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"Con faldas y a lo loco", la comedia perfecta

Lesbianismo, homosexualidad, travestismo, falsos playboys y mujeres en busca de un buen partido: hace 60 años, Billy Wilder gestó un cóctel explosivo de risas y sexo, lo más atrevido que pudo en la puritana sociedad de los 50.
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Lesbianismo, homosexualidad, travestismo, falsos playboys y mujeres en busca de un buen partido: hace 60 años, Billy Wilder gestó un cóctel explosivo de risas y sexo, lo más atrevido que pudo en la puritana sociedad de los 50.
Los buenos cinéfilos saben bien que Meryl Streep tenía una casa en África y Billy Wilder una tía en Viena. Esta estupenda señora poseía grandes virtudes: era puntual y capaz de memorizar un texto. Solo había un problema: no era Marilyn Monroe. «¿Quién querría ver a mi tía en pantalla?», se preguntaba con toda la chacota del mundo Billy Wilder. Por eso, aunque juró y perjuró que nunca más trabajaría con la rubia tras «La tentación vive arriba» («He discutido esto con mi médico y mi psiquiatra y me dicen que soy demasiado viejo y demasiado rico para pasar por esto nuevamente», llegó a decir), el director se vio embarcado en otra aventura con la actriz más explosiva del momento, de todos los momentos. Fue en «Con faldas y a lo loco», hace ahora 60 años, y hay quien dice que es la comedia perfecta. Así, sin paliativos.
Hacia 1959, Wilder ya había rodado algunas de sus obras mayores, si es que no lo son todas en su caso: «Perdición», «El crepúsculo de los dioses», «Sabrina»... Su anterior cinta, «Testigo de cargo», había sido todo un éxito en taquilla, lo que le garantizaba meter sus manos en una comedia tan arriesgada como sería «Con faldas y a lo loco». «La mirada del cineasta se desplazaría hacia rasgos más puros de la comedia, completamente alejado de la vertiente emocional de ''Ariane'' y mucho más cercana a la ''screwball comedy''», señala Joaquín Vallet, uno de los autores del libro conmemorativo del 60 aniversario del filme que acaba de publicar Notorius.
La comedia era la lengua madre de Wilder. Crecido a la sombra del gran Ernest Lubitsch, durante años, de su despacho colgó el siguiente cartel: «¿Cómo lo haría Lubitsch?». En «Con faldas y a lo loco» Wilder seguiría alguno de los preceptos del maestro de «Ninotchka» y los adelantaría en cuanto a libertad expresiva. Si el famoso «toque Lubitch» tiene la elipsis y la sutileza en el centro, la cinta que nos ocupa pudo internarse en peliagudos meandros del sexo con menos pudor, aunque por supuesto allá donde no podía enseñar, Wilder sugería. Basta pensar en la escena de introducción de Marilyn: taconeando por el andén, aparece de espaldas moviendo sugerentemente las caderas, mientras suena una música de saxofón (el instrumento más sexual de toda la orquesta) y salen vaharadas de vapor de la locomotora. Antes de verle la cara y esos pechos abundantes con cuyas formas jugaba la iluminación, ya sabemos a qué huele la Marilyn de «Con faldas y a lo loco»: a deseo químicamente puro, a sexo.
Bajo las enaguas
El guión de Wilder e I.A.L Diamond parte de una película francesa del año 35, «Fanfare d'amour». El tándem cogió ese material y trasladó la acción a los locos 20, alejando la acción desde la puritana norteamérica de los 50 a la década del libertinaje para permitirse mayores licencias. En ese contexto, en el Chicago de los gángsters, dos músicos (Tony Curtis y Jack Lemmon) contemplan los asesinatos de la mafia en la Matanza de San Valentín. Puesto que son testigos incómodos, deben huir de los gángsters, para lo cual se hacen pasar por señoritas de una orquesta femenina, travestidos y mimetizados con mujerones tal que la Monroe. El problema es que el roce hace el cariño y bajo las enaguas, los dos músicos albergan potentes instintos masculinos, menos acusados en Daphne (Lemmon), según se ve a lo largo del filme, pero absolutamente desbocados en Josephine (Curtis), que intenta enredar a Sugar (Monroe) en sus redes.
