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Crítica de 'Aquel verano en París': Los misterios de Blandine ★★★★
Dirección: Valentine Cadic. Guion: Valentine Cadic y Mariette Désert. Intérpretes: Blandine Madec, India Hair, Arcadi Radeff, Matthias Jacquin. Duración: 77 minutos. Francia, 2024. Comedia dramática.

En francés se titula «Les rendez-vous de l’été», para que no nos quede ninguna duda de que si Rohmer hubiera rodado «Les rendez-vous de París» durante las Olimpiadas, el resultado podría haber sido muy parecido. Ese es el espíritu, aunque quien manda en el recuerdo es la bellísima «El rayo verde», con aquella Delphine preguntándose, entre comidas veraniegas y cartas del tarot encontradas al azar, por qué nadie abrazaba su corazón solitario. Hay mucho de aquella obra maestra en «Aquel verano en París»: ambas películas parecen organizadas, sugeridas e inspiradas por el aura de su actriz principal, y ambas se aprovechan de un cierto margen de improvisación y un rodaje ligero, que incorpora extras casuales con aliento documental.
Eso sí, la Delphine de Marie Rivière no tiene mucho que ver con la Blandine de Blandine Madec: hay en el vagabundeo de las dos, en su errancia, una encarnación motriz de su soledad dispersa, desenfocada y melancólica, aunque Blandine, al contrario que Delphine, no siente la necesidad de quejarse, de llorar su abandono. Lo acepta con el corazón abierto a las múltiples posibilidades que le brinda convertirse en turista en una ciudad en estado de excepcionalidad, y su rostro de estupefacción, que oscila entre el autismo y la sorpresa, la convierten en un personaje excepcional en sí mismo, una chica de provincias que es a la vez sabia e ingenua, opaca y transparente.
Blandine Medec, que ya había trabajado con Valentina Cadic en el cortometraje «Les grandes vacances», está extraordinaria: la actriz parece tan comprometida con la propuesta como su personaje con los encuentros que le ofrece su visita a París, ya sea con su hermanastra, a la que hace años que no ve; o con su sobrina, o con su idolatrada atleta olímpica, Béryl Gastaldello; o con un periodista al que acaba por responderle lo que este no necesita; o con el joven vigilante de una piscina, con el que teje un provisional vínculo de empatía o ternura; o con su excuñado, que la convierte en activista antiolímpica, provocando una de las escenas más divertidas de la película.
Aunque, hay que recordarlo, esta no es exactamente una comedia. Se corría el peligro de banalizar un poco a Blandine, de convertirla en la inocente provinciana que descubre el mundo con los ojos como platos, pero uno de los gestos más hermosos de Cadic como cineasta, tan atenta a colarse en las multitudes olímpicas con espíritu de «flaneûr», es retratarla como alguien que disfruta, en cierto modo, de permanecer al margen. Blandine es una mujer que se habría llevado bien con Agnès Vardà: hay algo en su autonomía, en su optimismo, en su naturalidad, en su falta de pretensiones, que la convierten en un personaje singularísimo, excéntrico, que la cámara de Cadic caza al vuelo sin que las anécdotas que protagoniza y los personajes que salen a su encuentro la cambien. Tenemos la sensación de que de vuelta a Normandía, en la playa, mirando al mar, Blandine se ha reencontrado con la paz que ya tenía al principio de la película.
Lo mejor: Un precioso retrato femenino, apoyado en la brillante interpretación de Blandine
Lo peor: Que su modestia la hagan aparentar una película más trivial de lo que es
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