Atapuerca comienza a excavar su yacimiento más grande: la Cueva Fantasma
Mañana se reinician los trabajos en el yacimiento arqueológico. se comenzará a estudiar esta zona que hasta ahora se había dejado aparte y que ha aportado ya, sin haber profundizado, el parietal de un neandertal.
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Mañana se reinician los trabajos en el yacimiento arqueológico. se comenzará a estudiar esta zona que hasta ahora se había dejado aparte y que ha aportado ya, sin haber profundizado, el parietal de un neandertal.
Herramientas líticas, restos óseos y un horizonte prometedor. Y todavía no han comenzado las prospecciones más profundas y serias. Después de Gran Dolina y la Sima de los Elefantes, dos nombres vinculados en el imaginario popular con la prehistoria y la evolución humana, los científicos de Atapuerca, que reinician los trabajos el próximo día 17, abordan uno de los yacimientos que más sorpresas puede deparar en el futuro y que trae el sugerente patronímico de la Cueva Fantasma.
El paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro reconoce que «cuando la limpieza del terreno iba por la mitad, comenzaron a aparecer piezas sueltas: huesos de animales, algo de industria lítica y el parietal de un neandertal. Estaba en superficie, clavado en el último nivel. Enseguida nos dimos cuenta de que era humano. Es una gran cueva, tiene un par de entradas por lo menos y está casi relleno, aunque quedaba un hueco por el que podía entrar un ser humano, pero eso no se sabe».
–¿Se ha podido datar el parietal?
–No podemos saberlo. Los neandertales, los clásicos, tienen entre 150.000 y 40.000 años. Tiene todas sus características, pero no podemos todavía precisar fechas. Para eso hay que excavar, tomar muestras. Este yacimiento es muy importante y supone un horizonte para el siglo XXI, aunque no es el único. La Sima del Elefante, donde apareció un fragmento humano datado entre 1.3 y 1.1 millones de años, prácticamente queda en su totalidad por trabajar y en la Gran Dolina, donde encontramos al Homo Antecesor, todavía no vislumbras su final.
La Cueva Fantasma arrastra su propia leyenda. Se conocía en la década de los 60, cuando el sitio es catalogado por el grupo de espeleología Edelweiss de Burgos. Se trata de una cueva derrumbada y el lugar fue encontrado durante esa época, cuando se abandonaron las canteras de la sierra, entre otras cosas porque el ladrillo, que es de factura industrial, comenzó a sustituir a la piedra. Durante un tiempo permaneció escondida. Un hayedo creció sobre el terreno y cubrió con rapidez el emplazamiento, ocultándolo a los voluntarios que se acercaban por allí para indagar. Las personas hablaban de él, pero no lograban hallar la localización correcta ni identificar el sitio exacto donde estaba la cueva que todos mencionaban. Durante el verano de 1981, un estudiante que investigaba en la zona volvió a dar con el paradero, tomo sedimentos y los lavó. En el cedazo quedaron restos de microfauna, pero como la localización estaba todavía cubierta por un espeso manto de vegetación su nombre continuó perteneciendo a un territorio que lindaba casi lo mítico. Más adelante, ya en la década de los 90, José María Bermúdez y Eudald Carbonell llegaron de nuevo hasta sus restos. «En aquel momento no teníamos medios para proceder a una investigación ordenada, aunque ya identificamos varias piedras talladas muy significativas para nosotros. Pero después de la crisis regresamos juntos y nos planteamos iniciar ahí los trabajos. Con máquinas, comenzamos a levantar las piedras que había repartidas por encima, cada una de ellas de miles de kilos, y cuando íbamos por la mitad de la limpieza nos encontramos con la sorpresa. Uno de los arqueólogos identificó ese parietal. Paramos inmediatamente».
La Junta de Castilla y León, impresionada por las pruebas que se han aportado, ha invertido 300.000 euros en techar el yacimiento para que las lluvias de invierno no afecten sus sedimentos. Ahora, el equipo de Atapuerca se dispone, durante las semanas que dure esta campaña, a abrir catas en un terreno que puede procurar nuevas sorpresas a los investigadores. «Hemos hecho sondeos y lo interesante, de momento, es que a 15 metros de profundidad se ve una columna de sedimento de 7 y 8 metros. Hay restos de animales hervíboros, lo que indica que ese fue un lugar de ocupación casi con completa seguridad. Existe un lado del yacimiento que está cortado por las canteras que se explotaron durante décadas, y en los segmentos abiertos que han quedado asoman restos de animales. Va a ser un verdadero festín de fósiles. Y hay que tener en cuenta que son muchos metros cuadrados. Es el más grande que tenemos de momento.