«El papel de Sugar era el más flojo, así que el truco era que lo interpretara la actriz más fuerte», comentó Wilder en su día. No podía ser otra que la Monroe, que además necesitaba dinero para pagar los abogados del filocomunista Arthur Miller, siempre en líos con los «mccarthistas». Aunque errática e insegura (llegó a repetir una escena 59 veces), rodeada siempre de la insoportable Paula Strasberg, su asesora del Método, la actriz no tenía competencia a la hora de combinar candor y sensualidad, como queda patente en la famosa escena (la más «hot» del filme) con Tony Curtis en el barco, plagado de diálogos de jocosa obscenidad («es como fumar sin tragarse el humo, pues trágueselo»).
Si Sugar era «el papel más débil», el objeto de deseo, los dos travestidos fue el dúo más fuerte. Y es que mostrar a dos hombres vestidos de mujer entre mujeres, comentando su impresión machista de ellas y a la vez, como mujeres que fingen ser, sufriendo el machismo de otros hombres (palpadas de trasero, comentarios subidos de tono), es la clave de sol del filme. Eso, y el constante juego con temas tan espinosos en la época como el lesbianismo y la homosexualidad, ejemplificado este último en la «relación» (el tango y la mítica escena final) entre Daphne/Lemmon y Osgood. «Con faldas y a lo loco» es una pequeña Sodoma y Gomorra desternillante. «Una grieta en el conservador muro de la doble moral americana sobre el sexo, el amor y el travestismo que quebró gran parte de los preceptos de la censura para terminar arrasando en taquilla y convirtiéndose en una de las mejores comedias de la historia del cine», señala Teresa Llácer.
Pero la cinta no estuvo en absoluto exenta de problemas con la censura y el riguroso Código Hayes que regía desde los años 30. La Legión Nacional de la Decencia condenó la película y en varias ciudades se produjeron problemas en el estreno: en Menphis obligaron a poner una advertencia del alto contenido erótico y en Kansas se produjeron retrasos en las proyecciones mientras se valoraba si cortar o no la escena del yate. «Con faldas y a lo loco» no significó lo mismo para Curtis que para Lemmon. Curtis siempre sintió que su trabajo fue minusvalorado, por ejemplo, al no ser nominado a los Oscar como su «partenaire». Su carrera fue siempre una constante lucha por la consagración, que nunca alcanzó realmente en comparación con otros actores de su generación. Aceptar el papel de Joe/Josephine para un hombre que vivía de su fama de «playboy» fue todo un riesgo, «un verdadero desafío para mi virilidad». «Ya desde el primer día descubrió el verdadero motivo que llevó a Sinatra a rechazar el papel», señala Jaime Vicente Echagüe.
Tango entre hombres
En cambio, Lemmon, el «payaso tonto» de la película, se reveló como genio cómico en el papel de Daphne, un personaje con menos complejos a la hora de adoptar el rol femenino, del que se va encariñando a lo largo del filme, como en un lento pero inexorable descubrimiento de su verdadera sexualidad. La controvertida y ambigua relación que se fragua entre «ella» y el millonario Osgood va muy lejos para los estándares de la época. Por eso ha dado dos de las escenas más famosas no solo del filme, sino de la historia del cine: el tango entre dos «hombres» y, por supuesto, la secuencia final en la lancha, remedada, parodiada y homeneajeada hasta la saciedad, en la que Lemmon no atina a explicarle al millonario que su amor es imposible:
–No me comprendes, Osgood, ¡soy un hombre!
–Bueno, nadie es perfecto.
¿Estuvo Marilyn embarazada durante el rodaje?
Es uno de los grandes misterios de Hollywood. ¿Llegó a estar Monroe embarazada durante el rodaje de «Con faldas y a lo loco»?. Recuerda Jaime Vicente Echagüe que «Curtis había tenido un breve romance más de diez años antes» con la actriz. Entonces ella tenía 19, su figura era más aniñada y su cabello pelirrojo. Pero en 2008, con 83, Curtis reveló que en su encuentro para el filme de Wilder habían tenido un affaire que dejó a Marilyn embarazada. Continúa Echagüe: «Aportaba detalles como que la actriz, su entonces marido Arthur Miller y Curtis se encerraron en una habitación, que ella se puso a llorar, que se oyeron frases como ''sal de nuestras vidas'', que el autor de ''Las brujas de Salem'' consultó a un ginecólogo que le dijo que aquella presunta paternidad era imposible». Al hilo de ello, añade Teresa Llácer, Miller habría exigido a Wilder que acortara el horario de rodaje para su mujer. La realidad es que nunca sabremos con certeza si Marilyn estuvo o no en estado.