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Teatro

"Ficciones": ¿Y si el teatro nos ayuda a saber cuál es la ficción verdadera?

La Compañía Exlímite vuelve a saltar del off a los grandes teatros públicos con una “disparatada” función que explota las posibilidades del arte escénico para inventar la realidad

En «Ficciones», el escenario de la Sala Negra de Los Teatros del Canal, se convierte en un acelerador de partículas
En «Ficciones», el escenario de la Sala Negra de Los Teatros del Canal, se convierte en un acelerador de partículasCarla Maró

Aunque todo empezó con "Iliria" (2016), la obra de Denise Despeyroux que dirigió Juan Ceacero con Fernando Delgado-Hierro dentro del reparto, fue "Los Remedios" (2019), una autoficción sobre la historia de amistad de dos actores -que acabaría en la cartelera del Centro Dramático Nacional y obtendría el Max a la mejor autoría revelación-, el espectáculo que atrajo de manera decisiva la atención del público hacia la actividad teatral que se estaba desarrollando de nuevo en una alejada sala del madrileño barrio de Usera. Ese espacio tan querido por los teatreros de la capital, conocido anteriormente como Kubik Fabrik y rebautizado después con el nombre de Exlímite, se había convertido en la perfecta base de operaciones para que Ceacero (director-actor) y Delgado-Hierro (dramaturgo-actor) siguieran explorando distintos géneros y lenguajes en proyectos de lenta gestación que requieren una implicación muy directa de los actores y de todo el equipo artístico. Lo que caracteriza a la compañía Exlímite, según Ceacero, es hacer “un teatro de nueva creación donde el texto, la puesta en escena, el espacio… todo… se va creando de manera colaborativa, aunque cada cual tenga luego bien definida su función”.

Fue así como nació Cluster (2021), otra autoficción, en este caso sobre la generación de los 80, que dio un importante salto al entrar en la programación de las Naves del Español en Matadero. Y también ha sido así como ha nacido, y ha ido creciendo hasta su inminente estreno, Ficciones, una nueva propuesta madurada esta vez con el desahogo que supone contar con los Teatros del Canal en la producción.

La obra nace, curiosamente, casi como una reacción a la anterior. “Yo siempre pienso que un espectáculo es la promesa de un nuevo espectáculo –afirma el director-. Así que aquí hemos querido partir de un paradigma que fuese contrario de la autoficción (que era el paradigma de Cluster). Hemos hecho un pacto con la mentira, y hemos trabajado con la

premisa de que en ningún momento podemos ser nosotros mismos. A partir de aquí han surgido dos ejes: realidad-ficción y verdad-mentira. Al trabajar con los elementos tradicionales de la ficción, nos hemos dado cuenta de que son los mismos con lo que en la actualidad estamos construyendo la realidad o algunas supuestas verdades. No es que lo hayamos tratado de manera directa en el espectáculo, pero es algo que está ahí. A día de hoy, tú abres cualquier red social, y todo está mezclado en eso que llamamos la posverdad: las mayores tonterías aparecen revueltas con asuntos profundos e importantes. En ese magma, cada uno va construyendo su propia verdad; la gente ahora ‘cree’ en su verdad. La verdad se ha convertido, por tanto, en algo subjetivo”.

Hay que reconocer que, antes de saber cómo se plasmará todo ello en el escenario una vez que la obra se haya estrenado, la sinopsis de Ficciones resulta, de momento, bastante confusa sobre el papel. Las pistas que da la compañía son las siguientes: “Nos encontramos frente a los preparativos de un evento, tal vez una boda, donde nada es lo que parece. La pantalla nos guía a través del proceso de ensayos de una compañía en crisis que no consigue ubicar su última creación. De pronto, nos adentramos en la historia de tres personajes femeninos en plena crisis y asistimos a su transformación: tres cuentos fantásticos que desembocan en lo monstruoso de un viaje sin retorno. En este laberinto de dimensiones superpuestas, todo está servido para disfrute del que asiste atónito a la mascarada, mientras que los actores de la compañía viven el propio espectáculo como un dispositivo que atenta contra sí mismos y que, poco a poco, va enloqueciendo y amenazando el desenvolvimiento de la obra”.

“Es verdad que el espectáculo tiene una estructura endiablada, pero hay una lógica interna en él”, asegura Ceacero. Y trata de aclarar algunos detalles: “Ese evento sin definir, que podría ser una boda, representa el espacio de la impostura. Y lo que hemos hecho es plasmar sobre él los referentes de nuestro imaginario, provenientes de la cultura popular, del ámbito más intelectual… Hay, además, un homenaje al relato como género. Salen a colación Borges, los Panero, Mariana Enríquez… Queríamos explorar los recursos que tiene el teatro para construir ficción y trabajar con la idea de ser otros. Así que…, sí -confiesa entre risas el director-, es todo un poco disparatado”.

Esa plantilla de entregados actores está formada por Javier Ballesteros, Ángela Boix, Leticia Etala, Beatriz Jaén, Macarena Sanz y Belén de Santiago. Cada uno encarna unos siete personajes aproximadamente, con cambios continuos de vestuario. “Lo curioso –advierte Ceacero- es que, a medida que van incorporando más y más personajes, al final aparecen ellos mismos. Es como si el hecho de alimentar la propia ficción te devolviera a una identidad más profunda. En estos tiempos hay un empeño de la gente en construir su imagen, su perfil, su identidad pública… Lo hacen igual que se construyen un personaje en el teatro. Y aquí, al multiplicar esa construcción, lo que hemos acabado viendo es a las personas que hay tras los personajes”.

No obstante, al margen de todas estas disquisiciones teóricas, el director considera que el público también puede acercarse a la obra como a un puro entretenimiento: “Creemos que en un espectáculo muy divertido. Todo es una gran mascarada que discurre como un vodevil, donde se mezclan muchos géneros: desde el humor al terror, pasando por el absurdo”.