–¿Pero qué puede aportar todavía Atapuerca?
–La visión de la evolución humana que estudié en la facultad no tiene nada que ver con la que existe en la actualidad. Aquí está el 90 por ciento de los fósiles europeos. Queda mucho por saber. Antes se pensaba que en Europa había un linaje de neandertales, otro anterior al Homo Sapiens y el Homo Sapiens. Ahora hay más, algunas están en Atapuerca. Hay un crisol de varios linajes que han vivido durante 700.000 años, durante el pleistoceno medio e inferior. Lo que hay en Europa todavía es muy desconocido. Hay mucho que contar. ¿Qué ha sucedido en la península? Es una geografía montañosa con varias zonas de refugio. En el Viejo Continente se han dado desapariciones, extinciones y expansiones nuevas procedentes de otros puntos. A medida que aparecen fósiles, nos damos cuenta de la complejidad. En Atapuerca tenemos el reto de estudiar toda la evolución humana de Europa. Esto fue así porque durante las glaciaciones fue un enclave de refugio, con una buena temperatura, mientras el norte permanecía cubierto por el hielo, los hombres se resguardaron en este sitio, que, además, es de paso para especies animales.
Atapuerca ha retrasado en dos ocasiones la fecha de la llegada del Homo Sapiens a Europa y ahora mismo cuenta con un misterio sin resolver: un fragmento de un humano de entre 1.1 y 1.3 millones de años que todavía está por determinar. «Mientras no aparezcan más restos –asegura Bermúdez de Castro– es imposible llegar a una solución. Existe el resto de un diente en la provincia de Granada, pero nada más. Y esto es insuficiente. Sabemos que es del género homo, pero indeterminado». Cuando se le pregunta si puede pertenecer a un Homo Erectus, responde inmediatamente: «Sería lo razonable. Fueron los primeros que salieron de África, hace dos millones de años y se expandieron por Asia». Bermúdez de Castro no niega la posibilidad de que más adelante aparezcan nuevas especies, como ha sucedido en Indonesia. El motivo resulta muy sencillo de comprender: las poblaciones quedaban aisladas por diferentes causas y a partir de ahí evolucionaban con sus propias idiosincrasias y características.
Pero si Atapuerca ha roto un mito es la imagen idílica de un antecedente dócil, bondadoso, que vivía en armonía con la naturaleza. Antes de los descubrimientos que han salido a la luz había temas que eran tabú. Entre ellos, el canibalismo, una palabra que durante muchos años se evitó pronunciar en los círculos científicos por lo controvertida que era. Pero el canibalismo que practicaron nuestros antecedentes quedó, por fin, probado por los restos de un conjunto de niños, entre los 3 y los 14 años, que fueron devorados, como prueban las marcas que se han conservado en sus huesos. Si había infantes de dos años, como recuerda el paleontropólogo, se los comieron enteros y no han dejado nada. «Compartimos muchas cosas con el chimpancé común, tanto en anatomía como en comportamiento. Nosotros, como puedes inferir de la observación de ellos, somos territoriales, jerárquicos y tribales. Lo que observas por los fósiles que hemos hallado es canibalismo, violencia y tribalismo. Exactamente lo mismo que ahora. En la Sima de los Huesos está la prueba del primer asesinato que conservamos en la historia: un cráneo con dos golpes; en este sitio vemos la violencia por todas partes. Aquí no hemos apreciado diferencias desde que nos separamos del chimpancé». Lo más grave es que esta violencia era instintiva más que cultural. Los chimpancés, de hecho, que son primates al igual que los hombres, entran en guerra con otros clanes y tienen la mala costumbre de devorar las crías de los vencidos. «En Atapuerca hay canibalismo. Cuando lo dijimos, comenzaron a salir pruebas similares en todos los países. Esta práctica ha estado presente y conservamos huesos canabalizados. Como evento es una barbaridad, desde luego. La mayor parte de estos restos son infantiles. Eso es violencia. No me extrañó. Antes nos impresionaba, pero nos hemos acostumbrado porque siempre la hemos tenido presente. Hasta sería posible que ese hueso de 1.2 millones de años pudiera deberse a un acto de este tipo. No se sabe. Pero la violencia está en todo», comenta Bermúdez.