Bibi Andersson, la musa glacial y «salvaje» de Bergman
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Tenía 83 y cuentan que estaba ingresada en un asilo desde 2009, cuando sufrió un infarto cerebral que le había afectado al habla y le paralizó la mitad del cuerpo. Bibi Andersson, que supimos que murío ayer, fue, junto a Liv Ullmann, la gran musa del que acaso sea el cineasta europeo más importante de todos los tiempos, Ingmar Bergman. Como escribió Woody Allen en el «New York Times» con ocasión de la muerte del director, enfocaba con su cámara el rostro de ambas intérpretes rubias y no necesitaba nada más. Una explosión de sensualidad, silencio glacial, melodrama y comedia salpicaba entera la pantalla. Esto era posible, primero, por el talento descomunal del hombre que vivía semi aislado en una isla cubierta de niebla, hijo del teatro e infinitamente más divertido y dinámico de lo que nunca entenderán sus odiadores. Pero después, más allá de unos guiones dignos de Shakespeare, estaba una troupe de cómicos que, a la manera de la compañía que siempre acompañó a John Ford, entraban y salían de sus producciones para enriquecerlas con toneladas de pasión, talento, inteligencia y oficio. Entre todos ellos una de las más exquisitas y hermosas fue Andersson. Resultaba casi imposible no perder la cabeza por aquella rubia enigmática, bellísima, imperial, y los por personajes que regaló en obras que ya son consideradas cimas del arte como «El séptimo sello», «Fresas salvajes», «Escenas de un matrimonio» o «Persona». Su alianza con el mercurial y meticuloso Bergman se forjó muy pronto, cuando apenas tenía 15 años e inició su carrera rodando anuncios a sus órdenes. Aunque en las últimas horas proliferan las declaraciones de quienes subrayan su evidente autonomía, su bien ganada condición de mujer de talento que no necesitaba a nadie para florecer, lo cierto que las el cine, como todas la artes, acaba siendo un trabajo de equipo, una inmensa alianza en la que cada uno de los implicados aporta, y en sería imposible imaginar su carrera al margen de Bergman. La noticia de su muerte la dió la directora de cine Christina Olofsonm: «Bibi fue una gran actriz y una humanista fantástica», dijo. Con los años abandonó el cine para centrarse en la televisión, donde trabajó en varias series, y el teatro, donde fue actriz y también directora. Venía de trabajar con toda una colección de mitos, empezando por John Huston y siguiendo por Robert Altman. Casi nada. Sobrevive un legado de películas fabulosas, de miradas en las que caben todos los diálogos y réplicas dignas de una estrella irrepetible. Mucho más que una musa, fue una supernova. Solo resta agradecer tantos y tan magníficos regalos que ha dejado para el mundo del cine.