Stefan Zweig, mejor morir antes de ver triunfar al nazismo
Se publican sus diarios de juventud, inéditos en español, que revelan los secretos de sus relaciones personales y aventuras amorosas, sus opiniones políticas, la impresión que dejó en él la contienda del 14 y sus augurios fatalistas sobre Europa
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A finales de 2008, en Ámsterdam, la Openbare Bibliotheek organizó una exposición sobre Stefan Zweig. En ella, se podían encontrar fotografías, ediciones originales de sus libros, un mamotreto donde llevaba todo lo concerniente a lo que generaban sus novelas, biografías y traducciones al extranjero, y hasta su nota de suicidio. Aquellos pocos metros cuadrados donde se reunía la intimidad y la obra de Zweig hubieran fascinado al Mauricio Wiesenthal de la novela «Luz de vísperas», protagonizada por un «alter ego» del vienés, al Benjamín Jarnés que le dedicó un excelso libro en 1942 y al psiquiatra Cláudio Araújo Lima, del que pudimos conocer en su momento «Ascensión y caída de Stefan Zweig», aparecido dos meses después de que el escritor, en la localidad brasileña de Petrópolis, decidiera poner fin a su vida junto a su mujer.
Estas viejas obras recuperadas y otras actuales que rodean a Zweig, el hombre que consiguió explicar la desaparición de la cultura centroeuropea a manos de los totalitarismos en su maravillosa biografía «El mundo de ayer», son la mejor indicación del interés por una prosa que ganó adeptos a medida que Quaderns Crema-Acantilado, en los años noventa del pasado siglo, fue recuperando libros –cuentos, novelas, ensayos, biografías– que lo habían convertido en una celebridad mundial. Incluso hace poco años esta misma editorial reunió sus once novelas en un solo volumen: mil quinientas páginas que, como aquella exposición holandesa, concentró lo mejor de su narrativa y que coincidió con un pequeño trabajo de su gran biógrafo, Jean-Jaques Lafaye, «El candelabro enterrado», en torno a su condición de judío como un destino irremisible: el suyo y el de tantos otros que se vieron obligados a exiliarse o a sufrir el acoso y homicidio nazis.
Un farol moral
Lafaye lo calificó de «poeta-fundador de nuestra Europa al que le tenemos una deuda infinita», de «ideal de escritor psicólogo», de «poeta-historiador del alma humana», de «cazador de almas». Para Zweig, pacifista militante y deseoso de ver una sociedad diversa y unida, el judaísmo constituirá un faro moral que influirá en su visión crítica de los acontecimientos trágicos desde 1914. En un discurso de 1936, el austríaco decía: «No deberíamos aceptar que nos tomen por una especie de aristocracia ni tampoco consentir que nos traten como una raza inferior. Una verdadera democracia solo es posible basándola en la autoestima individual y en el disfrute de las cosas compartidas».
Este Zweig reflexivo, que el lector tuvo la ocasión de conocer en el pasado mediante diversas ediciones de su epistolario, dirigido a escritores muy próximos a él como Herman Hesse o Joseph Roth, o a su primera mujer, Friderike, se pone de manifiesto en un proyecto que está encauzando Ediciones 98. Acaban ver la luz, así las cosas, dos volúmenes de los diarios del autor a partir de su edición en alemán en 1984, los que abarcan los años 1912-1914 y 1931-1940, y está prevista la aparición más adelante del periodo comprendido entre 1915-1916 y 1917-1918. Se trata de un documento inédito en español, gracias al cual podemos penetrar, como dice el encargado de la edición, Jesús Blázquez, en la intimidad del autor al conocer sus anotaciones privadas relativas a su vida cotidiana, sus relaciones con otros escritores, las aventuras amorosas, los estrenos de sus obras de teatro, los viajes a Alemania, el proceso creativo de sus obras, las estancias en París y las impresiones y vivencias durante el principio de la Primera Guerra Mundial, además de otras curiosidades, como su visita a Vigo en plena Guerra Civil española, y sucesos tan trascendentes para el continente como el ascenso de Hitler, lo cual al fin y al cabo lo arrastraría a trasladarse a América, cerrando en 1942 una vida que había iniciado en 1881, en el seno de una familia acomodada.
En el primero de estos dos libros aparece un joven Zweig encarando la escritura del diario, con el pesar de haber perdido otro que había escrito en París y Londres, viendo que «tengo poco ánimo en mi vivir», y consciente, entre melancólico e hipersensible, de que «pronto tomaré muchas decisiones en relación a hechos externos». Y, sin embargo, se contempla malgastando los días una y otra vez, lamentándose de no aprovechar el tiempo, él, que fue un trabajador incansable, que llegó a construir una obra colosal por su amplitud y variedad, y que tantos géneros literarios tocó. En todo caso, en esa fase juvenil de su existencia se nota ya su formación cultural exquisita, políglota, pues no en vano estaba preparando ensayos sobre Shakespeare y Dostoievski, y que tenía ideas formadas de otras literaturas: «He leído la novela española de Larreta [«La gloria de don Ramiro», del argentino Enrique Larreta], prototipo de todas las novelas españolas, carentes de fuerza».
Autores de la época, como Rolland, Verhaeren, Rilke y Schnitzler, aparecen en estas páginas con motivo de la intensa vida social de Zweig, que recibía en casa a estos artistas o los iba a visitar, incluso al extranjero. Luego, viene su «Diario en el año de la guerra 1914 desde el día de la declaración de guerra de Alemania a Rusia». En él al comienzo dice: «Me siento espantosamente mal con semejantes noticias: mi sentir más íntimo no cree en una victoria austríaca, no sé por qué. Y siento espanto por Alemania, que ahora será arrastrada del todo. (…) No consigo dormir, pues imagino el cercano horror reinante en todas las casas de la ciudad y la lejana miseria que padecerán los pobres muchachos en el frente». De este modo, se va haciendo eco de los horrores de los periódicos a la vez que hace referencia a su cotidianidad familiar, con una madre que llora pensando en lo que será de sus hijos si son llamados a filas.
Defraudado con la política
En lo que respecta al otro libro, tenemos a un Zweig que, un día de 1931, afirma retomar el diario tras haberlo interrumpido años atrás, con razones claras, basadas «en la premonición de que nos encaminamos hacia unos tiempos críticos, de cariz bélico», que conviene registrar, continúa apuntando, temiendo una revuelta fascista en Austria, sintiendo además por la política de su país «asco». Asimismo, mantiene una constante relación con compositores como Richard Strauss, viaja a Salzburgo y le llega «el infausto día: 50 años de edad». Tras ello, vienen sus «Notas desde Nueva York, 1935», en las que se asombra de la majestuosidad arquitectónica de Manhattan, da paseos por Central Park o recorre Wall Street y Broadway: «Verdaderamente se le corta a uno la respiración entre los gigantes bancarios, ¿no serán algunos de ellos huecos como el ladrillo?». Las entrevistas y las conferencias se suceden, pues Zweig era una estrella internacional que más tarde usaría el inglés para escribir un «Notebook War, 1940», que sería el principio de su fin. Dos volúmenes que hacen más luminosa nuestra percepción de un escritor que basó su existencia en el frenesí por comprender al prójimo, en la admiración a los músicos y literatos de la historia, en creer en el arte con fe inextinguible sabiendo que el humanismo no tiene recursos ante el mal.