Bille August y la empatía del soldado
El doble ganador del Festival de Cannes adapta en "La impaciencia del corazón" una novela de Stefan Zweig sobre los límites del amor romántico
Madrid Creada:
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Cuando se dice que festivales tan prestigiosos como el de Cannes premian la autoría, se hace pensando en directores como el danés Bille August. El doble ganador de la Palma de Oro, con «Pelle el conquistador» (1988) y «Las mejores intenciones» (1992), se ha construido un modus operandi inmediatamente reconocible: piezas de época, épicas, normalmente desde un guion ajeno y, en el fondo, trabajos de orfebrería sobre la condición humana más allá del signo coyuntural de los tiempos. Eso es, exactamente, «La impaciencia del corazón», que adapta una novela de Stefan Zweig en la que un soldado intenta descifrar si sus sentimientos por una joven discapacitada se corresponden con los del amor romántico, con la piedad más condescendiente o con la simple empatía.
Con Esben Smed de nuevo como protagonista (con el que ya contó en «Per el afortunado», de 2018), August se las apaña aquí para narrar en los silencios y en las incomodidades, para intentar epatar, desde un período histórico concreto, con las nuevas juventudes. Desde París, el director atendió a LA RAZÓN para hablar de su «pasión» por el trabajo, en novelado histórico, de Zweig, cómo actualizó el relato y, también, para analizar la situación actual del cine de festivales, castigado más que nunca en salas y con un futuro incierto si nos dejamos influenciar por las tendencias que marcan las plataformas de «streaming».
-¿Cómo fue su primer contacto con el material original?
-La leí hace muchísimo tiempo, pero no para adaptarla. Mucho después me ofrecieron adaptarla como una producción grande, internacional, y rodada en inglés. Pero resulta que había problemas legales entre la productora principal y algunos de los productores, por lo que no se pudo llevar a cabo. Siempre me gustó la historia, por lo que insistí. Me parecía universal, y daba igual en qué idioma se rodase. Fue ahí cuando recién nos dieron luz verde y cambiamos el guion para que tuviera lugar en Dinamarca. Pero no fue complicado, porque si, por ejemplo, se hubiera adaptado en España con un director español, la historia tendría las mismas resonancias universales.
-Aunque usted no es ajeno a las piezas de época, se hace complicado imaginar lo difícil que tuvo que ser el proceso de documentación. ¿Cómo se levanta una película así, en términos de diseño de producción, también lidiando con los cambios y progresos respecto a las personas discapacitadas?
-Siempre que hago una película, quiero que sea lo más auténtica posible. Y ese fue aquí también el caso. Tuve que investigar muchísimo, sobre todo respecto al ejército, cómo funcionaba su propio sistema de honor. También respecto a la discapacidad, que se vive de una manera radicalmente distinta ahora a en ese tiempo, desde los individuos pero también desde la sociedad.
-¿Cómo encontró el tono adecuado para la película? Está narrada en términos de compasión, de empatía, todo muy interior...
-Lo que me parecía más interesante, y probamos una y otra vez ante audiencias jóvenes, fue cómo la gente sentía esa empatía. Por culpa del bullying, claro, hacia el personaje discapacitado. Es un tema que raya directamente con las sensibilidades de la gente joven hoy en día.
-Usted ha hablado de honor y de cómo esos códigos resuenan en la gente joven, pero es algo común a la producción literaria de Zweig, lo literaria que se siente siempre. ¿Por qué cree que sigue siendo tan relevante?
-Lo es, lo es, y lo que me interesa de este tipo de historias, de este tipo de películas, es cómo trabajan esa validez. Contar historias, por así decirlo, es fácil. Es ir del punto A al punto B, con unos cuantos obstáculos. Pero la grandeza de Zweig pasa por el cómo llegamos. Esta historia trata sobre la culpa y la empatía, pero integradas en un contexto dramático e histórico que las hacen más relevantes. ¿Qué es amor, qué es compasión, qué es pena? Es increíble.
-Obviamente, no es su primera colaboración con el actor Esben Smed. ¿Qué le aporta? ¿Qué le pedía como intérprete?
-Hablamos mucho de las dudas, de la confusión en la que estaba inmerso su personaje. No sabía si sentía amor, o solo prejuicios, como condescendencia. Todas esas emociones tenían que estar a flor de piel.
-Más allá del estreno, su nombre ha vuelto a la actualidad por el Festival de Cannes, como ganador doble. Robert Östlund, otro con doblete, preside el jurado y Ken Loach, igual de celebrado, presenta nuevo trabajo. ¿Pueden volver los festivales de cine a ser tan relevantes como llegaron a ser, por ejemplo, en los noventa?
-Los festivales son geniales para celebrar las películas, envolverlas en victorias, pero son aún más importantes para promocionarlas, para darles un lugar de privilegio entre el consumo de la actualidad. Sobre todo respecto a eso que llamamos cine de festivales, que no tendría otra salida posible. Ya casi nadie hace cine solo para las salas de cine, y eso es una realidad que hay que aceptar cuanto antes. Pero lo grave es que apenas hay gente joven que esté haciendo cine. Es interesante ver cómo los festivales son capaces de atraerles, porque por esas nuevas carreras pasa la relevancia del futuro.