Studio Ghibli: el viento sigue levantándose
El estreno en España de «El cuento de la princesa Kaguya» (Isao Takahata) y «El recuerdo de Marnie» (Hiromasa Yonebayashi) demuestra que el estudio fundado por el maestro Hayao Miyazaki, que se retiró en 2013, sigue suministrando joyas al cine
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El estreno en España de «El cuento de la princesa Kaguya» (Isao Takahata) y «El recuerdo de Marnie» (Hiromasa Yonebayashi) demuestra que el estudio fundado por el maestro Hayao Miyazaki.
En 2013, Hayao Miyazaki, para muchos el genio indiscutible del cine de animación, dijo adiós. Decidió retirarse de la producción de largometrajes tras dirigir once películas –entre ellas joyas como «La princesa Mononoke», «El viaje de Chihiro» y «El viento se levanta»–, cosechar dos Oscar de Hollywood, la industria «enemiga» de los estudios japoneses, y convertir a la religión del «anime» a millones de espectadores en todo el mundo. La pregunta era, por tanto, obligada: ¿hay vida después de Miyazaki? Dos películas de Studio Ghibli que se estrenan hoy sugieren un rotundo «sí» ante esta duda. «El cuento de la princesa Kaguya» y «El recuerdo de Marnie», nominadas a Mejor Película de Animación en las dos últimas entregas de las estatuillas, demuestran que el vigor del estudio que fundó Miyazaki junto a Isao Takahata sigue intacto. Lo que no sabemos es hasta cuándo, pues la compañía nipona (que cuenta hasta con un museo conmemorativo en Tokio) se encuentra en un proceso de reestructuración complejo tras la retirada de Miyazaki y las dudas sobre la continuidad de Takahata, de 80 años. Sea un punto y seguido o un punto y final, no es mal momento éste para saludar con elogios la llegada del nuevo trabajo de este último dibujante, «El cuento de la princesa Kaguya».
De un brote de bambú
«El cuento de la princesa Kaguya» parte de una narración tradicional japonesa de cerca de mil años de antigüedad. Una pareja de campesinos que vive en unas montañas perdidas dedicados a cortar y recolectar bambú encuentran dentro de un brote de dicha planta a una niña recién nacida. La pequeña, acogida por la pareja, crecerá rápidamente –más veloz que la media– y vivirá una infancia feliz en el entorno natural, rodeada de amigos rudos pero honestos, en especial el joven Sutemaru. Los problemas empezarán cuando, al borde de la adolescencia, el padre de Brote de Bambú –así la conocen todos en la aldea– encuentre en otra planta una provisión de oro y ricas sedas, interpretando que el destino de la niña es ser una rica princesa en la capital. Ahí nacerá la Princesa Kaguya, una joven obligada a vivir en el encorsetamiento de la corte, lejos de sus inclinaciones por la naturaleza, y asediada constantemente por potentados pretendientes hasta que una revelación inesperada cambie su vida y la de quienes la rodean .
Pero más allá de los valores que la película trata de inculcar –la vida armónica en la naturaleza, con un equilibrio existencial entre las necesidades y las expectativas–, si algo salta directamente a la vista, como no puede ser de otra manera tratándose de un filme de animación, es la exquisita ilustración de «El cuento de la princesa Kaguya». Más allá del trazo nítido de otras propuestas de este creador que para muchos es el único capaz de situarse a la altura de Miyazaki –obras maestras como «El laberinto de las luciérnagas» lo atestiguan–, en esta narración el dibujo se somete o se integra en la plasticidad etérea del aguafuerte. Gracias al uso de esta técnica tan volátil, Takahata logra que sus retratos de la vida en el bosque alcancen grandes cotas poéticas y los cerezos en flor, tan característicos de la iconografía nipona, luzcan como nunca. Todo al servicio de un cuento bien conocido en el acervo popular de Japón que conquistó a los académicos de Hollywood.
Desde hace varios años no es en absoluto extraño que los filmes japoneses compitan por la estatuilla más importante de la industria internacional. Pero sólo una vez en dos décadas, precisamente con «El viaje de Chihiro» de Miyazaki, Japón ha logrado romper el férreo telón proteccionista de Hollywood hacia sus «dibujitos». «El cuento de la princesa Kaguya» logró ser nominado en 2015 y a principios de este año el propio Isao Takahata fue propuesto como académico de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, cargo que rechazó por estar demasiado ocupado con su trabajo. No obstante, Hollywood sigue mirando hacia Studio Ghibli, como ejemplifica el hecho de que este mismo año otro producto de la factoría, «El recuerdo de Marnie», estuviese entre los nominados.
En la película de Hiromasa Yonebayashi la naturaleza también juega un papel fundamental, así como la nostalgia por otros mundos o por el pasado. «El recuerdo de Marnie» cuenta la historia de Anna, una adolescente herida en lo más íntimo por un sentimiento incomprensible de pérdida. Anna, que vive en la gran ciudad de Sapporo, no se relaciona en su escuela, pasa sus horas dibujando y odia en su interior a su madre adoptiva y a cuantos la rodean. Por prescripción médica (la joven padece asma), Anna es enviada a un pequeño pueblo costero, a casa de unos tíos lejanos. Allí, se sentirá inmediatamente atraída por una gran mansión abandonada a la que sólo puede acceder en barca cuando la marea crece. Será en esa casona donde se le revele la existencia de Marnie, una niña de cabellos dorados e irresistible candor con la que mantendrá una estrecha relación de amistad sin saber exactamente de dónde surge la misteriosa joven: de una realidad incognoscible o de su simple fantasía.
En el top 50 de Miyazaki
«El recuerdo de Marnie», que no deja de ser una película infantil o adolescente aunque abierta al gran público, trata con hondura un tema tan delicado como el tránsito a la edad adulta y la depresión o el nihilismo que puede atrapar a los jóvenes en esa edad complicada en que es preciso abandonar el mundo interior y abrirse a la sociedad.
La novela «Cuando Marnie estuvo allí», de Joan G. Robinson, es el origen de este trabajo que a buen seguro llevaba tiempo rondando en la cabeza de los fundadores de Ghibli. De hecho, Miyazaki había introducido este libro en una lista de 50 novelas para niños imprescindibles. El encargo recayó sobre Yonebayashi, que con anterioridad había realizado solamente un largometraje («Arriety y el mundo de los diminutos», con guión del fundador de Ghibli). La huella de la factoría japonesa es claramente reconocible en un filme que apela en ocasiones a la nostalgia de época que tan magistralmente retrató Miyazaki en «El viento se levanta». Cabe esperar que, a pesar del adiós del maestro y la actual crisis en esta factoría, Ghibli vuelva a las andadas y el «anime» siga levantando viento.