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Crítica de 'Mi postre favorito': No es país para amores jubilados ★★★
Dirección y guion: Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha. Intérpretes: Lily Farhadpour, Esmail Mehrabi. Irán-Francia-Suecia-Alemania, 2024. Duración: 97 minutos. Comedia dramática.

He aquí el paradójico error de «Mi postre favorito»: organizar todo un discurso crítico contra los mecanismos opresores del gobierno iraní mientras, en un impulso poco afortunado, que transforma lo que había sido una encantadora, inofensiva comedia romántica en una tragedia siniestra, le da la razón a sus censores. Es una curiosa contradicción, porque, hasta el tercio final del metraje, Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha, que rodaron la película en secreto y no pudieron viajar a la Berlinale de 2024 a presentarla porque las autoridades de su país les confiscaron el pasaporte, consiguen denunciar la falta de libertades de la mujer en Irán sin dar lecciones morales, con una envidiable ligereza.
Desde nuestra perspectiva occidental puede parecer extraño que la historia de una viuda que decide, a los setenta años, buscar activamente una pareja que la haga feliz (¡y lo hace, anatema, sin vestir hiyab en su propio hogar!), que baila y bebe vino en un conmovedor ritual de seducción con un taxista que puede ser su próximo marido, sea tan polémica, pero, recordémoslo, estamos en Irán, y que las mujeres en plena tercera edad tomen la iniciativa para tener una relación amorosa es especialmente escandaloso. No hay, sin embargo, ni una gota de provocación, y mucho menos de condescendencia, en el encuentro entre esta ama de casa jubilada y su interés romántico.
Hay verdad en sus confesiones, en sus titubeos, en su química, y en el modo en que los intérpretes encarnan lo que ocurre durante la cita. Por eso sorprende aún más el radical giro de guion que toma la película, como si Moghaddan y Sanaeehan hubieran sacrificado la coherencia ética y política para sorprender al espectador, y no se dieran cuenta de que, con su decisión, estaban ejerciendo el papel de policía moral que tanto critican. El brusco cambio de tono de la historia no la hace más profunda, es un truco fácil para gustar a la mala conciencia europea.
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