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Crítica de 'Un completo desconocido': los tiempos están cambiando ★★

Dirección: James Mangold. Guion: Jay Cocks y James Mangold (libro de Elijah Wald). Intérpretes: Timothée Chalamet, Edward Norton, Elle Fanning, Monica Barbaro, Boyd Holbrook. Estados Unidos, 2025. Duración: 141 minutos. Biopic.

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La pregunta es: ¿Por qué Dylan? ¿Por qué otra vez Dylan? ¿Por qué volver a él después de “No Direction Home”, de Scorsese, y “I’m Not There”, de Todd Haynes, cuando Dylan insiste en darnos la espalda y todos insistimos en reducirle a una entrada de Wikipedia? Podemos aventurar dos motivos a partir de las imágenes de “Un completo desconocido”: por un lado, la necesidad de transformarlo en símbolo político de un país que tiende a la intolerancia cuando hay que admitir que los tiempos están cambiando, y por otro, utilizarlo como depósito icónico para vender el aura de una estrella, Chalamet, que no quiere ser fugaz, que quiere estar entre los grandes, según confiesa “entre Marlon Brando y Daniel Day Lewis”. 

La paradoja está en que Dylan no da para más. Lo sabemos todo de él, pero apenas nada nos sirve, al menos tal y como nos lo presenta la película, de la que solo queda su inmenso talento. Lo sabemos por la obra maestra de Haynes: a Dylan es imposible aprehenderlo, quien lo intenta está destinado a quemarse. Es un fantasma que se escurre entre los dedos, una identidad mutable, inescrutable. En esa inescrutabilidad, en esa resistencia a ser uno e indivisible, está su encanto. Es como la poesía, que no se entiende porque no puede explicarse. 

James Mangold comete el craso error de convertirlo en prosa, de acercarse a él como si fuera un hombre de carne y hueso que hay que descifrar, y no hay nada interesante en él si apelamos a lo mundano. Por eso la relación con los personajes que le rodean es tan plana (especialmente triste es el retrato de la artista Sylvie Russo, una Elle Fanning condenada a ser mujer florero) o tan flácida (a pesar del entusiasmo de Edward Norton como Pete Seeger, su mentor, o la mirada intensa de Monica Barbero como una áspera Joan Baez). Si no compone, si no crea, Dylan es un enigma que nadie en su sano juicio querría resolver. Si Haynes conseguía que todas las identidades del único cantante que ha ganado el Nobel resultaran fascinantes, y fueran reencarnaciones de un contexto histórico, político y fílmico, Mangold lo reduce a una sombra hostil que murmura, con la mirada huidiza, que no será lo que los demás quieren que sea. Mientras tanto, Chalamet es precisamente eso, el Dylan que esperábamos, la mímesis ‘cool’, esforzada, del artista que hace cambiar el signo de los tiempos. Lo contrario, claro, de Cate Blanchett en “I’m Not There”.

Al devenir-eléctrico de Dylan se dedica la segunda parte de la película, y al escándalo que eso provocó en el festival de música folk de Newport, que había sido una de sus plataformas de lanzamiento. Chalamet mejora notablemente a su Dylan cuando canta, que es mucho, quizás porque es ahí donde el actor tiene finalmente algo a lo que agarrarse, la ‘performance’ es un espacio seguro para olvidarse de un misterio que no es más que un vacío. Pero, por lo demás, la película, que defiende la idea de progreso que encarna Dylan, parece comportarse como el público (regresivo, reaccionario, refractario al cambio) al que pretende criticar.

Lo mejor: 

Chalamet canta extraordinariamente bien, y los temas de Dylan, bien filmados, son invulnerables.

Lo peor: 

Es una película un tanto prescindible, no aporta nada nuevo al personaje, más bien se lo resta.