espléndido sistema combate, que se complica ahora mediante ataques sinérgicos entre dos personajes que hay que trabajarse movimiento a movimiento y que se desarrollan mediante una dinámica de relaciones personales, incidiendo en la vertiente RPG del juego pero sin alejarse del todo de los enfoques de decisión más convencionales. Como espejo, en verdad desiderativo, del jugador, "Final Fantasy VII: Rebirth" juega hasta donde el que tiene el mando en la mano quiere. Y la prueba más fehaciente de ello pasa por el extraordinario juego de cartas, Sangre de Reina (Queen's Blood), que forma parte de las dinámicas del videojuego. Estructurado en niveles, con su propia historia y sus propias mecánicas, el juego se acerca a lo que ya hemos visto ("The Witcher 3", "Horizon: Forbidden West") pero lo expande de manera gradual según queramos o no indagar en él. La presencia de ideas, recursos narrativos y referencias a todo el universo de la saga hace que queramos estar presentes, que queramos invertir nuestro tiempo y que no lo veamos como una contraprestación al mundo libre que ofrece el resto del juego. El premio, que se manifiesta en los estímulos de una tragaperras sin el asociado riesgo ludópata, es una recompensa en forma de lore que no puede ser más agradecida.
Es fácil, por lo tanto, rendirse a los encantos de la segunda parte de la revisión pasando por alto sus baches. Pero tiene baches. Estos se dejan sentir a partir de la segunda mitad del videojuego, que se siente por momentos alargada de manera artificial en favor de un dramatismo impostado, pudiéndose volver repetitivo a fuerza de buscar un valor añadido en la acumulación de horas de juego. Esto se puede obviar, dependiendo del porcentaje de implicación del jugador para con la historia, pero se volverá entonces más problemático cuando intentemos volver a determinadas zonas llego el endgame.
Conscientes de que el final iba a dar que hablar se hiciera lo que se hiciera, porque así de grande es ya el videojuego, "Final Fantasy VII: Rebirth" opta, de nuevo, por la vía más inteligente. No es la que satisfará a más jugadores, pero sí la que asegura aportar más a la conversación sobre el mismo concepto del remake. Y es inteligente porque, una vez más, la obra de Nomura es capaz de jugar a dos niveles, para recién llegados y parroquianos fieles, para aquellos que saben quién es el soldado del camión y para aquellos que saben a quién atraviesa la espada. Esto resulta en una especie de vaciado de Cloud, volviéndole más unidimensional pero, a la vez, más fácil de identificar con uno mismo. El protagonista del juego es nuestro carismático grupo de terroristas, sí, pero los protagonistas de la experiencia somos más que nunca nosotros.
El juego, espectacularmente construido desde lo técnico, con una banda sonora y un apartado gráfico sublimes (debería ser delictivo jugarlo en rendimiento, pese a los esfuerzos de Square Enix por "arreglar" este modo en las últimas semanas), tiende a la entropía propia de su enrevesado cosmos. Podemos derramar las lágrimas más amargas por nuestros compañeros de aventura, extrañarnos de cada interacción con Caith Sith y sentir la libertad en nuestras manos, explorando un mapa que (casi) nunca se siente vacío. El caos como disfrute. Y es que la materia prima de la que está hecho el juego, una que apela a lo emocional y a lo más primario sin caer en lo sentimentaloide, demuestra que estamos ante un proyecto meditado y planeado, algo que tristemente es noticia en el estado actual de la industria videolúdica. Nomura y Square Enix saben perfectamente que están desafiando al dios de la previsibilidad, al de la física y al de las expectativas de su propio cuerpo de aficionados, pero, de momento, parece que un ala es suficiente para volar lo más cerca del sol de lo que ningún juego logrará este año. La materia, al final, sí podía destruirse. La materia, al final, sí podía crearse de nuevo.
Título: “Final Fantasy VII: Rebirth”
Estudio: Square Enix
Plataforma: PlayStation 5 (próximamente en PC)
Precio: 79,99€ (PS5) - 99,99€ Ed. Deluxe
Valoración: 95/100