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Arroyo vuelve al «Lycée» 70 años después

El Instituto Francés recupera, junto a 30 piezas, los recuerdos guardados por el recién fallecido artista de su paso por el colegio

«Voss» (izquierda) y «Télémaque», dos de las 30 piezas que componen la exposición de Arroyo
«Voss» (izquierda) y «Télémaque», dos de las 30 piezas que componen la exposición de Arroyolarazon

El Instituto Francés recupera, junto a 30 piezas, los recuerdos guardados por el recién fallecido artista de su paso por el colegio.

No hace ni un mes, el 14 de octubre, que Eduardo Arroyo (Madrid, 1937-2018) fallecía y dejaba en el tintero –junto a un reguero de recuerdos, lágrimas y obras–, un par de piezas por terminar y una exposición de esas que al protagonista le hacen «especial ilusión», explicaba ayer Fabienne di Rocco, «colaboradora de Eduardo desde hace años, aunque nadie me conozca», bromeaba la comisaria de la muestra que acoge desde hoy el Instituto Francés de Madrid. El mismo en el que estudió y creció un tierno Arroyo que vuelve a lo que fue el patio de recreo de los chicos de entonces, la Galerie du 10, con «Un itinerario francés».

En ella se recuperan los primeros pasos de un artista que todavía no pasaba de niño. De las fotos de las promociones de principios y mediados de los 40 a dibujos de los futbolistas Luis Molowny y José Luis Riera, del Real y del Atlético, respectivamente. O notas y comentario de los profesores. «Comenzó siendo un niño inteligente y atento y terminó siendo solo inteligente», ríe Di Rocco. «Todo lo que ha guardado de sus años en el Lycée». También las redacciones del crío que era: «Robles de Laciana es un pueblecito situado a unos 80 kilómetros de León. Es un pueblo de labradores humildes tostados por el sol, rudos por el trabajo, muy fuertes y muy simpáticos. Yo voy a veranear todos los años allí y todos me conocen, juegan conmigo y me quieren»; u otra en las que mostraba sus aficiones deportivas, «siento preferencia por el fútbol y la natación».

El mal nacido de Argimiro

Años después de aquello, ya convertido en el Arroyo que conocemos, reflexionaba sobre su paso por la calle Marqués de la Ensenada: «Era cierto que el Liceo me convenía, a pesar de que en sus filas de profesores se encontrara el mal nacido cura Argimiro. En el “jardin d’enfants” del Liceo aprendí lo de “il était un petit navire qui n’avait ja- ja-jamais navigué” (“érase un barco pequeñito que jamás había navegado”)». Hasta que se acabó: «No olvidaré que a los catorce años fui expulsado de mi querido Liceo Francés por repetida mala conducta, y ese acontecimiento me hizo comprender, bastante joven, cómo las gastaban mis amigos los franceses», firmaba el protagonista.

Son los recuerdos que se recogen, junto a los de la Escuela de Periodismo, en dos vitrinas rodeadas de 30 dibujos donde «el hilo conductor es su paso por el Liceo y su relación con Francia. Todo ello concentrado en la preocupación de Eduardo por la condición del artista y del arte, esto es muy importante», apuntaba la comisaria –que está traduciendo al castellano el libro que dejó escrito Arroyo en francés y que saldrá en Francia el próximo enero, un texto inspirado en «Los diez negritos», de Agatha Christie– durante la presentación de la muestra. «Le preocupaba la parte oscura o precaria que tuvieron que pasar artistas como Baudelaire –continuaba Di Rocco–, pero también mucho humor, como los retratos que hizo de Stendhal y Flaubert», a quienes retrató junto a cuatro aspirinas porque, según el artista, «es tan intenso, y apasionante, lo que escriben que, a veces, te da dolor de cabeza». Igual que Toulouse-Lautrec, que tampoco se libra de ser inmortalizado con la mirada bizca.