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Cuando Mark Lockyer fue el demonio

El actor británico cuenta en «Living With the Lights On» los altibajos de una carrera, la suya, marcada por un trastorno bipolar

Mark Lockyer ocupará la sala pequeña del Español, la Margarita Xirgu, durante cinco días
Mark Lockyer ocupará la sala pequeña del Español, la Margarita Xirgu, durante cinco díaslarazon

El actor británico cuenta en «Living With the Lights On» los altibajos de una carrera, la suya, marcada por un trastorno bipolar.

En 1993 todo era, o parecía, de color de rosa para Mark Lockyer (Guernsey, Reino Unido, 1965). No había cumplido los treinta y ya había trabajado con Richard Eyre, Declan Donnellan y Sam Mendes, entre otro buen puñado de nombres gordos, además de formar parte de la Royal Shakespeare Company (RSC), donde estuvo en los elencos de «El mercader de Venecia», «La tempestad» y «El rey Lear». «Tuve una temporada exitosa». Cada crítica era un elogio y hasta rozó el Ian Charleson como mejor actor joven, quedó segundo. Sin embargo, «las cosas empezaban a ser un poco extrañas»: «Era enero y recuerdo estar bebiendo con mi madre vodka y tónica. Pero lo siguiente que sé es que estaba gritándole de un modo muy agresivo. Luego, a la mañana siguiente, me desperté sin saber por qué hice todo aquello». Lockyer acababa de empezar el descenso a una «vergüenza» de la que trató de protegerse, pero ante la que «fallé miserablemente», define.

El actor británico no duda. Habla. Se abre en canal para contar su historia. La de un chaval que prometía como el que más y que, por circunstancias de la vida, terminó cayendo en un hoyo que ya forma parte de su pasado. Es lo que Lockyer cuenta en «Living With the Lights On» («Viviendo con las luces encendidas»), la terapia que lleva a cuestas desde que la estrenase en Londres y que ahora llega a la pequeña del Teatro Español de Madrid del 7 al 11 de noviembre. «No es actuar, es como tener una charla», escribía el intérprete en «The Guardian» antes de la puesta de largo en 2016. Por eso, porque es un encuentro entre paciente y curandero –aquí, público–, Lockyer espera en la puerta de la sala Margarita Xirgu con pastas y té: «No pretendo ser otra cosa que yo. Me río de mí mismo y de lo hilarante, trágico y absurdo que vi e hice. Juego con todas las personas extraordinarias que conocí en mi montaña rusa bipolar», dice.

Refugiado en el alcohol

Tras el episodio con su madre, se disculpó, «por supuesto», pero ya nada fue igual. El alcohol se convirtió en el refugio de un hombre solitario al que dieron una nueva oportunidad en la RSC, esta vez para hacer de Mercucio en «Romeo y Julieta». «Me encantó». Pero, entonces, el escenario era un lugar insoportable para Lockyer: «Una tortura diaria», comenzaba diciendo en su texto, «mi enfermedad había empezado a afectar a mi pensamiento. Durante los primeros ensayos mi humor se disparó. Comencé a sentirme invencible. Adrian [Noble, el director] estaba preocupado y me reprendió: “Me estás poniendo nervioso, me has dado ocho versiones diferentes”. Mi visión estaba empezando a desintegrarse. Me sentí alejado del mundo real y creo que a otros miembros de la compañía les preocupaba que me hubiera aislado», explica.

Para el estreno, Lockyer ya estaba «completamente fuera del personaje», encima y abajo del escenario, «pero me sentía impotente para detenerlo». Su apartamento, sucio, era el sitio en el que pasaba durmiendo todo el día hasta que llegaba la hora de la función. «La paranoia se convirtió en parte de mi vida. Pensé que estaba poseído por el diablo y que la gente de la calle hablaba de mí a mis espaldas». Solo los tragos aliviaban la situación. «Las actuaciones fueron una experiencia horrenda. Tenía el temor de olvidarme de mis líneas». Clavarse las uñas en el pulgar era lo único que le ayudaba a concentrarse. Como Mercucio, que sabe que se está muriendo, Lockyer intuía su final. aunque si el primero hasta bromea sobre el tema en la pieza de Shakespeare, el actor estaba superado por el miedo, la tensión y el agotamiento emocional, «que habían erosionado algo del valor creativo en el que había estado trabajando en los ensayos. Se había desarrollado una psicosis. Lo irreal realmente se había vuelto real». Hasta que explotó, junto a su madre, en Navidad, en lo que sería la antesala a que el médico de cabecera le «despidiera» de «Romeo y Julieta» por un cuadro de estrés.

El absurdo se apoderó de la vida del británico: al lapsus en directo se unieron el autostop hacia ningún lugar, las 350 libras en una primera cita, los cantos de una canción popular rusa en un festival, la compra de billetes para empezar una nueva vida en Grecia sin apenas dinero y con lo puesto... «Tuve la sensación de estar en caída libre. Mi vida no valía nada».

Pero aquel salto al abismo vivió un frenazo cuando le diagnosticaron depresión maníaca «o, como lo llamamos hoy, trastorno bipolar. Tenía una enfermedad mental grave y me automedicaba con alcohol. Solo empeoró las cosas. Mientras bebía nunca podría estar realmente bien, así que tuve que parar».

De eso han pasado ya más de veinte años y Lockyer ha aprendido a vivir con aquel dictamen: «Ha afectado mi carrera, ya que a veces, debido a una recaída, no estaba disponible para ensayar o actuar durante largos períodos. Y, aunque los directores en general han sido comprensivos y solidarios conmigo, todavía queda el estigma. He tenido suerte, pero sé que algunos no querrían contratarme porque me ven como un riesgo», reflexiona el actor. «La salud mental es parte de la vida. Creo que en los próximos años se convertirá en algo que no se pueda esconder debajo de la alfombra». Desde luego que él la levanta para barrerla, aspirarla y airearla todo lo posible en un acto necesario para continuar encima del escenario de su vida.