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«Con el viento»: Un cuerpo que vibra

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Director: Panos Cosmatos. Guión: P. Cosmatos, Aaron Stewart Ahn. Intérpretes: Nicolas Cage, Andrea Riseborough, Linus Roache. EE UU, 2018. Duración: 121 minutos. Drama fantástico.
Esta es la historia de un cuerpo. No es extraño que la estupenda ópera prima de Meritxell Colell se despliegue entre dos danzas: la primera, con un cuerpo que se rompe, desencajado, convulso; la segunda, con un cuerpo que se abre a la comunión con el estremecimiento de la naturaleza, como un trance tribal con el viento como pareja de baile. Desde Buenos Aires al pueblo de Burgos en el que fue niña, el cuerpo de Mónica (Mónica García) se reencuentra con otros cuerpos simbólicos tras la muerte de su padre: el cuerpo-familia, que le resulta extranjero, y el cuerpo-paisaje, que también es el cuerpo de la memoria, aquel que nos reivindica como de su propiedad aun cuando nos cuesta reconocernos en él. En consonancia con la profesión de Mónica, que es bailarina y coreógrafa, Colell ha hecho una película muy física, donde la toma de distancia habla de la conexión de la protagonista con el mundo que la rodea. Su larga ausencia la separa de su hermana mayor (Ana Fernández), que se la reprocha, pero la acerca a su sobrina (Elena Martín), que ya es una adulta curiosa. Esas distancias se comprimen con la madre (Concha Canal), que desprende una verdad inquebrantable: jugando a las cartas, preparando la comida o tejiendo un jersey de lana, parece encarnar la calidez de una casa de campo calentada por el fuego. «Con el viento» sopla a favor de un cine austero y sensorial, donde todo se explica a partir de los gestos y el silencio. La crisis vital de Mónica es un enigma, sus heridas nunca están explicadas por el relato. Ha vuelto al pueblo para ayudar a vender la casa familiar, y ese regreso, que tiene algo de argumento universal, provocará el reencuentro con su infancia. A Colell no le interesa tanto que surja el lamento sino que la memoria de su protagonista haga su trabajo, calladamente, y se pongan en circulación las vibraciones de la emoción. Es admirable que la película nunca trabaje sobre el tópico nostálgico y prefiera anclarse a la realidad de los problemas cotidianos que hay que solucionar, al pasado del que hay que desprenderse para seguir avanzando y de la relación nueva con un paisaje agreste, que sigue impertérrito al paso del tiempo, ajeno a la melancolía que provoca en quien lo mira. El viaje interior de «Con el viento» nunca grita pero se hace escuchar, sobre todo cuando la posibilidad de una reconciliación aparece como un temblor, como una oscilación del espíritu.

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