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Antonio Muñoz Molina: «La gente ya no mira los cuadros, se hace “selfies” con ellos»

Publica «Un andar solitario entre la gente», un valiente puzle literario entre el ensayo y la ficción que evoca a Poe, De Quincey y Baudelaire.

Antonio Muñoz Molina: «La gente ya no mira los cuadros, se hace “selfies” con ellos»
Antonio Muñoz Molina: «La gente ya no mira los cuadros, se hace “selfies” con ellos»larazon

Publica «Un andar solitario entre la gente», un valiente puzle literario entre el ensayo y la ficción que evoca a Poe, De Quincey y Baudelaire.

Esta es una obra sin márgenes, que rehuye de géneros y taxonomías, y de una sola y clara aspiración: la literaria. Antonio Muñoz Molina ha escrito su libro más original y valiente, el más arriesgado y, también, el de mayor libertad creativa: «Un andar solitario entre la gente» (Seix Barral), un paseo por la ciudad en compañía de autores como Thomas de Quincey, Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire o Walter Benjamin. Nombres que se cruzan en estas páginas redactadas a lápiz bajo el refugio de un alero o una sombra, y que discurre por sendas del ensayo y la ficción, entre la publicidad, la imaginación y lo que se escucha en las aceras.

–¿Existe alguna diferencia entre la escritura que nace de la imaginación y la que surge en la calle?

–En el primer caso, la historia nace dentro de ti; en el segundo, tú estás disponible. Cuando empecé este libro, interfirió otro proyecto, una novela que estaba pasando a limpio, y que estaba dentro de mí. Este surgió como una inquietud, con nada de literario, al empezar a escuchar a la gente y observar los ritmos del habla, a veces tan inventiva, y que apuntaba al volver a casa, junto a las frases de la publicidad.

–¿Qué ha aprendido del hombre en estos paseos?

–Lo que me ha sorprendido es el volumen del ruido. Pero lo fascinante de la ciudad es que todo está mezclado y visible, la belleza, la fealdad y la basura. Es un espectáculo subyugante. La ciudad europea es tan maravillosa. Se vive en libertad y seguridad. La idea de lo público es de un refinamiento impresionante. Pero está dañado por el tráfico y un modo de vida que favorece la basura y la desigualdad social que hace que los centros no sean accesibles para los que no tienen dinero y queda en mano de los especuladores.

–¿Y no queda cada vez menos espacio público? ¿No está siendo invadido por el comercio?

–Existe una privatización de la mirada. Ahora vas por la calle y en cualquier esquina hay una pantalla publicitaria interfiriendo en tu mirada. ¿Por qué las tengo que ver?

–¿Cómo están influyendo los anuncios en el comportamiento de la gente?

–Reflejan y alientan tendencias, como el narcisismo y la egolatría, alimentados por la publicidad. «Tú eres el centro de nuestras atenciones», «hemos preparado esto para ti», «puedes tenerlo todo». Es una especie de Mayo del 68, pero permanente. Estás teniendo todo lo que deseas al instante. Es una tontería. Son ficciones, por otra parte, están muy bien hechas. Cada capítulo del libro está encabezado por la frase de un anuncio o un verso. En un anuncio hay un esfuerzo de síntesis que se parece a la poesía. Y estas cosas son efímeras y anónimas porque no conocemos a los autores. El trabajo de esta gente es bueno. Una parte te repele y otra te seduce, pero tiene mucho ingenio y sentido del idioma. Además, hay un aspecto muy curioso: en Francia y Portugal la publicidad te habla de usted; en España, de tú.

–¿Qué ocurrió en EEUU? Parece que ha condicionado su trayectoria literaria.

–Hubo una cosa. Vivir en libertad y privadamente. No ejercer de escritor público en mi vida diaria. Aquí eres un escritor. Te vas convirtiendo en tu propia figura y ocupas un lugar que es una casilla. Y te ves obligado a responder a una idea que hay sobre ti. En EEUU podía hacer lo que quería y no estaba sujeto a a la atención inmediata. Y allí hay un descaro a la hora de tratar las cosas de la vida que aquí no hay. Esto me dio libertad de espíritu.

–Este obra es una de las más libres que ha publicado. ¿La libertad creativa es algo que se conquista poco a poco?

–Es algo que hay que estar peleando siempre. Tienes que pelear contra lo que se espera de ti, incluso gente que te quiere muchísimo y está interesada en lo que has hecho, pero a ti te interesa lo que no has hecho todavía. Puedes sentir la sensación de que vas a defraudar a estas personas, y eso es una sutil coacción. Otra coacción es la tentación de hacer lo que está de moda. Luego está la limitación interior de confiar en tus recursos. Has estado haciendo cosas con bastante éxito y corres el peligro de convertirte en una parodia o una repetición de ti mismo. Contra eso hay que luchar con autocrítica, ironía y humildad. Es lo más grave que te puede suceder. La libertad tiene que ejercerse constantemente contigo y frente a los demás.

–¿El hombre actual camina sin mirar ni escuchar?

–Las pantallas son muy adictivas. Lo más triste es ver a un niño, las criaturas más volcadas al exterior, hipnotizado por una pantalla. La tendencia a no ver está en nosotros. Es llamativo que el mundo seatan grande y las pantallas tan pequeñas. La gente no está nunca en el lugar donde está. Y no mira los cuadros, se hacen «selfies» delante de ellos. Para mí, es esencial estar solo, no reaccionar permanentemente a todo.