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"Bikeriders. La ley del asfalto": violencia, identidad y testosterona motera en el Medio Oeste americano

Jeff Nichols rescata en su último trabajo inspirado en el libro de fotografías de Danny Lyon la subcultura motera estadounidense con una dupla de infarto liderada por Austin Butler y Tom Hardy
Austin Butler en "Bikeriders. La ley del asfalto"
Austin Butler en "Bikeriders. La ley del asfalto"Imdb
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Heredero voluntario de lo que se conoció durante una horquilla temporal comprendida entre la década de los sesenta y los setenta como Nuevo Periodismo fotográfico –acompañado de esos estilos literarios tocantes con la no ficción de formato largo y unas perspectivas lo suficientemente subjetivas como para convertir el texto y el componente informativo de la imagen en un excitante ejercicio de inmersión sociológica– y participante activo de los temas documentados, Danny Lyon publicó en 1968 un libro titulado "The Bikeriders". En este monumental estudio de la subcultura motera del Medio Oeste estadounidense, Lyon, que ya atesoraba en ese momento un interesante recorrido profesional que le llevó a involucrarse en el movimiento por los derechos civiles del 62 después de hacer autostop hasta Illinois durante unas vacaciones de verano tras su tercer año en la Universidad de Chicago, fotografió, viajó y compartió el estilo de vida de los Chicago Outlaws durante cuatro años: de 1963 a 1967.
Tom Hardy en "Bikeriders"
Tom Hardy en "Bikeriders"Imdb
Viviendo en un apartamento alquilado, Lyon siguió a esta salvaje y anárquica banda de quemadores de asfalto que terminaron siendo designados como un sindicato del crimen organizado por numerosas agencias de inteligencia internacionales en "un intento de registrar y glorificar la vida del motorista estadounidense". Buscando el consejo del mítico Hunter S. Thompson, quien pasó un año con Los Ángeles del Infierno para la elaboración de su propio libro, Thompson tuvo a bien advertir a Lyon de la problemática que podía generarle su exceso de implicación en la banda y que debía "salir de ese club a menos que sea absolutamente necesario para la acción fotográfica", según palabras textuales.
La respuesta fue cuanto menos, desafiante: "Me aconsejó que no me uniera a los Outlaws y que usara casco. Me uní al club y rara vez usé casco". El fotógrafo fue miembro de pleno derecho de la banda y a pesar de la fascinación iniciática despertada por todo este universo de rugidos de motor y carreteras libérrimas el desencanto fue inevitable. "Me horroricé un poco al final. Recuerdo que tuve un gran desacuerdo con un tipo que desenrolló una enorme bandera nazi como una manta de picnic para poner nuestras cervezas. Para entonces me había dado cuenta de que algunos de ellos no eran tan románticos después de todo", llegó a reconocer en una entrevista sobre la desembocadura ideológica inevitable en el seno de este tipo de agrupaciones.
Tiempo después, en una suerte de ciclo de fascinación replicada, el cineasta Jeff Nichols, lo descubrió: "Me topé con el libro de Danny Lyon hace 20 años y reconozco que se convirtió en una obsesión. Estaba lleno de una nostalgia que encaja con el espíritu de un grupo de marginados. Fue una época especial, única, que desapareció y nunca volverá. El libro describe algo maravilloso, pero también muy triste", asegura en entrevista promocional el director de "Bikeriders. La ley del asfalto", la nueva, architestosterónica e interesantísima película del también autor de "Mud" –cinta que participó en Cannes con un magistral Matthew McConaughey en versión fugitivo– o "Take Shelter" que aterriza ahora en salas españolas con el mismo rugido audiovisual que una Harley desbocada.
Jodie Comer y Austin Butler en "Bikeriders"
Jodie Comer y Austin Butler en "Bikeriders"Imdb
Con algunas licencias aplicadas a la fidelidad del relato real recogido por Lyon en el libro, el realizador sustituye el nombre de la banda por uno ficticio, Los Vándalos, y se sirve de un mayúsculo trío interpretativo conformado por Austin Butler (Benny, el miembro más reciente), Tom Hardy (que interpreta al líder y fundador del grupo, Johnny) y Jodie Comer (integrante de la banda y mujer de Benny), vertebrando la narración de la cronología de este club de moteros a través de la voz femenina de esta última (cuya forma de adaptarse afectivamente a las reglas y dinámicas de estos malotes que lo solucionan todo a golpes recuerda un poco a la Karen Hill de "Uno de los nuestros") y estableciendo un relato paralelo de los cambios socioculturales que se estaban produciendo en el país.
La cinta, que bascula de manera atrayente entre el flujo de dinámicas de la masculinidad tradicional y tremendamente territorial que imperaban en la sociedad de los sesenta (especialmente en este tipo de agrupaciones) y la necesidad de libertad en la carretera extrapolada a esta idea definitoria del hombre que necesita continuamente escapar de algo -incluso de sí mismo como le ocurre a Benny- retrata el auge y la caída de los famosos clubes proscritos de motoristas estadounidenses pero también dibuja el germen fundacional en términos de vínculos sociales de la necesidad de pertenencia. Todos aquí necesitan sentirse parte de algo.
Los testimonios intercalados de los miembros del club privado de Johnny cuyos planos rezuman la vibración documentalista de la obra gráfica de un Miguel Trillo estadounidense, dotan al relato de un tono muy descriptivo en el que se agradecen los conatos de humor y solemnidad más tardía, cuando Los Vándalos empiezan a desmoronarse y a mutar en algo mucho más desparramado. La banda pasa de ser un lugar de reunión para los forasteros locales, un refugio preñado de camaradería sustentada en la pasión por la carretera y un vehículo de construcción de la identidad a convertirse en un punto de encuentro embrionario para un violento submundo de delincuencia, criminalidad y extremismo. Acunada por una espléndida ambientación que suda gasolina y huele al desencanto generacional de los excombatientes de Vietnam y por el ritmo frenético de una banda sonora que acelera de manera estimulante los tiempos del movimiento acompasado de las motos, resulta imposible no querer subirse a una de esas bestias hermosas de dos ruedas. Ahora, ya, en este momento. Aunque no sepamos la dirección. Y ni siquiera nos importe.